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La becerrada de los zapateros

Bartolomé Ortega, Rincón, MoraToros de Felipe Bartolomé, tres anovillados, tres terciados. Ortega Cano: tres pinchazos y estocada trasera resultando cogido; la presidencia de perdonó un aviso (ovación y salida al tercio); sufre puntazo en una pierna de pronóstico leve. César Rincón: estocada y dos descabellos (ovación y salida al tercio); media estocada caída y rueda de peones (palmas y algunos pitos); cuatro pinchazos y estocada corta tendida (algunos pitos). Juan Mora: pinchazo, media estocada tendida baja y rueda de peones (aplausos y saludos); dos medias atravesadas bajas (silencio). Plaza de Vista Alegre, 19 de agosto. Tercera de feria. Cerca del lleno.

Parecía la becerrada de los zapateros. Lo cual no impidió que uno de los becerros (supuestos o presuntos) le pegara a Ortega Cano una cornadita. Eso de la becerrada de los zapateros lo dijo uno llegado de Madrid, no porque hubiera visto alguna vez ese tipo de festejos, que ya no se dan, sino porque se lo contó su abuelo. El abuelo solía relatar aquellas mañanas de domingo en Las Ventas, con la plaza llena para presenciar las habilidades toreras de la gente guapa del gremio zapateril; aprendices marchosos dispuestos a probar fortuna por si salía bien la faena y acababan comprándose una huerta en Hortaleza. Casi ninguno lo conseguía y, en cambio, muchos se llevaban una cornada, porque las becerras tienen cuernos para eso.

Los toros también tienen cuernos para eso, y con mayor motivo. Nadie quiere que los utilicen, naturalmente, y todo el mundo lamenta que acierten en las carnes de un aprendiz de zapatero o de una figura del toreo, pero si no exhibieran cornamentas amenazantes la fiesta de toros, el arte de torear, la gloria táurica (y, claro, su contraste: la tragedia) ni existirían. Con toros como los que sacaron ayer a la oscura arena bilbaína, si el ejemplo cunde, lo más probable es que la fiesta deje de exitir. Toros abecerrados, toros que apenas pueden soportar un puyacito, lo más probable es que no causen tragedia, desde luego, mas tampoco dan gloria ni inspiran el arte de torear. El propio Ortega Cano se esforzaba en conseguirlo y no le salía. A la de matar tampoco acertó, salvo a la cuarta, y entonces fue cuando el toro chico le volteó pegándole la cornadita.

César Rincón hizo los mismos esfuerzos pintureros en el segundo, con parecidos resultados artísticos a los de su colega, y Mora, en el tercero, se puso a muletear retorcido, despatarrado, metiendo horroroso pico. Los restantes toros salieron un poco talluditos, asimismo un poco ásperos y ni Rincón ni Juan Mora, pudieron con ellos. Como si se les hubieran fundido los plomos de las ideas, tal cual estuvieron Juan Mora y César Rincón. También ellos parecían aprendices. Aunque el abuelo contaba que los del gremio de zapateros ponían mucha más Ilusión en la tarea.

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