Imaginación o historia
Según cuenta la tradición, hace más de mil años, los visigodos fundaron un pequeño núcleo urbano entre las colinas del valle del Jarama. Alejados totalmente de otros asentamientos humanos, permanecieron ajenos a las invasiones, avatares y acontecimientos que se fueron sucediendo, durante siglos, en la península Ibérica. De esta manera, Patones de Arriba mantuvo sus propias señas de identidad, formándose un reino independiente del resto de España.Eran gobernados por un monarca elegido entre los habitantes, conocido como el rey de los patones; se regían por códigos jurídicos de base germánica, y socialmente se organizaban de una manera diferente a las poblaciones más cercanas. Incluso hay viajeros que aseveran que a principios de este siglo los patones mantenían aún características faciales nórdicas.
Las anédcotas sobre este municipio madrileño son innumerables. La historia, relatos, fantasías y exageraciones se mezclan a la hora de hablar de él. Hay quien asegura que Felipe II se dirigía al supuesto rey de los patones de igual a igual. Escritores del siglo XVIII, como Antonio de Pons, afirman haber estado durante un viaje por la comarca a pocos pasos del visigodo monarca. Otros autores hablan de expediciones militares, durante la época de Carlos IV, para someter a tan independiente reino. Hasta el mismo Julio Caro Baroja defendió la existencia de este pueblo madrileño-germánico.
Lo que si es seguro es que durante el siglo XIX muchos de los pobladores de Patones decidieron acabar con su aislamiento. Atravesaron las montañas y fundaron un nuevo pueblo a pocos kilómetros, Patones de Abajo.
Los aspectos más sorprendentes del municipio son su construcción y emplazamiento. Las casas, todas ellas de pizarra, se agolpan en torno a una colina. Suelen tener dos alturas, y una gran parte se halla en estado ruinoso. Las calles son escarpadas y carecen de asfaltado. El agua corriente no llega a las viviendas, aunque muchos habitantes suplen su carencia con mangueras unidas a fuentes cercanas. Poco a poco, muchas de las viviendas comienzan a ser rehabilitadas. Están surgiendo tiendas de antigüedades, cerámica y restaurantes. Estos últimos poseen sonoros nombres con reminiscencias visigodas. El pueblo conserva bellos rincones para recorrer con tranquilidad.
Llegar hasta el municipio es algo complicado, ya que la carretera no se encuentra en buenas condiciones. Sin embargo, el esfuerzo merece la pena. Se descubre un sorprendente núcleo urbano, en el que se pueden realizar sabrosas compras. Los apicultores de la zona venden sus productos a la entrada del pueblo, Diferentes tipos de miel, ceras, jalea o pólenes se pueden adquirir a buen precio en Patones de Arriba.
Creerse o no las historias sobre Patones depende de nuestra imaginación. Intentar encontrar una respuesta al enigma es fácil: alejándose 60 kilómetros al noreste de Madrid.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.