Sólo un periodista
"Nuestro invierno es largo y duro. Pero al llegar la primavera, apenas hacen falta 10 días para que en la naturaleza se cumpla todo el ciclo que en Occidente necesita un mes. Rápidamente, los árboles se cubren de hojas y los campos, que parecían yermos, se llenan de flores. La historia ha imitado a la naturaleza y, después del largo invierno comunista, la primavera democrática ha estallado con rapidez".Así describe un anónimo interlocutor, localizado en Varsovia, ahora hace un año, el derrumbamiento de los regímenes comunistas. Quien recoge las frases, libreta en mano, es un periodista ya bregado en estas y otras lides. Viaja por los países que componían el antiguo bloque del Este, con la conciencia de que está asistiendo al fin de una época, al hundimiento de todo un mundo.
En su memoria pesan muchas cosas. La atmósfera sórdida de la España de los años cincuenta, cuando empezó a escribir en los periódicos, tan parecida a estos países asolados por la miseria económica y por la presión de un Estado devorador. La ilusión de la democracia, que apareció en los años sesenta y fue a caer como simiente en unos pocos periódicos. La utopía del socialismo de rostro humano, expresada en otra primavera, la de Praga, en 1968, que debía combinar todo lo bueno que prometían los tiempos: las libertades del Oeste y la igualdad del Este. La experiencia de la transición democrática de los setenta. La desilusión y el realismo de los ochenta.
Así, este hombre está especialmente dotado para observar el súbito deshielo del Este, con sus esperanzas e ilusiones, sus desórdenes y paradojas. Junto a una buena e imprescindible memoria, fruto de una larga experiencia, cuenta con otros instrumentos: una ironía lacónica y punzante, como un estilete, la curiosidad inmensa propia de este oficio humilde, una perplejidad lozana y joven que no desmiente su enorme malicia, y además una gran dosis de humor y un toque de melancolía.
Sus observaciones están pegadas a las cosas y a las gentes: el precio del pan, el salario, los nombres de las calles, los detalles inapercibidos, los chistes de moda, las coincidencias y anécdotas, los paralelismos con nuestro pasado. En la elipsis, quedan escritas las grandes conclusiones históricas y filosóficas: debe deducirlas el lector.
Así se ha escrito la serie de reportajes Primavera en el Este, fruto de un mes de viaje por seis países en transición del socialismo al capitalismo. Con el sarcasmo que hay en sus ojos y con la seriedad de un trabajador del periodismo encallecido por 37 años de oficio a sus espaldas. No necesita elogios, porque para bajar al tajo y sudar la camisa, casi 40 años después del primer reportaje, hay que haber superado muchas tentaciones, resistido muchos cantos de sirena, enfrentado muchas crisis y encabezado incluso alguna que otra legítima fronda profesional. Ese es Josep Pernau. Un periodista, que es decir también un mucho de escritor, y un poco de historiador, de antropólogo, de poeta, pero que se resume y condensa mejor en eso tan sólo: un periodista. Nada más. Nada menos.
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