El coco
Salió una corrida de toros y se pegaron un susto. No los tres espadas; sólo dos: los más jovencitos. El veterano, en cambio, si estaba asustado, no se le notó en absoluto. Antes al contrario, prendió banderillas con facilidad, dio pases meritorios, cobró un estoconazo impresionante. Quizá todo sea cuestión de costumbre. El veterano -Víctor Mendes es su nombre- se ha puesto delante de toros con toda la barba muchas veces, mientras los jóvenes -Jesulín de Ubrique y Finito de Córdoba les pusieron de alias-, toros así los han visto de cerca rara vez, o acaso ninguna. De manera. que cuando abrían el chiquero y aparecía el toro, se creían que era el coco.Jesulín de Ubrique y Finito de Córdoba tardarán en olvidar aquel día alcarreño en que les salieron toros, y descubrieron que tienen dos pitones, caraza fosca, mirada aviesa, embestida pertinaz, agresividad manifeista, en el cuello un queso-bola, en las patorras firmeza y si a cuento viene, hasta ganas de coger a la gente por la ingle.
Domecq / Mendes, Jesulín, Finito
Toros de Santiago Domecq, desiguales de presencia aunque con trapío; 3º bonito de estampa y poderoso; mansos, con dificultades; 5º condenado antirreglamentariamente a banderillas negras.Víctor Mendes: estocada corta atravesada, rueda de peones y descabello (aplausos y saludos); estocada y rueda de peones (oreja). Jesulín de Ubrique: pinchazo, media y descabello (silencio); tres pinchazos y dos descabellos (pitos). Finito de Córdoba: dos pinchazos y estocada perpendicular atravesada (pitos); pinchazo trasero bajo, pinchazo y estocada corta baja (pitos). Plaza de Guadalajara, 13 de septiembre. Segunda corrida de feria. Dos tercios de entrada.
Jesulín de Ubrique y Finito de Córdoba, sobresaltados, aturdidos, no sabían cómo ponerse delante de aquellas fieras, menos aún quitárselas de encima cuando llegaban bufando, quién podía saber con qué perversas intenciones. Finito de Córdoba seguía la norma de El Gallo -"es preferible que digan de aquí se quitó que aquí le pilló"-, y se quitaba presto. Jesulín de Ubrique también seguía esta norma, aunque no tan presto e incluso intentó dar algún derechazo. Jesulín de Ubrique tiene tan arraigado el derechacismo que si hace falta le pega derechazos a una farola. Al quinto toro, un cuajado ejemplar reservón que propendía a defenderse en la cercanía de las tablas, en vez de sacarlo de la querencia, le pegaba un derechazo allí mismo y luego lo merodeaba a prudencial distancia por si, en un descuido, le podía enjaretar otro. únicamente al que asó la manteca se le habría ocurrido semejante toreo en aquellas circunstancias.
Van para figuras Jesulín de Ubrique y Finito de Córdoba y seguramente lo serán en un futuro próximo. Ahora bien, los recursos esenciales para ponerse delante de un toro con cierto desahogo y unas mínimas garantías de lucimiento, es técnica que parecen desconocer. Mal asunto, pues se trata del abecé del toreo; así de sencillo. Sin embargo, lo más descorazonador era su total inhibición de la lidia, mientras los peones llevaban a cabo todas las tareas de brega, incluídas las propias de matadores, como colocar a los toros para la prueba del caballo, luego entrar al quite.
Estas inhibiciones y renuncias a veces son consecuencia de la falta de torería. Cuando hay torería verdadera, el torero se traga sus miedos, intenta dar al toro la lidia que requiere, asume sus responsabilidades y se justifica gallardamente ante la afición. Fue el caso de Víctor Mendes. Que sí, pudo embarcar por naturales con mejor arte al primero -bueno para esa suerte-, mas el caso es que se los dió; y al cuarto le estuvo porfiando y consintiendo sus medias arrancadas. En realidad constituyó una lección de torería que el veterano diestro estaba dictando con el ejemplo a los jóvenes espadas. Pero los jóvenes espadas no estaban para lecciones ni para ruídos. Los jóvenes espadas habían visto al coco y lo que necesitaban era mimo; mucho mimo.
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