Arte chotuno
Si la fiesta brava hubiera consistido desde que nació en esa chotada con síntomas de manipulación fraudulenta que sacaron en Guadalajara para fingirles lidia y el toreo en ese arte chotuno que aplicaron Espartaco y Litri, a los toros habría ido su padre. El padre de quien fuera el responsable del invento, quiere uno decir.La pregunta sería ahora por qué, en cambio, con chotada y arte chotuno a juego, la gente sigue llenando las plazas. Buena pregunta. Que, por cierto, tiene respuesta. Y ahí va: los especialistas del choto y del choteo se benefician del dramático contenido y la carga trágica que la fiesta brava ha ido acumulando desde sus mismísimos orígenes. Torazos poderosos y feroches, alardes toreros de asombrosa temeridad o de inmarcesible belleza, cornadas terribles, muertes en la arena, han jalonado la historia de la tauromaquia a lo largo de casi tres siglos (según algunos autores, más; se remontan a Creta), convirtiendo los lances de la lidia y la propia fiesta que su práctica genera, en pura leyenda. Y las buenas gentes creen que todo sigue igual.
Sepúlveda / Muñoz, Espartaco, Litri
Toros de Sepúlveda; 1º, abecerrado e inválido, devuelto al corral y sustituido por el sobrero, de Montalvo. Los seis sin trapío, sospechosos de pitones, flojos, encastaditos y nobles.Emilio Muñoz: bajonazo (petición, ovación y salida al tercio); pinchazo y bajonazo (oreja). Espartaco: estocada corta (oreja); bajonazo descarado y rueda de peones (algunas palmas). Litri: pinchazo, otro hondo atravesado bajo, estocada atravesada, rueda insistente de peones -aviso- y descabello (aplausos y salida al tercio); estocada, rueda de peones -aviso con retraso- y descabello (oreja). Plaza de Guadalajara, 14 de septiembre. Tercera corrida de feria. Lleno.
Gentes no menos buenas, por lo demás conocedoras de los toros y su trapío, las suertes del toreo y sus cánones, saben que no sigue todo igual, incluso que está puesto del revés, pero son poquitas en la plaza. Mientras quienes las llenan, toman el choto por torazo, el choteo por arte, y se emocionan muchísimo, Dios les bendiga. Cuando Espartaco adelantaba allá el picazo de la muleta para embarcar al toro lo más lejos posible de su respetable persona, las buenas gentes le coreaban olés encendidos pues daban por sentado que aquella forma de torear compendiaba el poderío de Joselito el Gallo y la templanza de Belmonte. Cuando Litri perneaba a ritmo de balalaika las más trepidantes piezas del ballet y coros del Ejército ruso para recibir de capa a sus chotos, o los fregoteaba alborotado con la muleta, de pie o de rodillas, ora mirándolos, ora sin mirarlos, las buenas gentes pensaban que una de dos: o había revivido el Guerra, o el Litri se iba a suicidar, y les entraba gran excitación.
Más próximas al toreo que un remoto día alguien elevó a la categoría de arte fueron las faenas de Emilio Muñoz. Tampoco era para que le tocaran la Marcha Real, claro, aunque hubo en ellas un propósito de ejecutar las suertes en pureza y no traicionar en ningún momento la dignidad torera. Cierto es que la dignidad quedaba en entredicho por la inconsistencia del toro, choto donde los haya; no obstante, del mal, el menos, y Emilio Muñoz instrumentó el toreo centrado, hondo, sin trampa ni cartón que la tauromaquia dejó señalado como el verdadero.
Las crispaciones propias de este diestro, su habitual dificultad para templar las embestidas, deslucían sus faenas si se las miraba con ojo crítico; ahora bien, en este sentido no tuvo ningún problema: nadie se tomó la molestia de mirarlas con ojo crítico y las buenas gentes le jalearon con igual entusiasmo que a Chicuelo el histórico día en que se puso a ligar naturales y no paraba. De donde se deduce que toreo puro, arte chotuno, toro, burra, corte o cortijo, a las buenas gentes les da lo mismo. Y mientras les de lo mismo, la fiesta seguirá siendo esa tropelía que los taurinos montan impunemente en Guadalajara y en todas partes, con total impunidad. Y desde que hay Ley Taurina, más.
Babelia
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