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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La virtud atropellada

Doña Rosita es una obra simple, lineal: el brevísimo tema de cuento -la doncella engañada hundida en la soltería; en el novecientos, 35 años después de estrenada la obra, para que no extrañase esa desgracia de la mujer-, la deliberada ingenuidad de sus poemas y sus metáforas, la igualdad de cada uno de sus personajes. Y un punto de defensa de la condición femenina, a veces directamente expresado. El director, Simón Suárez, ha enriquecido de tal manera la obra que la ha sepultado; salvo en los momentos en que la deja transcurrir con naturalidad, y entonces le queda más bien quinteriana; y más de Antonio Quintero que de los hermanos Quintero.Le echa encima unas proyecciones de Las Manolas, no por bien hechas -Teo Escamilla-, y sugerentes, más aceptables; unos sonidos violentos y duros que se suponen de agua y tormenta y pajarracos; y una música a la que no por ser excelente -o, por lo menos, a mi gusto- y bien tocada, por la exótica Orquesta Sinfónica de Sevilla -compuesta casi enteramente por músicos centroeuropeos- puede perdonarse que dé un aire de película melodramática allá donde interviene, y mate el sonido de la palabra, que es lo único que tiene sentido en este poema, en cuando puede.

Doña Rásita la soltera o El lenguaje de las flores

Federico García Lorca (1935).Intérpretes: Asunción Sánchez, María Jesús Lara, María Alfonso Rosso, Carlos Álvarez, José Manuel Seda, Justo Ruiz, Gloria de Jesús, Nanna Sánchez, Magdalena Barbero, Matilde Flores, Consuelo Trujillo, Reyes Ruiz, Idilio Cardoso, Marga Morales, Monse Torrent, Ana Malaver, Antonio Romero, Antonio Díaz. Escenografía: Simón Suárez. Iluminación y director de fotografía del filme: Tea Escamilla. Vestuario: Pedro Moreno. Música: Manuel Balboa; interpretada por la Orquesta Sinfónica de Sevilla, dirigida por Josep Pons. Dirección: Simón Suárez. Teatro María Guerrero, 8 de octubre.

Los trajes de Pedro Moreno tienen una belleza blanca, luego negra; pero uniforma a los personajes, los amanera. Como los decorados, unas veces monumentales e imaginarios, otras intimistas y relamidos.

Es una de esas terribles obras de director: es decir, donde el director arroja pedantería sobre el texto, y un gusto propio que es el del autor. Que, felizmente, sobrenada; el calor de su poesía, la finura melancólica e irónica sobre el tiempo ido y el amor por la mujer, o por una ideación suya de la mujer, atraviesan la barrera del dinero, la ostentación, la vanidad del nuevo rico.

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