¡Ele!
En este mundo traidor en el que aparentemente nada mejora, resulta reconfortante comprobar que hay enseñanzas que calan en el ánimo de algunos sectores, hasta el punto de crear escuela. A mí, en particular, y a pesar de la actitud escandalizada de la opinión pública -siempre tan pusilánime en estos temas-, me ha parecido enternecedor que en España tengamos senadores capaces de hacer cosas trascendentales, como votar con los pies. Quiere ello decir que tantos años de Unicef no han sido en vano.Porque, a veces, te desanimas. Una Navidad tras otra te entregas al esforzado ejercicio de comprar docenas de chritsmas realizados por admirables artistas del pinrel con pincel, mientras te preguntas si servirá para algo. Pues sí: al menos, el ejemplo cunde, y nuestros senadores han demostrado que los pies no se tienen sólo para rascarlos o bailar sevillanas.
Voilá la virguería. Nada por aquí, nada por allá. Un toque de dedo gordo a tiempo y se produce el milagro de los votos y los peces, y ya me gustaría saber -siempre nos quedaremos con la duda- si se habría anulado el contubernio de no hallarnos en plenas elecciones.
Y, hablando de elecciones. Me da un no sé qué tipo Emmanuelle pensar que votaremos a personal cualificado en la manipulación de la extremidad más inferior. Quizá se han entrenado en casa, rascándole a su señora el ombligo o lo más parecido que las mujeres tenemos a un botón, según Master, Johnson y casi todo el mundo sabe.
Lo más impresionante de esta historia es que quedan tantas y tantas y tantas estupendas leyes por votar que la exhibición va a dejar en pañales a Milikito. Incluyendo la de Seguridad Ciudadana, que dentro de nada nos obligará a sentar un poli a la mesa.
Ay, qué excitación.
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