La obra cumbre de Kurosawa
No tiene sentido intentar ahora, 35 años después de su estreno, un comentario crítico de Los siete samurais, película que es por sí sola un capítulo de la historia del cine (inspirada en ella, Hollywood realizó años después Los siete magníficos, un divertido western dirigido por John Sturges e interpretado por Yul Brynner y Steve McQueen) y para muchos la obra cumbre de Kurosawa. Ahora, el nombre de este cineasta está en boca de todos, pero cuando esta película se estrenó sólo hablaban de él los admiradores que Rashomon dejó en Europa a su paso por el festival de Venecia de 1950 y un puñado de cinéfilos iniciados en el resto de su obra.Los siete samurais ganó el oscar a la mejor película extranjera en 1956 y unos meses antes, también en el festival de Venecia, un León de Plata que le venía corto a una obra de estos vuelos. La versión integral de la película, tal como Kurosawa la concibió, tiene una duración de 203 minutos, es decir tres horas y 23 minutos. En una segunda versión, recortada por la productora japonesa del filme, la duración fue reducida a 160 minutos: 43 menos que la integral, unas dos horas y 40 minutos. Finalmente, algunas distribuidoras occidentales achicaron aun más el filme, que en algunos casos fue embutido en dos horas, convirtiéndolo en una sombra de sí mismo, si se tiene en cuenta, por ejemplo, que una de las escenas de la película (la pelea entre Mifune a pie y varios bandoleros a caballo) cuya duración original es de casi 15 minutos, se quedó tras esta agresión en cinco escasos. El trepidante y matemático ritmo del Filme se quebró, se vino abajo.
Los siete samurais
Dirección: Akira Kurosawa. Guión: Shinobu Hashirnotu, Hideo Oguni y Akira Kurosawa. FotograCia: Asalchi Nakal . Música: Furnio Hayasaka. Japón, 1955. Intérpretes: Toshiro Mifune,Takashi Shimura, Keiko Tsushirna, Yhuk1ka Shumakazi, Karnatari Fujiwara, Daisuke Kato, Ko Kimura, Minoru Chiaki. Estreno: cine Renoir.
Testimonios
Dijo de ella en Le Monde Jean de Baroncelli: "Esta obra no es un simple western japonés. Virtuosismo, sentido extraordinario de la descripción visual, un concepto del ritmo que desconcierta y maravilla". Y Claude Mauriac en Le Figaro Litteraire: "Cambios de ritmo tan valientes como inteligentes. Y su poesía, con una elegancia de actitudes, unos paisajes acordes a la nobleza de los rostros, un sentido de la especificidad cinematográfica".Escribió también F. Gaffary en el periódico Liberation: "Una de las cumbres del cine espectáculo. Todo es excepcional, desde el desfile de los guerreros hasta la batalla final. Todo hace que el filme tenga un efecto excitante. Se sale de él extenuado y liberado".
E infinidad de testimonios como estos, todos ellos de primera hora, dichos por gente que sabe ver cine a bote pronto, que no necesitó de la sanción del tiempo para darse cuenta de que acababa de ver una obra imperecedera, una de las combinaciones mejor equilibradas entre poesía y aventura, entre cine-espectáculo y cine-conocimiento, que se han visto nunca en una pantalla.
Y además allí, en esta película que es la obra cumbre de Kurosawa está Toshiro Mifune, aquella furia humana, en estado de trance, en la que puede considerarse sin demasiado riesgo la mejor actuación de un genio de la actuación.
De Toshiro Mifune se ha escrito que nunca hubo ni probablemente habrá un actor que logre contagiar al espectador hasta el punto de hacerle saltar literalmente de su butaca. No es exageración.
Viene esto a cuento de un pase de la versión Integral de los siete samurais en la Cinemateca de París en 1962.
Fue una sesión memorable en la que -cosa rarísima y pocas veces vista en una sala de cine el público se puso en pie unánimemente, cortando la proyección durante varios minutos, y eso tras ver la secuencia donde Toshiro Mifune vigila el bosque e imita los movimientos de rastreo y de olfateo de un perro sabueso entre la maleza.
La proyección de los siete samuraís se cortó y el público siguió ovacionando a la pantalla blanca. Hasta que de nuevo se hizo el silencio, la oscuridad volvió, el proyeccionista recuperó la escena y esta se repitió, para que la proyección continuase, sin respiro, hasta llegar a ese su liberador y extenuante final, en el que lágrimas y sonrisas se entremezclan y convierten en otra cosa, en otra respuesta de orden superior.
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