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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Sólo para amantes del riesgo

De antemano, conviene ponerse de acuerdo: Fuego, nieve y dinamita no es una película. Es decir, sí lo es en su materialidad: se supone que ha sido rodada con celuloide impresionado por la acción que sobre él ha ejercido la luz; porque en ella hablan y gesticulan seres parecidos a actores, algunos de ellos incluso conocidos; porque se distribuye y se exhibe igual que cualquier otro filme comercial al uso. Pero en cierta forma, es menos y más que una película: es un desnudo, descarado, premonitorio signo de los tiempos que corren. Es, sin más, un inmenso anuncio publicitario revestido con una estructura de ficción no ya mínima, sino prácticamente inexistente.La película ostenta una paternidad que hay que atribuir en exclusiva a Willy Bogner, operador de cámara de las secuencias de acción de varios filmes y director él mismo de numerosos documentales deportivos. Basa su atractivo comercial en proponer unas arriesgadas peripecias montañeras a cargo del habitual equipo de stuntmen, los anónimos especialistas en doblar secuencias de acción de la larga serie de James Bond. Es menos que una película, decíamos: en realidad, siempre ha ocurrido, a lo largo y ancho de la historia del cine, que un productor avispado ha puesto su ingenio en financiar filmes claramente fungibles, sólo concebidos para aprovechar la puntual notoriedad de un tenia o una estrellita.

Fuego, nieve y dinamita (Fire, ice and dynamite)

Director: Willy Bogner. Guión: Tony Williamson. Fotografía: Charles Steinberger. Producción: Willy Bogner y Bernd Eichinger, Alemania-Reino Unido, 1990. Intérpretes: Roger Moore, Shari Belafonte. Estreno en Madrid: Madrid, Novedades, Pompeya, Olympo.

Pero lo que espanta en éste es que, lisa y llanamente, no propone otra cosa que espectaculares piruetas en el vacío, y no es ninguna metáfora. Planteado a partir de una anécdota mínima, una apuesta deportiva que un excéntrico millonario lanza a sus acreedores, el filme muestra una loca carrera por las montañas, sólo para permitir el lucimiento de las nuevas y arriesgadas formas del deporte actual: puenting, mountain bike, esquí sobre tierra, patinaje, paracaidismo, escalada sobre paredes lisas, bajada de ríos de montaña con frágiles kayaks, más todas las variables compuestas.

Hablar aquí de narración es baladí: lo que se ve en la pantalla es el producto de las prisas de un montador aquejado de algún extraño e indescifrable mal, y nada más. Es tal el desaguisado, tal la imposibilidad de entender el orden secuencial que proponen sus responsables, que por un momento se corre la tentación de creer que la intención de partida no era otra cosa que la de realizar un ejercicio de deconstrucción del sentido a través de la mesa de montaje. A la postre, no obstante, se hace la luz: lo único que le importa a Bogner, o a quien sea, es vender la publicidad de las empresas que, sin sonrojo, figuran con su nombre como las patrocinadoras de los equipos que luchan en la apuesta.

Excusará el lector la lista, pero van desde multinacionales de farmacia hasta fabricantes de esquíes, desde fábricas de material fotosensible hasta marcas de cerveza y de chocolates, desde constructores de electrodomésticos hasta automóviles. Todo vale si se trata de vender, y eso, nada más, es Fuego, nieve y dinamita: un inmenso y destartalado macro-anuncio que, para ser exhibido en los cines, debe guardar mínimas las formas.

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