_
_
_
_
Tribuna:LA URSS SE DESINTEGRA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Tiempo turbulento

Los Estados son fríos monstruos que no conocen ni el agradecimiento ni los buenos sentimientos. No practican más que una realpolitik que se supone protege sus intereses nacionales. No hay que asombrarse, pues, de -que James Baker y los ministros de la CE se hayan dado prisa en enterrar a Mijaíl Gorbachov para consagrar a Borís Yeltsin, nuevo hombre fuerte del Kremlin. Lo que sí asombra es que al precipitarse tras un dudoso vencedor hayan edificado su realpolitik sobre la arena.La CIA gasta, según parece, cerca de 15.000 millones de dólares anuales en informar a la Casa Blanca sobre la URSS. Los americanos han debido ser, pues, los primeros en saber que la reunión de los tres presidentes eslavos que tuvo lugar el 8 de diciembre en el bosque de Bialowieza, cerca de la frontera polaca, respondía a un complot urdido desde hacía tiempo, mucho antes del referendum sobre la independencia en Ucrania cuyo resultado se sabía de antemano. Documentos confidenciales top secret, intercambiados entre Moscú y Kiev, no dejan ninguna duda sobre los fines de la operación: eliminar a Gorbachov y el resto de las estructuras de la Unión. ¿Para remplazarlas por qué?

El 12 de diciembre, Yeltsin sostuvo ante el Parlamento ruso que ése era el único medio de acabar con las negociaciones sobre un Tratado de la Unión condenado al fracaso por el empeño de Gorbachov en imponer un centro totalitario a unas repúblicas ya independientes. En realidad, las negociaciones se prolongaban por una razón totalmente opuesta: el presidente soviético intentaba tener en cuenta las reivindicaciones de las repúblicas, legítimas pero no siempre conciliables entre sí. Quería que, siendo independientes, conservaran los lazos de unión indispensables para su fortaleza, el espacio económico y moneda comunes, la libre circulación de bienes y personas, la diplomacia coordinada y el Ejército unificado. En pocas palabras, quería conservar en la URSS todo aquello que los europeos esperan, tras Maastriclit, lograr en un cuarto de siglo, incluidas las cláusulas sociales y la ayuda a las repúblicas más desfavorecidas. Llegar a tal acuerdo, en un periodo de pasiones nacionalistas y cuando Rusia opta claramente por un capitalismo salvaje, es evidentemente un inmenso desario. Borís Yeltsin ha creído cortar ese nudo gordiano al decretar que, en lugar de la Unión, habrá algo parecido a la Commonwealth y a la CE a la vez. Sin embargo, todo ¡el mundo sabe que ni la Commonwealth ni la CE se fundaron en un día, por decreto., En Washington, se comprendió rápidamente que la troika eslava no tenía ningún proyecto válido. El secretario de Estado, Baker, en una reacción en caliente, llegó a hablar de un escenario de tipo yugoslavo en un país saturado de armas nucleares. Inmediatamente después, sin embargo, el embajador de EE UU en Moscú, Robert Strauss, explicó ante el Congreso "que en el Kremlim, el poder se inclinaba del lado de Yeltsin, en detrimento de Gorbachov". Lo que no dijo es que la partida todavía no estaba jugada y que el "frente de los eslavos" encontraba fuertes resistencias. Yeltsin terminó, además, por volver a sus primeras declaraciones de Bialowieza, reconociendo que las viejas instituciones y leyes seguían estando en vigor.

El zar Borís

En buena lógica, el secretario de Estado, James Baker, en visita a la URSS habría debido privilegiar, pues, a las autoridades legales, Gorbachov y Schevardnadze, y encontrarse después para completar su información con los dirigentes rusos, con los que EE UU no tiene relaciones diplomáticas. Según un rumor moscovita, la OMON, milicia especial de ntervención controlada por los yeltsianos, habría impedido a Schevardnádze ir al aeropuerto. Baker fue, pues, recibido por el joven ministro ruso Andrei Kozirov. Pero ¿bastó esta anomalía para hacer que Baker cambiara su programa y diera de repente prioridad a la presencia de Yeltsin y os suyos? ¿No constituía esta elección una in erencia en los asuntos j internos de un país que se encuentra en la encrucijada? La realidad es que el secretario de Estado, hábil diplomático, no ha sido burlado por Yeltsin y los suyos. Fue a Moscú a demostrar a Gorbachov que para EE UU Yeltsin es a partir de ahora el jefe de la URSS. Su encuentro con el líder ruso en la sala Santa Catalina del Kremlin constituía, como se dice en Moscú, "la consagración del zar Borís". Después, siguiendo en la misma onda, Baker tuvo una larga "sesión de trabajo" con el mariscal Sháposhnikov y el estado mayor soviétco al completo. Era lo nunca visto. Desde 1934, desde que existen relaciones entre Washington y Moscú, ningún dirigente civil de EE UU ha tenido tal aparte con los militares soviéticos. El valor simbólico de esta novedad no se oculta a nadie: EE UU da su bendición no sólo a'Yeltsin sino también a su aliado más distinguido: el ejército soviético que ya no es "el gran mudo". Y todo esto en nombre de la realpolitik. Washington cree que el líder ruso y sus engalonados aliados son los únicos que pueden tener bajo llave el arsenal nuclear soviético. "De ese lado todo está en orden" dijo Baker, muy aliviado, a sus aliados atlánticos en Bruselas. Pero, ¿no está tomando deseos por realidades? ¿No le han dicho los presidentes de las tres repúblicas nucleares -Kazajstán, Ucrania, Bielorusia- que no renunciarán a sus arsenales mientras Rusia conserve el suyo? La historia les ha enseñado a desconfiar de Rusia y el nuevo hombre fuerte del Krenilin ha hecho todo lo posible por reavivar esos temores. Aquél que viola las leyes de su país no respetará seguramente las de los otros. Todaarma es poca para mantenerle a raya, y se sabe que el arma nuclear es la más disuasiva. Hablar de lo que los occidentales deben a Gorbachov no tiene mucho sentido: no hizo la perestroika para agradarles, sino para cambiar su sociedad. Durante sus seis años en el poder ha demostrado que es un demócrata convencido, lo que en la URSS es una novedad. Fue él quien en 1985 decretó la glasnost para que los soviéticos pudieran expresarse libremente. En 1988 les invitó a que, por primera vez, eligieran democráticamente a sus diputados y responsables locales. Ningún otro, en ese momento, reivindicó elecciones, sobre todo a tan corto plazo. Soy testigo de ello por haber asistido a la XIX Conferencia pan-soviética, en Moscú, en junio de 1988, y haber visto el estupor de los delegados. También oí a Gorbachov advertirles de que si no se mostraban capaces de actuar en un sistema parlamentario perderían el poder. Un año después, la declaración solemne de Gorbachov de que la URSS no intervendría en Europa del Este fue un elemento decisivo para la rápida emancipación de esos países.

Compromiso democrático

Finalmente, last but not least, fue el rechazo de Gorbachov, el pasado 18 de Agosto, a proclamar él estado de excepción lo que salvó la naciente democracia en la URSS. Otro en su lugar, menos comprometido con los valores democráticos, habría cedido ante la insistencia del "partido del orden" tanto más cuanto que su vida y la de su familia estaban en juego. Al rechazar la suspensión incluso temporal de las libertades democráticas, Gorbachov contrarió a los que habían querido forzarle a improvisar un golpe condenado de antemano y que efectivamente no duró más que 59 horas. "No obedecimosporque la orden no venía de una autoridad legal", declararon al unísono varios responsables militares como para confirmar el papel decisivo de Gorbachov en el fracaso del golpe. Los occidentales prefieren de mócratas en el Este y en el caso específico de la URSS les hubie ra gustado más tratar con un único presidente que con quince. Esto no les ha impedido abando nar a un Gorbachov que ha dado pruebas de sus convicciones de mocráticas en favor de un Yelt sin que cambia la Constitución por decreto, demostrando así que ignora los conceptos elemen tales de un Estado de derecho. El temor nuclear no explica por sí mismo una elección tan insólita. De hecho, Occidente tiene ante todo miedo a una explosión so cial en la URSS y piensa que un hombre de mano de dura como Yeltsin sabría hacerla frente me jor que el demócrata Gorba chov. Pero ésa es una lógica per versa puesto que es la política %iberal" de Yeltsin la que preci pita la catástrofe. Es su equipo el que impulsa a que los llamados empresarios, salidos de la mafia y de la vieja nomenclatura, pasen a primer plano. El dirigente libe ral británico sir David Steel aca ba de volver de Moscú aterrori zado por esa suerte de "privati zación" sin criterio, sin control y que de hecho consiste en que todo aquél que pueda saquee el bien público. Pero el mismo Bo rís Yeltsin, que se apropia de todo lo que cae en sus manos - el Kremlin, los ministerios, la televisión- da buen ejemplo de un pillaje sin ley. Los presidentes de las repúblicas, reunidos el 21 de diciembre en Almá Atá, saben bien a qué atenerse a propósito de un hombre guiado por la vieja divisa: "el fin justifica los medios". Casi todos le conocen desde hace tiempo por haber coincidido con él en las altas esferas del PCUS, pero nunca en el pasado encarné con tal evidencia el clan de los acaparadores rusos dispuestos a todo. Ninguna Commonwelth y ninguna Comunidad duradera puede, pues, nacer bajo la égida de Borís Yeltsin, incluso si para ganar tiempo, unos y otros hacen bellas declaraciones comunes. Los abusos de autoridad siempre tienen continuación. No olvidemos que también en Yugoslavia todo empezó casi pacifilcamente, en 1987, por un "golpe de Kosovo" que Occidente asumió sin rechistar porque no perturbaba su realpolitik. La verdadera guerra no estalló más que cuatro años después. James Baker tuvo razón al evocar este precedente, pero por desgracia lo olvidó muy pronto. En tiempos del zar usurpador Borís Godunov, Rusia vivió durante quince años smoutnoc vremia (tiempo turbulento). ¡Ojalá esta vez no arrastre en su desgracia a las otras repúblicas y al mundo!

K. S. Karol es periodista francés especialista en cuestiones del Este.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_