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El futuro apunta a la periferia

La presentación pública por parte de la Junta de Andalucía del proyecto Atarazanas. Centro de Arte Contemporáneo constituye, en principio, una excelente noticia, porque supone la creación de una nueva plataforma en nuestro país para el desarrollo específico del arte contemporáneo de vanguardia, una de las más graves carencias heredadas de los regímenes anteriores, reaccios ante todo lo que tuviera que ver con la creación actual y el cosmopolitismo. El centro de Atarazanas, que recibe el nombre del bello edificio histórico donde se ubicará tras las obras de remodelación pertinentes, se suma así a otras importantes iniciativas similares, como el IVAM de Valencia y el CAAM de Las Palmas de Gran Canaria, cuyo actual pleno rendimiento ha puesto de manifiesto su objetiva necesidad social.Con estas iniciativas no se trata ya sólo de transformar la retórica política descentralizadora en algo verdaderamente operativo -muchas de esas exposiciones que han estado viniendo a Madrid y Barcelona no podían continuar su periplo a otras importantísimas ciudades españolas por carecer la mayoría de éstas de unas mínimas infraestructuras-, sino de dar una presencia y un protagonismo propios a estos lugares circunstancialmente periféricos, pues, a partir de ahora, podrán negociar, producir, adquirir, promocionar, traer y llevar lo que quieran; podrán tener, en definitiva, voz propia o, lo que es lo mismo, una política cultural realmente autónoma.

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Atarazanas, arte moderno en Sevilla

Pasado y futuro

Cubrir carencias fundamentales y poder desarrollar una identidad local, que no ha de ser siempre lo pasado sino también lo futuro, es algo, sin duda, positivo, pero es que, además, en lo que se refiere a la situación concreta que hoy se vive en el terreno de arte actual, todo apunta a que van a ser este tipo de centros periféricos los que van a marcar la pauta los próximos años, tras haberse quedado obsoleto el modelo de los macrocentros organizando monumentales espectáculos en unas pocas de las grandes urbes occidentales, macrocentros y espectáculos totalmente intervenidos e interferidos en razón a sus costosísimos presupuestos y sus estériles redes burocráticas.

Por lo demás, a tenor por lo que se ha anunciado de los planes de Atarazanas, cabe abrigar buenas expectativas: no sólo por la presencia directiva de una exigente y acreditada personalidad como la de Carmen Giménez, sino por el sensato programa propuesto, que no quiere empezar la casa por el tejado. En este sentido, me parece un acierto posponer el siempre peligroso término de museo a la futura creación de una colección, así como que se busque, al principio, invitar a grandes creadores nacionales e internacionales a que realicen obras pensadas in situ o que se planifiquen muestras con el criterio más abierto, combinando la exhibición de las vanguardias históricas con lo más reciente, porque en nuestro país no conviene dar saltos en el vacío.

Si, como se nos dice, y tal cual ha sido presentado ahora el programa, en la primavera de 1994, Sevilla y Andalucía entera comienzan a disfrutar de este ambicioso Centro de Arte Contemporáneo, estoy dispuesto a reconsiderar mi fatalismo actual en este malhadado sector, aunque haya que viajar desde Madrid -¡bendito sea!- a Sevilla, Valencia, Las Palmas de Gran Canaria o donde haga falta. Si el centro se hunde, ¡viva la periferia!

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