"Si volvemos, Sadam nos mata"
Los refugiados shiíes seguirán en Irán mientras no caiga el líder iraquí
"Si volvemos, nos mata", asegura con verdadero terror Sajra, una iraquí del campo de refugiados Shajaki Ansar, a unos 150 kilómetros de Ahwaz. Sajra, envejecida joven de 27 años, que ya es madre de seis hijos, se refiere al presidente de su país, Sadam Husein, al que responsabiliza de la huida masiva de sus compatriotas. El mismo temor es compartido por los cerca de 60.000 shiíes iraquíes acogidos en la provincia iraní de Jusistán. Las autoridades de Teherán se preparan para facilitar su permanencia a largo plazo.
Mientras los medios de comunicación iraníes se hacen eco a diario del regreso a su país de nuevos grupos de iraquíes refugiados en el norte de la república islámica, los refugiados del Sur no dan muestras de querer volver a casa. El jefe de misión del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Teherán, Omar Bajet, confirma esa tendencia. "En este momento existe un movimiento en los dos sentidos a pequeña escala, pero apenas han regresado unos pocos miles", asegura Bajet. De los que abandonan los campamentos, muchos se han instalado en casas de familiares y amigos iraníes."La situación es impredecible", afirma por su parte un embajador acreditado en la capital iraní, en referencia a un potencial nuevo estallido en el sur de Irak, donde miles de opositores shiíes permanecen atrapados en las marismas cercanas a Basora. Aunque en medios diplomáticos se considera exagerada la cifra de entre 400.000 y 800.000 avanzada por Teherán, la confirmación por parte de una misión de la ONU de que el Ejército iraquí está reprimiendo a esa comunidad confirma el riesgo de nuevas huidas masivas.
"Entiendo que hasta que no se vaya Sadam no habrá solución", manifiesta a esta enviada especial el responsable del campo Shajaki Ansar, Abdelkarim Jateb. El momento de regresar "depende de ellos [los refugiados] y del Gobierno iraquí". "Mientras estén aquí", añade, "les atenderemos".
"Sadam nos detesta, no nos quiere", responde Sajra cuando se le pregunta la causa del éxodo. La mujer asegura que ni ella ni su marido participaron en las revueltas, pero enumera una larga lista de parientes que han sido ejecutados por el régimen de Bagdad. Sajra recela de dar detalles familiares por temor a represalias, y tan sólo cuenta que es de Amara, a pocos kilómetros de la frontera con Irán, y que llegó hace tres meses.
El hecho de que Irán e Irak hayan estado en guerra hasta hace escasos tres años no parece haber afectado al sentido de solidaridad islámica ni despertado tensiones. "En primer lugar, son musulmanes como nosotros", declara Jateb; "en segundo, los seres humanos cometen errores, y en tercero, la gente fue obligada a luchar contra Irán y nosotros luchamos contra el régimen, no contra el pueblo". El responsable del campamento precisa que es de Dezful, una de las ciudades más destruidas durante los ocho años de conflicto fronterizo.
Shajaki Ansar es casi un embrión de pueblo. Instalado sobre el esqueleto de un antiguo campamento para desplazados de la guerra con Irak, cuenta con electricidad, baños y agua corriente comunal. En lugar de tiendas de campaña dispone de contenedores, lo que da un aspecto menos provisional al conjunto.
Varios de ellos hacen las veces de mezquita, e incluso se ha organizado una escuela primaria -"con profesores iraquíes"- y un par de tiendas de frutas y verduras. Entre los cabezas de familia han elegido a dos representantes para canalizar sus dificultades.
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