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El héroe electrónico

Del Vietnam no pudieron traerse a ningún héroe: hubieron de conformarse malamente con la imagen desesperada del coronel Marlon Brando en la asfixiante jungla de Coppola. Demasiado lejos quedaba ya la Segunda Guerra Mundial, con sus Eisenhower, sus Patton y Mac Arthur, héroes incrustados en la historia, carentes de la operatividad de la leyenda vigente, que es lo que la sociedad norteamericana necesita para su voraz consumo. El sueño americano está tejido con sucesivas confirmaciones de identidad heroica; en realidad, como todos los imperios que en el mundo han sido.La guerra del Golfo significó un auténtico bálsamo. Le ha permitido proclamar a Bush, con la absoluta aquiescencia de todo Occidente, que sólo Estados Unidos está legitimado éticamente para acaudillar al mundo promoviendo un nuevo orden. Tan soberbia afirmación, en un universo audiovisual corno el nuestro, no podía presentarse con sequedad racionalista. Precisaba de una imagen que la iluminara: un héroe de consecuencias incalculables e inmediato ingreso en la leyenda.

Contemplar las fotografías de H. Norman Schwarzkopf es presenciar el perfil de un héroe prácticamente inédito, desde luego alejado de los clásicos antiguos y contemporáneos. Mi impresión es que este Schwarzkopf, al que le ha tocado la china de una cierta proyección hacia la inmortalidad, presenta rasgos innovadores. Ciertamente, yo no lo conozco en persona, nunca me invitó a comer a su casa; pero he analizado cuidadosamente sus fotografías y la conclusión ideológica que he obtenido es que estamos ante un personaje coherente con el nuevo orden, en armonía con el corolario de que su país es el único éticamente legitimado, etcétera, todo ello con el aval que ha supuesto la experiencia de la guerra limpia del Golfo.

Desde el punto de vista fisionómico, Norman Schwarzkopf, general enfundado en permanente uniforme de campaña salpicado de manchas camaleónicas, aparece como recién salido de la ducha, la piel del rostro sonrosado por la última fricción de after shave. Ese corpachón de carnicero, que cumple su tarea con panfilismo y rigor, me parece contener a todos los héroes de la historia, ser la síntesis de lo que éstos tienen de más vomitivo. O ridicolossimo eroe. Cuando Schwarzkopf extiende su brazo regordete para saludar o despedirse de sus tropas, poseído ya de su condición de héroe del desierto, en realidad destila una señal inequívocamente mussoliniana.

Sin embargo, este hombre de 56 años al que sus compatriotas incluyeron multitudinariamente en la leyenda el pasado día 5 en el estadio deportivo de Tampa, jamás dirá frases históricas como las de los titanes de antaño. Nadie espera eso de él, americano medio, aseado y de tierna ideología, cuya aportación a la metafísica de la heroicidad reside en que ésta puede encarnarse en un pardillo atrapado por el azar y el sentido del deber.

Las fotograflias del rostro de Schwarzkopf ponen de relieve su gesto de orninipotencia infantil, el rasgo cándido de quien cree estar jugando incluso cuando ejerce la tarea de héroe. Lo que hace Schwarzkopf en su fantasía es jugar a las máquinas de marcianos con la misma aplicación y apasionamiento con que miles de chivos jenízaros se vuelcan sobre el cristal tras el que van cayendo convulsivamente los muñequitos monstruosos. En el fondo, lo que se busca es; una partida gratis o un récord de puntuación. Lo mismo que en las Operaciones Tormenta del Desierto.

Lo novedoso en Schwarzkopf es que inaugura la era del héroe electrónico. Quizá la nueva saga produzca en el futuro elementos indeseables, pero este primer ejemplo da la impresión de ser un limpio de corazón, preso del sentido de la responsabilidad y de los principios morales. ¿Cómo interpretar de otra manera sus palabras cuando, de vuelta en Estados Unidos, tras abrazar a su familia, abrió su corazón al viento del patriotismo sin mácula: "Es un gran día para ser marido, para ser padre, para ser hermano, para ser dueño de un gran perro, para ser un soldado y para ser americano"? Son declaraciones escasamente heroicas, que parecerían dar la razón a la tesis de Fernando Savater: "Cuando se lo desmenuza con fría y objetiva mirada, las pretensiones del héroe son injustificadas y la admiración que se le profesa vana y políticamente dudosa; en una palabra, el heroísmo es imposible". El descrédito es cosa del viejo héroe: va de los trabajos de Hércules al "volveré" macearthyano. Ahora todo está cambiando hacia un nuevo inmaterialismo, en busca quizá de unos mitos más pragmáticos. Occidente habrá de ir acostumbrándose a la expresividad de los nacientes héroes, porque es precisamente la que mejor se ajusta al nuevo orden de Bush. Con ello ganamos en limpieza y en eficiencia; todo es más familiar, doméstico y flexible. En el fondo, aunque pueda parecernos ridiculísimo, o incluso vomitivo, no hay nada grave en que al general Schwarzkopf le guste la electrónica aplicada al heroísmo, a que sienta (o yo presienta que siente) una afición desmedida por los juegos de marcianos. Y seguramente se divirtió de lo lindo en el Golfo. Pascal opinaba que César era demasiado viejo para divertirse conquistando el mundo. Pero Schwarzkopf posee un envidiable aspecto juvenil que le aproxima a la magia de los juegos electrónicos. En conclusión, si nosotros fabricamos los marcianos, estamos legitimados para divertirnos destruyéndolos. ¿O no?

José Antonio Gabriel y Galán es escritor y periodista.

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