Los maridos de las peluqueras
Cada vez más orientado hacia la rentabilidad directa, el cine norteamericano de hoy perdona menos que nunca el fracaso. Casos como los de Arthur Penn o Robert Altman, prohombres del cine USA entre los sesenta y los setenta y hoy condenados a un ostracismo del cual sólo emergen de tanto en tanto para firmar -es un decir- refritos poco decorosos aunque con esporádicos destellos del oficio de otrora son penosamente ilustrativos de lo inmisericorde de una profesión en la cual uno vale sólo lo que recaudó su última película. Oficio de mercachifles, en todo caso.Discípulo de Robert Altman, con quien trabajó, entre otras, en dos de las mejores películas del hoy oscurecido maestro -El largo adiós y Nashville-, y quien le habría de producir su primer largp importante, Bienvenido a Los Angeles (1977), Rudolph impactó con dos películas brillantes -en todos los sentidos-: Elígeme (1984) e Inquietudes (1985), en las que se permitía, como sus mentores, guiños y desmitificaciones a propósito de los géneros y algunas venganzas privadas contra el concepto de estrellato vigente en Hollywood.
Pensamientos mortales (Mortal thoughts)
Dirección: Alan Rudolph. Guión: William Reilly y Claude Kerven. Fotografía: Elliot Davis. Música: Mark Isham. Producción: John Fiedler y Mark Tarlov para New Visions, Polar y Rufglen Film, EE UU, 1991. Intérpretes: Demi Moore, Glenne Headly, Bruce Willis, John Pankow, Harvey Keitel. Estreno en Madrid: cines Parquesur, Paz, Alpliaville (V. O.), Vaguada, Alcalá Multicines, Multicines Pozuelo y Colombia Multicines.
Contestatario
Como sus mayores, Rudolph ha salido también un pelín contestatario y, hasta hace bien poco, se reía a mandíbula batiente del poder del Hollywood establecido.No obstante, de un tiempo a esta parte su zigzagueante trayectoria se ha torcido, sobre todo por el fracaso de algunos de sus filmes, como Made in Heaven, pastiche celestial de empalagoso gusto y peor envoltorio; o incluso de su última película estrenada entre nosotros, Amor perseguido, fallido intento de reflexión -reflexiona siempre mucho Rudolph, aunque a veces se olvide de hacer algo más que reflexionar- sobre los mecanismos estructurales del cine policiaco.
Ello ha terminado por hacer del director, ironías de la vida, el asalariado de un astro emergente en el Hollywood de hoy, la actriz Demi Moore, coproductora y principal artífice de Pensamientos mortales. Al parecer, el bueno de don Alan también tiene su precio. Pensamientos mortales es, desde el origen, un filme de encargo. Cuenta, con la fría lógica del cine policiaco, la historia de dos mujeres simples, peluqueras y amigas de antiguo -Moore y Glenne Headly-, que cargan con dos maridos de aúpa, uno borde y el otro simplemente estúpido. La narración gira en torno a un personaje central, la Moore, y su estructura se presenta como una sucesión de flash-backs mediante los cuales se va mostrando la historia de un hastío que acaba en involuntario asesinato. Contiene detalles de buen guión, sobre todo por la atenta mirada sobre el mundo de las relaciones entre mujeres -aquí los hombres son poco más que amenazantes sombras chinescas que interfieren en el universo femenino, sin que en ningún caso parezca haber lugar para el amor en estas relaciones-, y algún que otro apunte de hiriente sarcasmo: por ejemplo, ver de qué manera trata la Moore a su marido en la realidad, Bruce Willis, aquí un redomado bribón.
Lo único que ensombrece la función es el señor Rudolph. Poco cómodo, a lo que parece, en su posición subsidiaria, el director se permite algunos golpes de estilo, no sea cosa que su presencia pase inadvertida, y así, junto a una buena dirección de actores -uno de los puntos fuertes de su oficio- y a la elección de una fotografía sucia que va muy bien al tono general del filme, desliza algunos planos no ya chocantes, sino simplemente absurdos, como esos enlentecimientos de la imagen que no se justifican de ninguna manera y que desmerecen siempre una narración atractiva a pesar de su previsibilidad.
Babelia
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