“Ceso por consideraciones de principio”
"Queridos compatriotas, conciudadanos: dada la situación creada con la formación de la Comunidad de Estados Independientes, ceso en mi actividad como presidente de la URSS. Tomo esta decisión por consideraciones de principio de abogado con decisión por favor la autonomía e independencia de los pueblos, de la soberanía de las repúblicas, pero al mismo tiempo, de la conservación del Estado de la Unión y la integridad del país. Los acontecimientos tomaron otro rumbo. Se impuso la línea de desmembramiento del país y desunión del Estado, lo cual no puedo aceptar. Después de la reunión de Almá Atá y de las decisiones allí tomadas, mi posición no ha cambiado. Además, estoy convencido de que resoluciones de tal envergadura deberían haberse tomado basándose en la voluntad expresa del pueblo [es decir, un referéndum].No obstante, haré todo lo que pueda para que los acuerdos allí firmados conduzcan a una verdadera armonía en la sociedad y alivien la salida de la crisis y el proceso de reformas.
El destino quiso que cuando me vi al frente del Estado ya estuviera claro que nuestro país estaba enfermo. Tenemos mucho de todo: tierras, petróleo, gas y otros recursos naturales. Dios tampoco ha sido mezquino con la inteligencia y el talento de nuestro pueblo, pero vivíamos mucho peor que en los países desarrollados y nos cada vez íbamos más a la zaga de ellos.
La causa ya estaba clara: la sociedad se ahogaba en las garras del sistema de mando burocrático. Condenada a servir a la ideología y a soportar el terrible peso de la carrera armamentista, llegó al límite de lo soportable. Todos los intentos de reformas parciales (y hubo muchos) fracasaron uno tras otro. Había que cambiarlo todo radicalmente. Por eso, ni una sola vez lamenté el no haber utilizado el puesto de secretario general [del PCUSI sólo para reinar unos años. Consideraba que eso sería algo irresponsable e inmoral. Comprendía que comenzar reformas de tal envergadura y en una sociedad como la nuestra era un asunto dificilísimo y arriesgado. Pero también hoy estoy convencido de la razón histórica de las reformas iniciadas la primavera de 1985.
Proceso complejo
El proceso de renovación del país y de cambios radicales en la comunidad mundial resultó mucho más complejo de lo que se podía esperar. La sociedad obtuvo libertad, se liberó política y espiritualmente, y ésta es la principal conquista de la que no se es consciente en toda su profundidad porque todavía no hemos aprendido a hacer uso de esta libertad. Pero la labor realizada es de importancia histórica. Se liquidó el sistema totalitario que había impedido que el país se convirtiera hace tiempo en próspero y floreciente. Las transformaciones democráticas se abrieron camino; la libertad de elección, la de prensa, la de conciencia, los órganos de poder representativos y el pluripartidismo, se hicieron realidad; los derechos humanos se reconocieron como el más alto principio. Comenzó a avanzarse hacia una economía mixta, se afianza la igualdad de todas las formas de propiedad; en el marco de la reforma agraria comenzó a resurgir el campesinado, surgió el movimiento de granjeros, millones de héctareas se dieron a los habitantes del campo y de la ciudad. Ya se reconoce la libertad económica del productor, comenzó a cobrar fuerza el movimiento empresarial, las sociedades anónimas, la privatización.
Al encaminar la economía hacia el mercado es importante recordar que todo esto se hace en aras del hombre. En estos difíciles tiempos se debe hacer todo lo posible para su defensa social; y esto se refiere especialmente, a los ancianos y los niños.
Vivimos en un mundo nuevo. Hemos acabado con la guerra fría, se ha detenido la carrera armamentista y la demente militarización del país que había deformado nuestra economía, nuestra conciencia social y nuestra moral. Se acabó la amenaza de una guerra nuclear. Y una vez más quiero subrayar que en este periodo de transición hice todo lo que estaba de mi parte para conservar un control seguro del arma nuclear.
Nos hemos abierto al mundo. Hemos renunciado a interferir en los asuntos de otros, a usar las tropas fuera de nuestro país. Y nos han respondido con confianza, solidaridad y respeto. Nos hemos convertido en uno de los pilares de la transformación de la civilización moderna de acuerdo a principios democráticos y de paz.
Pueblos y naciones obtuvieron una libertad real de elección de las vías para su autodeterminación. Las búsquedas de cómo reformar democráticamente nuestro Estado multinacional nos condujeron al umbral de la firma de un nuevo Tratado de la Unión.
Todos estos cambios exigieron una enorme tensión, pues transcurrían en aguda lucha con la creciente resistencia de las fuerzas reaccionarias, de las antiguas estructuras del partido [comunista], del aparato administrativo y de nuestras costumbres, de nuestros prejuicios ideológicos, de nuestra psicología uniformadora y parasitaria. Chocaban contra nuestra intolerancia, contra el bajo nivel de nuestra cultura política, contra el miedo a los cambios. Por eso perdimos tanto tiempo.
El antiguo sistema se derrumbó antes de que lograra empezar a funcionar el nuevo. La crisis de la sociedad se agudizó aún más. Conozco el descontento por la difícil situación actual, la crítica a las autoridades en todos los niveles, y a mí personalmente. Pero quiero subrayar nuevamente que las transformaciones radicales en un país tan grande y con semejante herencia no pueden transcurrir fácilmente, sin dificultades y estremecimientos.
Límite máximo
El golpe de agosto llevó la crisis a su límite máximo. Lo más funesto en esta crisis es la desintegración del Estado. Y hoy me preocupa que nuestra gente haya perdido la ciudadanía de un gran país: las consecuencias de esto pueden ser muy graves para todos.
Creo que es de vital importancia conservar las conquistas democráticas de los últimos años. Son fruto de sufrimiento de toda nuestra historia, de nuestra trágica experiencia. No se puede renunciar a ellas bajo ninguna circunstancia ni bajo ningún pretexto. De lo contrario, todas las esperanzas en algo mejor se verán sepultadas. Es mi deber moral advertir de todo esto.
Hoy quiero expresar mi agradecimiento a todos los ciudadanos que apoyaron la política de renovación del país, que participaron en el cumplimiento de las reformas democráticas. Agradezco a los estadistas, políticos y personalidades públicas, a los millones de personas en el extranjero, a los que comprendieron nuestras ideas, las apoyaron y vinieron a nuestro encuentro para establecer una cordial colaboración con nosotros.
Dejo mi puesto con preocupación, pero también con esperanza, con fe en vosotros, en vuestra sabiduría y en vuestra fortaleza de espíritu. Somos herederos de una gran civilización y ahora de todos y cada uno de nosotros depende que ella resurja a una vida nueva, moderna y digna.
Quiero agradecer con toda el alma a los que durante estos años han luchado junto a mí por esta causa justa y buena. Seguramente se pudieron evitar algunos errores y hacer muchas cosas mejor, pero estoy convencido de que, tarde o temprano, nuestros esfuerzos conjuntos darán fruto. Nuestros pueblos vivirán en una sociedad floreciente y democrática. Mis mejores deseos a todos.
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