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El Papa llama a la reconciliación a polacos y ucranios

Francesc Valls

Juan Pablo II pidió ayer a ucranios y polacos que se reconcilien. El Pontífice recomendó que no volvieran a encenderse las hogueras de "viejos nacionalismos y aversiones". Esas palabras cobraron especial importancia dado el lugar geográfico en que se pronunciaron: Przemysl, junto a la frontera con la república soviética de Ucrania.

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El templo de la discordia

En esa zona, escenario histórico de guerras y mosaico de lenguas y culturas, paradójicamente es una misma religión -la católica- la que divide a los ciudadanos en seguidores del rito latino y del bizantino. El problema es el conflicto por la posesión de templos que ha traído la caída de los regímenes totalitarios.La tensión era patente en las calles poco antes de la llegada del Pontífice a la ciudad de Przemysl. La policía polaca había separado a los seguidores de ambos ritos. Los ucranios procedentes de la URSS -unos 30.000- debían mostrar su pasaporte e invitación para acceder a lugares perfectamente delimitados.

Estos católicos de rito bizantino (uniatas) explicaban que ellos no ponen impedimentos a la cesión de templos para los católicos de rito latino (la mayoría, unos 280.000, son polacos) en Ucrania. Pero aseguraban que en Polonia no se da esa reciprocidad, a pesar de que son 350.000 los uniatas de origen ucranio y nacionalidad polaca que viven en ese país.

El problema de fondo es producto del diseño fronterizo que siguió al reparto de Yalta y por las posteriores medidas tomadas por las autoridades soviéticas y polacas.

Decisión salomónica

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Para llevar las aguas a su cauce, el Papa decidió ayer ofrecer en propiedad a los uniatas el templo del Sagrado Corazón de Jesús de Przemysl, que elevó a catedral. Una decisión salomónica, después de que hace dos meses los católicos polacos de rito latino ocuparan la iglesia de Santa Teresa, que debería haber pasado a los de rito bizantino. La solución tomada por el Papa ayer no contentará probablemente a nadie. Con ella, no obstante, Juan Pablo II ha intentado poner fin a esa guerra de nacionalismos y desprecios que ahora tiene su plasmación en un peculiar combate por los altares.Por ello, el Pontífice abogó ayer por "el perdón de antiguos errores". "Reencender los viejos nacionalismos y aversiones sería actuar contra la identidad cristiana, sería un anacronismo chocante, indigno de dos pueblos" que, añadió el Papa, deben "construir conjuntamente la Iglesia; una, católica y apostólica, independientemente de la pertenencia al rito".

Mientras, sin embargo, en la calle, las espadas seguían en alto. Las banderas ucranias eran portadas por los uniatas, al tiempo que las polacas colgaban de los mástiles. Los sacerdotes de uno y otro rito rehuían el enfrentamiento en sus declaraciones a la prensa. La policía colaboraba en el mantenimiento del orden sugerido por los católicos de rito latino, con los que han mantenido todo tipo de colaboración mientras ha durado la ocupación de la iglesia en litigio.

Nadie ha puesto en duda, por el momento, la buena intención de Juan Pablo II con su llamada a la reconciliación. Pero la decisión de ceder un templo no inicialmente previsto a los uniatas es considerada por éstos como una concesión al nacionalcatolicismo polaco. Los propios ocupantes del templo manifestaron a los periodístas que la cúpula eclesial de su país se ha visto sometida a las presiones del nuncio de la Santa Sede para ceder la iglesia en cuestión a los católicos de rito bizantino. No obstante, todos dicen que aceptarán la decisión del Papa.

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