Un país de mutilados
La guerra de Camboya deja una herencia de 25.000 hombres, mujeres o niños ciegos, sin brazos o sin piernas
El rastreo de jemeres rojos en las montañas de la provincia de Trapang había resultado infructuoso en aquella batida militar del mes de noviembre. No hubo combates. La columna de soldados camboyanos regresaba a su base. Una seca explosión rompió la placidez de la tarde y la formación militar se deshizo desordenadamente. El soldado Sok Keul, de 20 años, había pisado una mina y quedó tendido en el suelo. El explosivo le segó su extremidad a la altura del muslo.
La relación de tullidos de guerra contaba con un nuevo inválido, y Camboya consolidaba un liderazgo difícilmente superable: 25.000 hombres, mujeres o niños ciegos, sin brazos o piernas, incapacitados, en un país que no dispone de suficientes recambios ortopédicos para todos.En el hospital provincial que atienden médicos camboyanos y australianos, Sok Keul recuerda que perdió la pierna después de que las cuatro facciones en lucha hubieran suscrito un acuerdo en París por el que se comprometen a un alto el fuego que en Cambo ya dista mucho de haberse respetado completamente. Cuesta trabajo arrancarle algo más que monosílabos, y cuando asegura que está desesperado no acompaña esta afirmación con especiales muestras de dolor. Parece como si en Camboya, que ya ha perdido cerca de un millón y medio de sus habitantes en guerras y venganzas, se hubiera perdido también la capacidad de exteriorizar el sufrimiento. Hasta ahora sólo cobraba 4.000 rieles al mes (unas 500 pesetas). Después de haber resultado herido no ha cobrado todavía ningún dinero.
El hospital de Kompong Speu, situado a 60 kilómetros de Phnom Penh en dirección a la frontera con Tailandia, donde agoniza una de las seis personas ingresadas con malaria, cuenta con uno de los pocos quirófanos disponibles en la zona y dispone de un botiquín aceptable. "Todos los días atendemos a heridos de bala por la explosión de minas. Casi todos sobreviven. La malaria y la tuberculosis matan más", dicen los médicos australianos.
Una anciana se desgarra en llanto en un césped del centro hospitalario, con apariencia de balneario tropical. Su nieto, consumido por la malaria, acaba de fallecer muy cerca de la habitación donde el soldado inválido, con un hermano muerto en combate, recuerda cómo perdió la vida al activar la mina china en aquel camino que le llevaba a su campamento. "He luchado contra los jemeres rojos en 10 ocasiones. No les tenía miedo a ellos ni a las minas".
Hoeung Sophon, funcionario del Ministerio de Asuntos Sociales e Inválidos, informa que han censado a 233.000 personas incapacitadas o enfermas de polio tuberculosis u otras graves dolencias, un 2% de la población total de ocho millones de personas; de éstas, 20.000 son tullidos "entre nuestra gente y 5.000 pertenecen a la otra parte", en referencia al inventario de inválidos registrado en las áreas controla das por los jemeres rojos. Según el censo oficial, de los 20.000 mutilados, 12.000 son militares y el resto civiles. "Cuando han perdido una mano, una pierna o han quedado ciegos se desesperan. Piensan que han quedado fuera de la sociedad".
Piernas artificiales
Faltan piernas artificiales para todos un 30% de los cojos no las tienen y las existentes son en ocasiones esperpénticas y necesitadas siempre de una sustitución cada dos años: "Importan los materiales, pero las piernas las hacemos nosotros en 14 talleres de ortopedia". Men Run, funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores, agrega que "por el tipo de herida.sabemos de dónde vienen las minas. Por ejemplo, las proporcionadas por China generalmente amputan traumáticamente el pie a la altura del tobillo o la rodilla".El Gobierno camboyano ha dispuesto programas de rehabilitación primero y de trabajo después para sus mutilados de guerra, en actividades como la fabricación de muebles o la reparación de aparatos de radio o electrodomésticos. Depende de la lesión. "En su mayoría, los heridos viven con las familias y cobran una pensión que oscila entre los 2.000 y los 25.000 rieles. La pensión depende de la gravedad de la lesión y no cobra lo mismo un joven que ha perdido el empeine del pie que otro que ha quedado ciego, sin piernas y con una sola mano. "No se crea usted que los funcionarios cobramos mucho más", dice Sophon. Este funcionario del Ministerio de Inválidos no parece coincidir con quienes esperan vengarse, de los jemeres rojos cuando regresen a Phnom Penh. "Todas las partes piensan que su causa es la justa. Cierto también que nuestro pueblo no puede olvidar las barbaridades del pasado". Aunque Hoeung Sophon afirma que los mendigos inválidos de la capital, con 800.000 habitantes, "no pasan de 100", el número de quienes limosnean sin piernas o brazos parece mayor en las calles de la ciudad que vaciaron los jemeres rojos en 1975 a punta de bayoneta en la genocida purga ordenada por Pol Pot para acabar con la burguesía corrupta de las ciudades".
Médicos acostumbrados a los testimonios dramáticos de los heridos en la guerra de Camboya subrayan sus dudas respecto a las posibilidades del armisticio firmado en la capital francesa el 23 de octubre pasado entre el Gobierno y la agrupación guerrillera integrada por los jemeres rojos y el príncipe Norodom Sihanuk, apoyados por China y una cuarta fuerza armada respaldada por Estados Unidos. "La realidad diaria en este hospital nos dice que la guerra continúa. Existe el peligro de que sigan matándose hasta que se les agoten las municiones. La única ventaja es que al contrario de lo que ocurre en otros países, en Camboya los bandos no tienen capacidad para fabricar armamento propio. Por eso, si China deja de proporcionar armas y los jemeres rojos acaban con su arsenal no tendrán muchas posibilidades de nuevos suministros".
Bajo la anestesia
Tendida en una de las camas sin colchón del hospital, cuya única belleza reside en la exuberante belleza de su entorno, yace Nai Kpey con dos disparos en la pierna izquierda. Todavía bajo los efectos de la anestesia, no puede hablar coherentemente. Su marido, en la cabecera, relata que un destacamento de unos 100 jemeres rojos irrumpió en su aldea esta semana, a unos 10 kilómetros del centro hospitalario, cuando se celebraba una asamblea de vecinos que disputían el nuevo impuesto forestal. "Disparaban sin interrupción, sa quearon el pueblo. Se llevaron las motos, las radios, el arroz. Mi esposa vio a quien le disparó a unos cinco metros de distancia". Su relato parece verídico, aun que en el hospital hay quien dice que la familia simpatiza con los jemeres. "Eran hombres y algunas mujeres, entre 17 y 30 años, vestidos de verde y con pañuelos a cuadros". Cada día con oscilaciones en este promedio, los tres médicos australianos y 12 camboyanos atienden a 110 pacientes. Cada día y después de la paz de París, en Camboya sus habitantes se quedan inválidos por una violencia armada que las Naciones Unidas y la nueva distensión internacional se esfuerzan en detener definitivamente.
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