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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Otra magdalena

Historia del zoo

De Edward Albee. Traducción, versión y dirección: William Layton. Intérpretes: José Pedro Carrión y Cherna Muñoz. Teatro María Guerrero. Madrid.

Edward Albee estaba desesperado hacia el año 1958: la incomunicación. Ya se sabe: el hombre es incapaz de transferir sus dolores y sus esperanzas y, sin embargo, lo desea profundamente. No era sólo este muchacho, que tendría unos treinta años, sino toda una generación europea que le precedía la que andaba angustiada con la soledad, lo inútil, lo absurdo, lo aberrante: en Europa y su larga posguerra y, el vacío de las esperanzas de guerra que no se cubría tenía más prestigio de la desesperación teatral. Por eso Historia del zoo de Albee se estrenó antes en Europa -Berlín-; llegó a Estados Unidos con ese prestigio, y allí rebotó a Europa y se unió a este tipo de programación. Se solía programar con algún Beckett; y estaba en el origen de los jóvenes coléricos que culpaban al pasado inmediato de sus infelices e inocentes padres de sus desgracias metafísicas (generalmente, estaban arruinados). Aquí llegó pronto al Pequeño Teatro con William Layton, pero la censura no le dejó hacer carrera. El propio Layton, que entre tanto ha enseñado a varias generaciones de actores y de directores de escena, y que es más que querido, venerado por los suyos, la rehace ahora en el María Guerrero, con José Pedro Carrión y Chema Muñoz.Parece que el espectador contemporáneo no debe encontrar motivos suficientes en la diferencia de comunicación o de metafísica entre el neoyorquino pobre y el rico para que aquél se precipite en la navaja que previamente ha puesto en manos del otro; tampoco los había entonces. Mucho menos en la disputa por el control de un banco de parque, que tiene un carácter simbólico. Hay que buscar, sobre todo, la razón teatral, la de saber que eso es teatro y, por tanto, no es vida. Hay, por tanto, un gran placer escénico: a partir del texto de Albee: más que por su certidumbre, por el que proporciona una escritura inteligente, con esa rara altura que puede unir una descripción, una meditación, una sugerencia o un chiste. Y está en cómo lo dice José Pedro Carrión, tantas veces elogiado aquí por su capacidad singular de que se entienda en un escenario este idioma perdido y tragado con tanta frecuencia en los escenarios; y por la pasión fría y pálida que pone en transmitir lo que dice y su profundidad. El papel de Cherna Muñoz es demasiado dificil para él: se trata de escuchar, de reflejar la incomprensión, y la vulgaridad de su existencia feliz. En el original no tiene por qué ser tonto, aunque se deje llevar por la incongruencia. Naturalmente, en la vida real una persona que se encuentra a un pesado así en su banco favorito, al sol de los domingos, lo primero que hace es escapar. Pero así no hay comedia. Hoy en el Central Park la gente escapa sólo con ver a alguien que se aproxima a un kilómetro de distancia. Aparte de esa digresión, quiero decir que el que recibe las frases como quien recibe las bofetadas tiene el papel más difícil: si lo incrementa con risitas, gestos de incomprensión o de tontería, para hacerse el normal en una situación insólita y para conseguir algunas carcajadas, peor todavía.

Bien, como aquí no se trata de ver vida, sino buen teatro, con buen texto y una sorpresa final para llegar al clímax, la obra está suficientemente creada por todos como para que hora y cuarto no produzca baches en la atención, para ver buenos trabajos y para recordar un tiempo perdido. Como todo el teatro, por cierto, que ya no tiene más misión que la de la magdalena de Proust. Y los prustianos aplaudieron con entusiasmo largo y perfectamente justo la presencia en escena de Carrión, Muñoz y Layton. Aparte del calor de escuela que siempre se encuentra en estos estrenos. Y que gusta como demostración de que no hay incomunicación ni soledad en el hombre moderno, se diga lo que se diga en el escenario.

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