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Tribuna:LA REVOLUCIÓN DE AGOSTO
Tribuna
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Una crisis de identidad amenaza a la CE

IGNACIO CEMBRERO, Como ya sucedió hace casi dos años, cuando la caída del muro de Berlín abrió el camino de la unificación alemana, la desintegración ahora de la URSS reactiva en varios Estados comunitarios el temor a que el proyecto de unión política (UP) europea, que debería aprobarse dentro de tres meses en Maastricht (Holanda), quede paralizado o salga recortado y empobrecido. Ese miedo es especialmente palpable en España, cuyo Gobierno apuesta a fondo por la integración europea, y el ministro de Exteriores, Francisco Fernández Ordóñez, no duda en afirmar que los acontecimientos en la URSS ejercen una "influencia negativa" sobre el proceso de la UP, que se encuentra en una situación "peligrosísima".

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Su número dos, Francisco Villar, secretario general de Politíca Exterior dijo en voz alta lo que buena parte de sus homólogos piensan sin arriesgarse a manifestarlo en público: Alemania "parece sentir algo menos de interés por la construcción europea", porque vuelca, en cambio, su atención en estrechar lazos con un hinterland que se amplía a medida que nuevas repúblicas salen de la órbita soviética -(véase EL PAIS del 6 de septiembre).

A las bromas que se gastan en las administraciones nacionales sobre el poderío económico alemán se suman ahora otras sobre el egocentrismo de Alemania. El eje París-Bonn, auténtico motor de la integración comunitaria, ha sido sustituido, se ironiza, por un eje Bonn-Berlín. Nada en las declaraciones de los responsables alemanes permite deducir que se han olvidado de la construcción comunitaria, aunque el jefe de su diplomacia, Hans Dietrich Genscher, también insiste en que este proceso no debe ahondar distancias con sus vecinos, las jóvenes democracias orientales, huérfanas políticas desde la desaparición del Pacto de Varsovia. ¿Sería entonces conveniente parar la marcha de la UP para esperar a las democracias rezagadas?

Para satisfacer a los ex satélites soviéticos, que, además de las enormes ayudas económicas, desean establecer lazos políticos con la CE -el primer ministro húngaro, Jozsef Antall, dirigió una carta pidiéndoselo a su homólogo holandés, Ruud Lubbers-, algunos Estados como Alemania barajan ya la idea de asociar parcialmente a las democracias orientales a las sesiones en las que se formulan las posiciones comunitarlas en política exterior.

Unión diluida

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La UP corre así el riesgo de quedar algo diluida, con tanta más razón, ya que la presidencia holandesa acaba de someter a sus socios el último borrador del proyecto, que deberá ser adoptado dentro de tres meses, y que, bajo el ambiguo título de Hacia la unión, supone un paso atrás con relación a la última versión presentada por Luxemburgo.

En aras a dar satisfacción al Reino Unido, el socio más reacio, el nuevo texto mantiene la actual cooperación política en política exterior apenas reforzada con un tenue mecanismo de acción común. El capítulo de seguridad común, que no incluye la defensa, aplaza la toma de decisiones a la celebración de la cumbre de la OTAN en noviembre, y se carga la codecisión entre la Comisión Europea y el Parlamento.

Si el carácter descafeinado del proyecto era de esperar por parte de una presidencia afin a las tesis británicas y que, sobre todo, desea cumplir su cometido de concluir el proceso en díciembre, ninguno de los pesos pesados de la CE está en condiciones de enderezarlo. A la dedicación alemana a su frente oriental se añade el despiste francés en política exterior, ilustrado por la errónea apreciación que hizo, el 19 de agosto, el presidente François Mitterrand del golpe en la URSS.

Si, como resumía un diplomático español, "Alemania ha cambiado de brújula y Francia la ha perdido", el Gobierno italiano es visto desde Madrid como demasiado absorto en sus problemas internos para actuar como locomotora europea, y los demás, incluida España, "apenas pueden tirar de un tren de cercanías", reconoce un alto cargo de Exteriores.

El resultado previsible del Consejo Europeo de Maastricht es, por ahora, el de una Europa descompensada en el que, frente a una resplandeciente unión económica y monetaria -la última propuesta holandesa obtuvo prácticamente el consenso- la unión política se quede en muy poca cosa. "Si Europa es sólo un gran mercado, piensa Fernández Ordoñez, "España no gana mucho en esa operación".

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