Facetas inéditas de una gran cantante
La primera imagen que ofrece Betty Carter es la de la debutante ilusionada y jovial. Con la pasión propia de quien cree que todavía lo tiene todo por demostrar, hizo su aparición en el teatro Alcalá ceñida de rojo intenso y avanzó decidida hasta el mismo borde del escenario para tomar contacto directo con el público. Nadie podría creer que tiene 61 años de edad y que lleva a sus espaldas 45 de carrera profesional.Lillie Mae Jones es su verdadero nombre, y Betty Be-Bop, el apropiado sobrenombre con que la bautizaron sus compañeros de profesión hace ya mucho tiempo. La voz de Betty Carter no es convencional, tiene otros matices, se mueve a otro ritmo y es el vehículo ideal para expresar otra forma de entender el swing. Con los hallazgos del bebop circulando por sus venas, está en condiciones de mirar desde otro ángulo las canciones de siempre y renovar el temario con composiciones propias.
Betty Carter & Her Trio
Betty Carter (voz), Cyrus Chestnut (piano), Jon Ariel (contrabajo) y Clarence Penn (batería). Teatro Alcalá. Madrid, 12 de noviembre. Aforo: 800 personas. Precio: 2.000 y 2.500 pesetas.
Variaciones
En el repertorio que seleccionó Betty Carter para su concierto madrileño hubo de los dos tipos, pero en ambos fue ella la que mandó exclusivamente. Cantó un The man I love diferente a todos los demás. What's new en su voz reveló facetas inéditas, y lo mismo sucedió en otra interpretación: The good five o Every time we say goodbye.
Las variaciones no sólo estaban en los arreglos, sino que también impregnaban las letras. Carter hizo muestra de un gran arte hasta cuando pidió cantando al encargado de la mesa de sonido que subiera un poco el volumen del contrabajo.
Otro de sus méritos, poco reconocido, es el de orientar y proporcionar consejo a músicos que empiezan. En el grupo que presentó el martes en Madrid había tres ciertamente prometedores que apenas deben superar los 20 años de edad.
El contrabajista Jon Ariel hizo comprometidas intervenciones con el arco y cumplió solícito con todas las indicaciones de la cantante; Clarence Penn también acertó a mantener la batería en el plano discreto exigido, y Cyrus Chestnut, un formidable pianista algo más veterano, aportó la fantasía, el espíritu del blues y la riqueza armónica que requieren los precisos arreglos, sólo sencillos aparentemente, que escribe Betty Carter.
Al final del concierto el acuerdo era unánime: había sido un placer, y un privilegio, ver tan de cerca la pura esencia de una gran cantante.
Babelia
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