Triunfo de Menem
CARLOS MENEM, agobiado en los últimos tiempos por las distintas crisis de la sociedad argentina y por los escándalos familiares, a quien hace apenas tres meses se daba casi por liquidado, ha salido muy fortalecido de los comicios celebrados este domingo en Argentina para renovar un tercio de la Cámara de los Diputados y elegir a 12 gobernadores de provincia. Parece evidente que para los más de 17,5 millones de argentinos convocados el domingo a las urnas pesó más la esperanza de una sustancial mejora de la coyuntura económica que el conjunto de los escándalos, el indulto a los militares de la dictadura o los gestos extravagantes del propio presidente.La clave reside probablemente en lo que se denomina ya efecto Cavallo, en alusión a la gestión del ministro de Economía, Domingo Cavallo, y sus asesores. En poco más de medio año de trabajo de este cuarto equipo económico del Gobierno de Menem, la tasa de inflación ha bajado a un insólito 1,3% en el mes de agosto, mientras el dólar se mantiene inmóvil por debajo de los 10.000 australes.
Al optimismo interior generado por la gestión de Cavallo se ha unido recientemente un espaldarazo del Fondo Monetario Internacional (FMI) en forma de un crédito puente de 1.040 millones de dólares el pasado julio y la evidente posibilidad de que Argentina pueda acogerse en breve al Plan Brady de reducción de la deuda externa (60.000 millones de dólares). La bonanza económica también ha sido decisiva para que el Gobierno acordara con la Banca Morgan la emisión de 100 millones de dólares de eurobonos, lo que ha vuelto a colocar al país en los mercados financieros internacionales.
Pero, además de la buena marcha de la economía, no debe descartarse la influencia de la habilidad de Menem en el éxito electoral. El presidente ha demostrado tener intuición y capacidad de maniobra. Entre otros aspectos, al seleccionar a candidatos de indudable tirón popular con los que derrotar a políticos firmemente establecidos en sus propios feudos tradicionales. Es el caso del cantante Ramón (Palito) Ortega o del ex piloto de Fórmula 1 Carlos Reutemann. Ortega, por ejemplo, ha conseguido lo que parecía imposible: derrotar en Tucumán al ex general de la dictadura Antonio Bussi. Reutemann, por su parte, ha vencido en el feudo radical de Santa Fe.
Con gran pragmatismo, Menem, que hace poco más de dos años llegó al poder en representación del peronismo tradicional, ha sido capaz de cambiar radicalmente la definición del justicialismo. Con su apoyo decidido a la dura política económica liberal y un alineamiento absoluto con Estados Unidos -superior al de la mayor parte de los países de América Latina-, el presidente ha desbaratado los fundamentos ideológicos del peronismo histórico y ha conquistado la adhesión de la oligarquía tradicional a costa de los clásicos descamisados. La esencia de lo que tradicionalmente se consideraba peronismo parece reducida a la mínima expresión. El sindicalista Saúl Ubaldini, la pesadilla del anterior presidente, Raúl Alfonsín, contra quien organizó hasta 13 huelgas generales, consiguió un insignificante porcentaje en su intento de conquistar la gobernación de Buenos Aires. Mientras, el voto de protesta contra la dura política económica parece haberlo capitalizado nada menos que el ex teniente coronel golpista Aldo Rico -que obtuvo apreciables resultados en la capital-, beneficiándose del previsto desastre de una izquierda argentina atomizada y en desbandada, perpleja y sin respuesta ante el hundimiento del comunismo.
En la lista de derrotados del pasado domingo en Argentina destaca el ex presidente Raúl Alfonsín. Los dos únicos radicales que han conseguido salvarse de la quema han sido Eduardo Angeloz en Córdoba, que ganó por tercera vez la gobernación de la provincia, y Fernando de la Rúa, que triunfó al frente de la lista de diputados de la Unión Cívica Radical (UCR) en la capital. Tanto Angeloz como De la Rúa son opositores a la línea de Alfonsín dentro del radicalismo. Los candidatos que apoyaba el ex presidente fueron destruidos electoralmente, lo que pone más en entredicho su liderazgo. Alfonsín sufre el mismo mal que otros reformadores en el mundo: que los cambios conllevan su desaparición.
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