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44º FESTIVAL DE CANNES

La sección oficial ofrece por primera vez en muchos años películas de gran variedad y riqueza

Notable selección de películas en concurso la que ofrece Cannes 91. Hacía muchos años que no se veía tanta variedad y riqueza en la sección oficial a concurso. El estadounidense Spike Lee, el polaco Krysztof Kieslowski y el chino Chen Kaige están a la altura de su fama con Jungle fever, La doble vida de Verónica y La vida en una cuerda, respectivamente. Bix, del italiano Pupi Avati, y Malina, del alemán Werner Schroeter, están por debajo de las anteriores, pero aportan una buena dosis de riesgos y buscan caminos no sabidos. El francés Patrick Bouchitey, con Luna fría, hace el papel de oveja negra con un filme rutinario. Es la excepción. Por suerte, la norma son películas con ambición e identidad indiscutibles.

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Se esperaba con ganas Jungle fever, escrita, producida, dirigida e interpretada por el cineasta norteamericano Spike Lee, que en tres años y con dos películas se ha ganado celebridad en todo el mundo. No la va a perder con su nueva obra, aunque probablemente tampoco logre aumentarla. Es una buena película de dos horas de duración que en la hora final se le va a Lee de las manos y no resuelve convincentemente las intrincadas relaciones interpersonales e interraciales que con tanta precisión y facilidad plantea en la primera hora.La banda sonora es del músico Stevie Wonder, que está aquí, en Cannes, y por desgracia, aunque suena bien por sí sola, en la película disuena. En cambio, las interpretaciones de John Turturro, Anthony Quinn, Annabella Sciorra, Wesley Snipes y el propio Lee son precisas y están admirablemente acopladas entre sí. El cineasta sigue adentrándonos con dureza y radicalidad en la situación de los negros en la sociedad estadounidense.

No da Spike Lee, en este sentido, tregua a nadie, ya sean los racistas blancos, los racistas negros, o los racistas blanquinegros. Le preguntaron ayer qué es para él un negro. Lee respondió con este elocuente laconismo: "Un color". Casi todo está dicho ahí: un simple color es fuente de una enorme tragedia colectiva.

Idéntico camino

Había también mucha curiosidad sobre por dónde podía ir el cine de Krizstof Kieslowski después de sus largos años dedicados al famoso Decálogo. Pues bien, va por idéntico camino Hasta el punto de que vista La doble vida de Verónica se habla ya aquí de Onceálogo.La película se divide en dos partes complementarias, ambas protagonizadas por la actriz francesa Irène Jacob. La primera transcurre en Polonia y la segunda en Francia y existe una superioridad abrumadora de la primera sobre la segunda, y no porque ésta sea mala, sino porque la primera es excepcional. Es, por tanto, una buena película desequilibrada, que se verá en todo el mundo pese a su carácter extraño y misterioso, sin que llegue a ser hermético.

Hermética y mucho es, por el contrario, Malina, del alemán Werner Schroeter, donde la francesa Isabelle Huppert lleva a cabo un esfuerzo interpretativo abnegado y extenuante. Pero el resultado, pese a la última y brillantísima secuencia final, no está a la altura de las pretensiones del director, que adolecen de sobrecarga literaria e intelectual. Lo cierto es que el filme desalienta al espectador y queda en la memoria como una especie de galimatías indescifrable, más aparatoso que profundo. Hermética es también La vida en una cuerda, del chino Chen Kaige, creador de las maravillas poéticas de Tierra amarilla y El rey de los niños. Pero tras su hermetismo, resulta fascinante. Hay en la película imágenes inolvidables, cadencia y estilo inimitables, magnetismo, poesía visual pura y a veces exquisita.

Difícil para un occidental

Kaige nos sitúa dentro de una fábula, de una parábola, difícil de entender para un occidental. El cineasta chino, después de tres años de vagabundeo por Europa y América, volvió a China y se sumergió y ahora nos sumerge en ella. Sus pasos son firmes y camina como por su casa dentro del laberinto de las tradiciones, la cultura ancestral y el folclor de su país. Pero nosotros necesitaríamos, además de un traductor de sus palabras, otro que traduzca sus símbolos para poder orientarnos.Todo esto tiene aquí mucho sentido y es impagable en un festival de cine que, como el de este año en Cannes, busca y encuentra innovaciones, aventuras incluso, dentro de la evolución del lenguaje cinematográfico actual. Cada día, en las pantallas del palacio de La Croisette, nos adentramos en algún territorio no explorado del drama, de la narrativa, de la luz y de la imagen de nuestro tiempo. Y así, después de docenas de películas en las retinas, el cansancio de los ojos se convierte en descanso.

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