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Un latinoamericano en Europa

Juan Cruz

Mario Vargas Llosa está feliz, de hallarse en Europa. "Cuando yo vine aquí por primera vez, los latinoamericanos éramos como anomalías, extravagancias en Europa. En los años sesenta, gracias a la literatura y también a la fascinación que produjo la revolución cubana, hubo un periodo idílico en las relaciones entre América Latina y Europa, y fueron especialmente buenas con España. El acercamiento fue mucho mayor que el que hubo nunca". El sueño ha terminado. "Ya no somos una novedad en Europa", dice Vargas Llosa. "Se ha producido un desencanto, y los sentimientos que prevalecen ahora son los de una cierta hostilidad. Los latinoamericanos son vistos como emigrantes ilegales, como narcotraficantes, como terroristas, como gente que viene a crear problemas sin aportar nada". Vargas Llosa cree que no es un sentimiento general, "pero sí un sentimiento muy extendido, y mucho me temo que en el futuro inmediato esta situación no vaya a mejorar".Para el autor de La guerra del fin del mundo este desencuentro "resulta contradictorio porque ocurre cuando se supone que celebramos el encuentro, el descubrimiento o como quiera llamarse la aventura del 92". La conmemoración, dice Mario Vargas, "es un acontecimiento que parece que a nadie agrada demasiado, los que lo celebran parecen llenos de incomodidad, remilgos y mala conciencia, y por otra parte han resucitado las polémicas más anacrónicas y estúpidas. Salvo el oropel y los discursos, da la impresión de que no va a quedar nada muy consistente en el campo político y cultural". ¿Qué se podría haber hecho? "Debiéramos haber aprovechado la ocasión para discutir cara al futuro sobre problemas comunes y sobre cuestiones que surgieron con el descubrimiento, pero que aún no han sido resueltas". El más grave para Vargas Llosa es el de las poblaciones indígenas latinoamericanas, "porque es indignante que aún hoy haya dos campos en América Latina, el de una sociedad moderna y el de una sociedad marginada, que es la indígena. Ésta es una responsabilidad compartida por los conquistadores españoles y por los sucesivos Gobiernos, que marginaron a esta sociedad y fueron incapaces de integrarla y permitirles un desarrollo hacia la modernidad. Yo tenía la esperanza de que este debate se hubiera producido, pero no ha sido así: los 500 años sólo han servido para resucitar discusiones anacrónicas sobre el comportamiento sexual de los conquistadores, y no sólo por boca de los latinoamericanos, sino también en la boca de muchos españoles".

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