Humildad, confesión y orden
Bueno, bueno, cómo se hubieran puesto algunos directores de escena que participan en la reconstrucción si alguien les, hubiera presentado hace algunos años este espectáculo. Pero el mundo ha llegado a la edad de razón y al fin se ha aclarado quiénes son los malos, quiénes los buenos.Se trata de una reunión mundial de directores de escena en Moscú, en torno al chino Mei Lang-fan, que llevó a la capital mundial de la revolución su espectáculo tradicional de ópera de Pekín: figuras como Meyerhold, Brecht, Stanislawski o Gordon Craig discuten sobre el teatro y la revolución, la vida, el pueblo. Al final, una voz sin nombre -el actor, Marsillach- lee la necrologíade todos ellos: asesinados, exiliados, encarcelados por la revolución. Devorados por la revolución, que siempre se comió a sus hijos. En este caso, a sus padres, porque tampoco es inocente el título: Los aprendices de brujo. Es decir, la leyenda de aquel o aquellos que pusieron en marcha una fuerza que no supieron detener a tiempo, y que les superó.
Los aprendices de brujo
Reconstrucción teatral del debate del 14 de abril de 1935 en Moscú, hecha por Lars Kleberg. Traducción: Borja Ortiz de Gondra. Intérpretes: Francisco Nieva, escenógrafo, autor teatral, director; Eusebio Lázaro, actor, director; José Luis Alonso de Santos, autor, director; Jesús Cracio, autor, director; José Monleón, director; Guillermo Heras, director; Antonio Malonda, director; Ángel Facio, director; Ángel Fernández Montesinos, director; Pedro Álvarez Ossorio, director; Juan Antonio Hormigón, escritor y director; Jorge Eines, director; Juanjo Granda, director; Juan Margallo, director; Jesús Cracio, director de escena; Borja Ortiz de Gondra, director; Adolfo Marsillach, actor y director; Lucila Maqueira, Agustín Iglesias, Julia Castronuovo, Eduardo -Sánchez Torel, Vicente Aranda, Ignacio Guzmán, Pepa López Roldán, Elsa Velasco, Nuria: Nogal, etcétera. Dirección: Josep Montanyes. Produción: Asociación de Directores de España, Centre Dramátic del Vallés, Centro Nacional de. Nuevas Tendencias Escénicas, en colaboración con el INAEM, la Comunidad de Madrid, la Embajada de Suecia y el Centro Andaluz de Teatro. Sala Olimpia. Madrid, 29 de noviembre.
Se ha dicho muchas veces que los intelectuales, los creadores, son los peores culpables de todo (la primera vez que lo oí fue en un consejo de guerra sumarísimo de urgencia, que despachó una pena de muerte para el intelectual con gran facilidad), pero nunca había oído decirlo por los mismos protagonistas, por esta colección de gentes de teatro que van desde la crítica y el ensayo histórico hasta el puesto ministerial -Marsillach ha sido, en este apacible régimen, el equivalente del responsable soviético de asuntos culturales que aquí condena a todos-, pasando, claro, por la práctica de cada día en los escenarios: sobre todo, son directores de escena. Es una autocrítica; sobre todo, un aprendizaje, una lección.
El teatro que se expuso en aquella ocasión, las teorías tan distintas unas de otras -las cien escuelas-, no fueron enteramente asesinadas por la revolución comunista después de 1935: sobrevivieron en el mundo capitalista. Alguna fue casi escuela oficial de Estados Unidos -como el método- y otras florecieron; se acomodaron, se aburguesaron hasta donde pudieron; y han sido discípulos de algunas de ellas muchos de los actuantes en la función estrenada en Cataluña, repetida ahora en Madrid: con brillantez, eso sí; y con un alarde que demuestra que algunos de los que dirigen áctores saben ser actores ellos mismos, al menos en una ocasión especial; y que desde luego la dirección de directores, según la puesta de Montanyes imitada en Madrid, presenta un espectáculo brillante.
Su importancia: que supone una confesión para quienes creyeron en la revolución -y probablemente conocían perfectamente este debate y lo que fue de cada uno de los protagonistas; no les importaba mucho-, para quienes la soslayaron a tiempo y para quienes ya están siendo buenos; incluso ahora, cuando no hay peligro, porque este Estado no encarcela ni exilia. Puede, en algún caso, facilitar algo de comer o de vivir pero nadie se vende, sin duda, por eso.
Babelia
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