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XXXVI FESTIVAL DE CINE DE VALLADOLID

La abundancia de buenas películas dificulta al jurado la selección de los premios

Lo acostumbrado es que, al final de los festivales de cine, el jurado encuentre dificultades para cubrir todos los premios previstos con títulos de películas y nombres de cineastas que se los merecen. Pero el jurado de la Seminci 91, como hace unos meses le ocurrió al de Cannes, va a encontrarse hoy ante una situación de signo contrario: dificultad no por defecto, sino por exceso de buenas películas. Esta abundancia obligará a descartar trabajos que merecen ser premiados. La proyección ayer del filme chino La linterna roja añadió más candidatos junto a los muchos vistos en días precedentes.

Está dirigida La linterna roja por Zhang Yimou, que tiene tras- de él dos obras de la envergadura de Sorgo rojo y, sobre todo, Semilla de crisantemo, película extraordinaria, perfecta, que pasó desapercibida, a causa de los politiqueos, en el Festival de Cannes de 1990 y que ahora, teniendo su éxito en España como plataforma de lanzamiento, se está abriendo paso en todo el mundo, salvo en China, donde sigue, como esta Linterna roja, amordazada a causa de su poesía corrosiva y de su fuerza transgresora. La linterna roja es, como Semilla de crisantemo, un filme que representa los mecanismos del poder familiar, en cuanto parábola del poder político, dentro de la China prerrevolucionaria. Lo terrible y hermoso del filme es que el fondo de esta nueva indagación de Yímou en el pasado feudal y despótico de la sociedad china tiene hoy una desazonadora vigencia. De nuevo la belleza y expresividad de la extraordinaria actriz Gong Li le sirven a Yimou como foco perturbador del viciado silencio que, ayer como hoy, cubre como una losa a la China libre y profunda.

Censores chinos

Algo se mueve y remueve en estas profundidades calladas, pero se intuye que explosivas, de aquel continente sojuzgado y aparentemente quieto. Gong Li, su belleza elegante y áspera, secretamente violenta, son de una elocuencia fuera de lo común, que, en manos de Zhang Yimou, se convierte en una elocuencia abiertamente subversiva. No es casual, por ello, que este filme se exhiba en todo el mundo salvo en su país. Los censores chinos, al servicio del orden que ordenó disparar a la multitud en Tiananmen, saben lo que hacen. A La linterna roja, que cerró la competición de esta Seminci, precedió en la programación el filme español Catorce estaciones, dirigido por Antonio Giménez-Rico, escrito por Enrique Larreta e interpretado, junto a algunos actores franceses poco conocidos, por los españoles Juan Luis Galiardo, Santiago Ramos, Mónica Randall y Joaquín Hinojosa. Es una película ambiciosa pero fallida. Comienza bien y crea unas expectativas que más tarde no cumple, a causa del estancamiento e inmovilidad interior a que el corsé de los diálogos somete a los personajes, que no evolucionan ni crean sensación de mutación, y por lo que al final son exactamente lo que eran al principio.

Mal asunto, sobre todo si se tiene en cuenta que la película pretende representar un viaje, un desplazamiento fisico, que nunca se refleja en un paralelo desplazamiento psíquico y dramático. El viaje se queda quieto a la media hora de proyección y ni la solvencia de los actores, ni la corrección del trabajo de realización de Giménez-Rico logran hacerle avanzar en la hora siguiente.

El mal procede de la base: de la composición del guión, que es puramente mecánica. Y el pato lo pagan los intérpretes, que se esfuerzan inútilmente por dar vida a unos personajes de cartón, sin duración anímica, nacidos muertos y prácticamente irrepresentables. De ahí que esta segunda película española en competición se quede en un discreto intento de cine comercial de calidad, pero que poco tiene que hacer en un concurso de películas tan elevado, variado y abundante como el de esta memorable edición de la Seminci.

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