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CARIDAD EN LAS CALLES

Tocar la guitarra en el metro da el salario mínimo

Interpretar villancicos en el metro, acompañado de guitarra y armónica, puede proporcionar un jornal superior al salario mínimo (53.000 pesetas al mes). El periodista que permaneció en esa actitud, el pasado miércoles, durante tres horas en un pasillo del metro de Nuevos Ministerios recibió 2.024 pesetas en limosnas. La simple multiplicación de tiempo por dinero (seis horas diarias, 4.000 pesetas) da un salario mensual de 88.000 pesetas con 22 días de trabajo. En el experimento no se aprovecharon las horas punta, pero hay que considerar también la especial dadivosidad de estas fechas navideñas.

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Los primeros zapatos que el instrumentista vio acercarse estaban acompañados de un bastón.La visera roja del músico, el soporte de la armónica (para soplar mientras las manos se dedican a que suene la guitarra) y la mirada hacia el suelo le ocultaban la cara. La voz del ciego dijo:

- Pero hombre, no te pongas aquí. Por aquí no pasa ni dios. Siguiendo este pasillo, a la izquierda, está la confluencia de los pasillos de Renfe y del Metro. Por allí pasa más gente.

El instrumentista había escogido Nuevos Ministerios precisamente por su doble servicio ferroviario y porque está situada junto a unos grandes almacenes. Eran las once de la mañana.

-¿Por dónde?

El ciego le llevó hasta el lugar adecuado, y se despidió:

-Lo malo es que esta zona es de Renfe, y los de Renfe son un poco bordes. Igual no te dejan estar aquí.

Efectivamente. Media hora después: ,

-No puedes estar aquí.

Dos guardas jurados de Renfe se dirigían amablemente al instrumentista.

-Esta zona es de Renfe, y aquí no puedes estar. Pero un poco más allá es del Metro, y allí no creo que te digan nada.

En las siguientes tres horas nadie le dijo nada.

Todos los transeúntes pasaron con rapidez junto al músico. Sólo algunos se detuvieron para hurgar con cuidado en el monedero y depositarle unos duros. La mayoría decidía dar una limosna cuando enfilaba el largo pasillo (unos cien metros), y llegaba ya con el dinero preparado. Dos personas retrocedieron, tras haber rebasado al instrumentista, para cambiar de idea y dejar unas monedas. Y una mujer se detuvo con su hijo, de apenas cinco años, para cantar villancicos al son de la armónica.

-Navidad, Navidad, dulce Navidad... la, la, la; la, la, la; dulce Navidad, ¡hey!

Este villancico fue el principal éxito. La dependencia psicológica de la voluntad ajena (aun cuando se tratara de una farsa) llevaba al músico a adecuar sus canciones al aspecto de las personas que se perfilaban al fondo. Así, sonaban Simon y Garfunkel o Cuando salí de Cuba según aparecieran modernos acomodados o maduretes con aspecto de nostálgicos. Pero nada: no hubo gran acogida para Bye, bye, love, ni para Blowin'in de wind, ni siquiera para Pongamos que hablo de Madrid, de Sabina. Lo mejor, el Jingle bells: es decir, Navidad, dulce Navidad. Con eso picaba mucha gente. Sobre todo, las personas de cierta edad. Los más jóvenes ponían sus cinco duros sonara lo que sonase. Sobre todo si deambulaban en cuadrilla. Cerca de la mitad de lo recaudado fue regalo de manos juveniles.

El niño que acompañaba a su madre explicó al terminar el villancico:

-Yo quiero una armónica, pero tengo que comer mucho.

Y rasgueó las cuerdas como si se tratase de un juego de magia.

En total, la funda de la guitarra recogió 750 pesetas en monedas de cinco duros; una, de 50 pesetas; 600 pesetas en chocolatinas de 100, y el resto, en monedas de duro. Además, tres pelas y una antiquísima moneda de peseta cuyo reverso muestra el número 1, sustituido años después por la cara de Francisco Franco.

Los avatares vividos resultaron curiosos en algunos casos. Por ejemplo, un muchacho de apenas 18 años se acercó con prisa y dijo:

-No tengo dinero, pero ¿quieres un porro?

Y acercó el canuto a la, boca del músico.

Otro joven, de unos 20 años, muy simpático:

-Mira, tío, quiero darte algo, pero no llevo suelto.

A continuación muestra una moneda de 100 pesetas, que él, desde luego, no considera dinero suelto. Y finalmente, da con la solución:

-Bueno, te dejo 20 duros y cojo el cambio.

Y, en efecto, deposita una chocolatina y toma dos monedas de cinco duros.

-Suerte, tío -dice alejándose por el pasillo.

Las otras cinco monedas de 100 partieron de bolsillos respetables: abrigos de pieles (o que simulaban serlo), la cazadora verde de un señor calvo, el bolso de piel de una mujer que iba de compras con su hija...

Todos los que pasaban dedujeron que el objetivo del instrumentista era obtener dinero,. Salvo la madre con el niño, nadie más apreció su música o pensó que escucharla también es una recompensa. Excepto dos personas: un niño que quiso detenerse y fue reconvenido a estirones, y un mendigo que se pasó media hora en una escalera próxima. Hasta que el instrumentista decidió que lo más rentable era el Navidad, dulce Navidad y el mendigo se marchó, aburrido de escucharla durante 15 minutos seguidos.

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