La versión incomparable de un pianista
Las Juventudes Musicales de Madrid y su presidenta, Isabel Falabella, se han apuntado un nuevo triunfo: la presentación en Madrid de la Orquesta Nacional rusa, dirigida por Mijaíl Pletnev y la actuación sensacional de Ivo Pogorelich en el Concierto en sí bemol menor, de Chaikovski. Ante un auditorio que abarrotaba la sala, el excepcional pianista yugoslavo estrenó esta obra mil veces escuchada, pero nunca en una version comparable.Dice Celibidache, cuando tan razonadamente se le elogia, que él no hace nada que el autor no pusiera en la partitura. Sí, es cierto. Pero hay maneras y maneras, diversos estilos de pensar, como los conformistas y rutinarios y aquellos que por su nobleza y su inteligencia son capaces de salvar los vanos que una obra pueda mostrar.
Juventudes Musicales de Madrid
Orquesta Nacional Rusa. Director: M. Pletnev. Pianista: I. Pogorelich. Obras de Chaikovski y Beethoven. Auditorio Nacional. Madrid, 3 de diciembre.
Cuando llegan esos pasajes, y en el concierto de Chaikovski existen, acostumbran los intérpretes a sustanciarlos con rapidez, como para que no se adviertan. Pogorelich hace lo contrario: se entretiene con morosidad en ellos, los cuida y pule dotándolos de calidades sonoras y matices inevitablemente embellecedores. No hay que decir lo que el pianista hace con lo mucho bueno que el concierto encierra, bien se trate de unos stacatti en pianísimo, bien de una potencia tan profunda -como en la introducción- que sobresale por encima de una orquesta de tan brillante plenitud como la Nacional rusa.
Ni un detalle de cuanto Pogorelich hace rebaja las exigencias de una superior musicalidad, ni obedece a capricho aislado y momentáneo, pues se encuadra en una hermosa visión de conjunto. De virtuosismo no hablemos: lo posee en grado superlativo. Claro que el pianista es un artista diferente, y de ahí que no falte quien le tache de heterodoxia, como si todo aquel que fue algo en la historia no hubiera sido, en una u otra medida, heterodoxo. La ortodoxia no es sino el parapeto tras el que se defiende la mediocridad. El público reaccionó a tono con lo que había escuchado y las aclamaciones, más que ovaciones, parecían no tener fin.
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