Un bosque lleno de vida
Si el escritor Primo Levi se preguntaba quién dijo que los muertos no tienen poderes, lo hacía para reafirmar la inextinguible presencia y voluntad de los asesinados por los nazis, abrazaba sus recuerdos de Auschwitz. ¿Por qué no admitir mayores poderes aún en los muertos sin la muerte, los desaparecidos de Argentina? Con sus pañuelos blancos, las madres argentinas que hoy son ciudadanas israelíes recorrieron los vericuetos del poder político en Jerusalén, alentando a los líderes parlamentarios democráticos; presionaron y amenazaron a los partidos de derecha; apremiaron a los periodistas, escritores académicos, y lograron que el Fondo Nacional Judío (Keren Kayernet Le Israel) aceptara entregar las tierras fiscales necesarias para plantar el bosque de los desaparecidos en Argentina, al borde de la carretera que va de Tel Aviv a Jerusalén, a unos 25 kilómetros del Mediterráneo, en las colinas boscosas de Bet Shean.Un poeta polaco escribió, pensando en los desaparecidos argentinos, que un solo desaparecido altera el equilibrio del mundo. Una de las tantas formas de restablecer el equilibrio violado puede ocurrir a través de este bosque.
La vitalidad, alegría y honestidad que surge de cada árbol, y la definitiva memoria que un árbol puede perservar sobre la Tierra, hará que en ese rincón los desaparecidos sean más presencia que memoria. La fecunda actividad de los árboles, cada hora, cada día, cada siglo, la maravillosa voluntad de los árboles de mantener su presencia sobre esta Tierra es seguramente una expresión de la voluntad de los desaparecidos. El poder de los desaparecidos.
La asociación que organizó la idea del bosque, tomó el nombre de Memoria, y es conmovedor contemplar unidas la grafía española y la hebrea. Así he sentido el poder de los desaparecidos argentinos en diferentes idiomas, múltiples culturas, en las oraciones de grandes religiones y pequeñas sectas difusas. Un artículo sobre la desaparición de los periodistas argentinos en la Columbia Review of Journalism dio nacimiento al Comité para la Protección de los Periodistas, que se extiende hoy por todo el mundo, con la presidencia del venerable Walter Cronkite.
En el reciente viaje a Israel me convocaron a ofrecer un árbol por algún desaparecido que me fuera cercano. ¿Qué es cercano? Muchos son para mí un rostro esfumado en el fondo de una celda antes que los militares los llevaran al fusilamiento, a la tortura, al fondo del mar, a una fosa común. Son más que algo cercano, ya que son parte inseparable de lo que ahora soy, del verdadero mundo al que pertenezco y que no es este mundo. Otros tienen nombre y el recuerdo de unas pocas palabras intercambiadas para dar nos alimento entre una sesión de tortura y otra, entre una paliza y otra, una cercanía que comenzó en un infierno y terminó con un genocidio. Y otros eran amigos queridos, colegas, personas con quienes compartía algunos sueños, ideas y no poca alucinaciones; otros fueron complicadas relaciones inmersas en el debate y la controversia. Pensé que 300 árboles representan esos rostros y cubrían todas esas horas de memoria y flagelación en que quedé sumergido para elegir un nombre. En definitiva, decidí el número, pero no ofrecí ningún nombre. En su momento ire a consagrar esos 300 árboles que he entregado, e irán también quienes ya en conjunto han donado casi 3.000. También irá a bendecir el bosque el rabino Marshall Meyer, quien, desde su púlpito en la sinagoga Bet Yeshurun, en el West Side de Nueva York, ha predicado a su comunidad para que participe en esta iniciativa, y se ha dirigido a organismos de derechos humanos de Estados Unidos y Canadá para que estén presentes con sus propios árboles con la misma generosidad con que actuaron en los años de la dictadura militar. El rabino creó en Buenos Aires el Seminario Rabínico Latinoamericano, y fue miembro de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas CONADEP, que presidió el escritor Ernesto Sábato.
Me pregunté si el primer monumento a los desaparecidos en Argentina debía estar en Israel. ¿Por qué no, si esas madres así lo han decidido? De todos modos, habrá monumentos donde quieran tenerlos quienes perciban el poder de los desaparecidos, en muchos países, en miles de formas.
El bosque tendrá un arco de acceso, donde, en hebreo y castellano, dirá "Nunca más", un parque para que en los días festivos los seres humanos se unan a esos árboles, juegos para que los niños confirmen el futuro que pretendieron eliminar los genocidas, porque la idea de futuro les asusta, ruidosos y callados, furiosos y apacibles, crecen, cambian sus rostros. Este bosque, además, nunca olvidará: nombres de todos los desaparecidos argentinos quedarán grabados en las piedras eternas de la Tierra Santa.
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