Hacer mutis
El destino político de Mijaíl Gorbachov sin duda habría inspirado a Shakespeare, y sus últimas quimeras, a Cervantes. Su adiós al poder, la tarde de Navidad, no tuvo nada de trágico ni de bufonesco. Fue una salida de escena sin ruido ni furia, el mutis pausado y digno de un actor desposeído de su papel, que hace su último parlamento sin reniego ni rencor aparente. Hay incluso, por decirlo todo, algo de humildemente humano en la manera en que Gorbachov se esforzó una última vez en abogar a favor de su causa y defender su obra en el momento de hacer su reverencia y entrar en la historia. Como soberano desposeído de su reino al día siguiente de la muerte de la URSS, no le quedaba más que dar a su sucesor el maletín nuclear, ese cetro de los tiempos modernos. (...) Los biógrafos de Gorbachov dirán un día si había previsto desde el comienzo todos los efectos de la revolución que desencadenó, como un Frankenstein de la política incapaz de domar a sus criaturas, la glásnost y la perestroika. Sin duda darán constancia de que su error fatal fue el creer todavía, al día siguiente del golpe de Estado fracasado de agosto, en su capacidad de reformar un sistema nacido de una ideología ya muerta. (...) Todos los dirigentes del planeta han dado gracias a Gorbachov por haber otorgado una nueva cara a nuestro fin de siglo. En un homenaje nostálgico, casi unánime, y por una vez sincero, quizá llegue el día en que reciba el de sus compatriotas. 26 de diciembre
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