_
_
_
_

El 'último tren' de la paz en Líbano

Beirut resucita con vigor desde las ruinas después de 16 años de guerra

El capítulo de la serie Twin Peaks llegó por primera vez con retraso a Beirut este fin de semana. El presidente, Elias Haraui, aprovechó un triste aniversario y la hora de mayor audiencia televisiva de los viernes para difundir un mensaje a sus compatriotas: "Señoras y señores, la infame guerra civil, los 16 años de terrible crueldad, han terminado. Gracias a Dios". "No quiero que éste sea un nuevo año de guerra y miseria. Quiero anunciaros que éste será el primer año de paz. La hora de la paz ha tocado", declaró el presidente en un largo mensaje, en el que también aseguró que las milicias han muerto, aunque eso, claro, todavía está por verse.

Tres ministros del Gabinete de Haraui, en conversaciones telefónicas horas más tarde, usaron el mismo cliché: "El último tren de la paz está partiendo". Se irritaron un poco cuando les pregunté si el boleto era de ida y vuelta. Después bromearon.Puede parecer increíble, pero, a fuerza de sobresaltos, si algo han aprendido los libaneses es a tomarse las cosas con calma, especialmente los discursos del Gobierno. Tras el mensaje presidencial, Beirut se sumergió en la rutina de ruido de generadores eléctricos, los bocinazos de una boda, la radio, etcétera.

No hubo sorpresa porque el presidente, por cuya boca habla Siria, no hizo sino confirmar el primer buen presentimiento popular en años. Un viejo amigo beirutí, que se gana la vida vendiendo banderitas y molinillos de viento para los niños de La Corniche, me preguntó si yo, como extranjero, compartía el optimismo general. Le dije que sí. "Dieciséis años...", me dijo el hombre con enorme tristeza. "Ya es hora, por Dios, ya es hora".

Un profesor de Ciencias Políticas que se pasó los últimos nueve años de la guerra entre Ginebra y París, aunque efectuando ocasionales excursiones al Beirut cristiano -una boda, un entierro, otro entierro-, dijo: "La guerra ha muerto de fatiga".

Presencia siria

Cierto, si se toma en cuenta un afortunado accidente económico: los países que financiaban el conflicto tienen menos dinero que ayer. Desde hace dos años, cada bala agujerea los bolsillos de los señores de la guerra. Hace menos de dos semanas, Zuheir, un joven miliciano musulmán, discretamente puso a la venta todos sus bienes: dos kaláshnikov, un RPG-7, una pistola de 9 milímetros, granadas de mano y un lote de munición variada. Quiere comprarse una moto. "Estoy harto de esta vida", me dijo. "Nadie me da visado para largarme de aquí. La moto sería como una vacación".Mucho más importante que el déficit del conflicto es el factor sirio. Además de los 40.000 soldados que tiene en Líbano desde 1976, el presidente Hafez el Asad ha invertido esta vez su prestigio político personal. EI proyecto de Asad es claro: dar a sus vecinos

Conocer lo que pasa fuera, es entender lo que pasará dentro, no te pierdas nada.
SIGUE LEYENDO

Asad es, sin duda, el más astuto líder árabe. Él también tiene un nuevo orden en mente ahora que Sadam Husein, su viejo y enconado gran rival, ha sido derrotado. A Siria se le imputan ambiciones territoriales sobre Líbano. No vienen al caso. Son pueblos diferentes, y Asad lo sabe. Para él lo más importante es demostrar con el ejemplo que Damasco es figura central y árbitro de los más complejos problemas de Oriente Próximo. La recuperación de Líbano es su mejor tarjeta de presentación.

Origen del conflicto

El conflicto libanés comenzó mucho antes de la emboscada de pistoleros falangistas que acribillaron a 27 refugiados palestinos en el barrio cristiano de Ein el Rummaneh, el domingo 13 de abril de 1975. Sin embargo, es sólo a partir de ese momento cuando la crisis libanesa, que para entonces ya era bastante sangrienta, pasa a la categoría formal de guerra civil.En el fondo de entonces, a grandes rasgos, hay un obsoleto sistema político inventado por Francia para asegurar el monopolio del poder en manos de los cristianos. Se suman la vigorosa campaña guerrillera de los palestinos y las ambiciones de Israel, Siria y otros. Cálculos aproximados -en Líbano, comprensiblemente, ya no hay estadísticas- sitúan en 100.000 el número de muertos desde ese domingo primaveral de 1975. Los mutilados y heridos pasan del doble.

La guerra, las dos invasiones israelíes, las innumerables subguerras y los miserables conflictos internos acabaron con la prosperidad de un país que se comparaba con Suiza. La línea verde-, esa espantosa cicatriz urbana de nueve kilómetros de largo que nació aquel domingo, hizo que Beirut se pareciera más bien a Berlín, pero con mucha más sangre derramada.

El libanés de a pie todavía habla de su calamitoso pasado como resultado de "gran compló internacional". Pero si se le menciona el futuro, es decir, las perspectivas del Pacto de Taif, el plan de paz aprobado por el Parlamento libanés hace dos años, no es difícil descubrir que hasta el escepticismo libanés parece estar agotándose.

Tres meses después de la eliminación de las barricadas que dividían Beirut en sectores de musulmanes y cristianos, la gente ha comenzado a actuar como en los remotos tiempos de paz. "Estamos viviendo un boom- un buen boom-, afirma Habib Abu, Fadil, el gerente general del Allied Business Bank, -uno de los 83 bancos que hoy compiten por manejar los negocios que van saliendo de todos lados, incluso de inversores extranjeros. "En dos años, máximo, Beirut volverá a ser lo que fue. Y quizá mejor", dice Abu Fadil.

Los signos de transformación de lúgubre capital en ruinas a ciudad que resucita con vigor están en todas partes. En esta ciudad donde las empresas de construcción prosperaron gracias a la demanda de reconstrucción ya no creen en la posibilidad de una redestrucción. Los bares y clubes nocturnos en ambos lados de la línea están repletos. Conseguir una mesa en un restaurante que se mantenía abierto por milagro ahora exige cierta anticipación. La calle Makdissi, en el distrito de Hamra, se llama ahora Fashion Street, homenaje a las treinta y tantas nuevas boutiques repletas de lo último de París, Milán o California.

El despegue es colosal en el pueblo de Chtura, en el valle de la Bekaa, a medio camino entre Beirut y Damasco, un libanés de 40 años llamado Fuad Gazale ha abierto un supermercado que recuerda los grandes centros comerciales kuwaitíes antes de la guerra del Golfo. El Supermarket Gazale es un oasis de ricos: teléfonos electrónicos, cámaras y antenas parabóIicas. Casi todo va a parar a Siria, un país donde el fax todavía está prohibido.

Gracias a la liberación de la economía en Siria, la gradual consolidación conexiones comerciales con sus emprendedores vecinos y los enchufes los sirios que hasta hace poco consideraban el papel higiénico como un lujo, ahora van a Chtura a elegir entre las 17 marcas diferentes de bronceadores extranjeros.

Fuad Gazale, por supuesto no se queja. El Rolex de oro en la muñeca el traje de Armani son sólo detalles minúsculos de su éxito.Y es imposible sacarle una idea sobre cuánto dinero ganará este año, especialmente con gente que se agolpa para comprar televisores de 46 pulgadas a 5.000 dólares cada uno, o sea, cinco años de trabajo para el que gana el salario mínimo en Líbano. "No me gusta dar números", dice. "Lo único que te puedo asegurar es que este año ganaré seguramente la mitad de lo que ganaré el próximo".

Dejar las armas

A pocos metros de este paraíso consumista, en la misma acera del supermercado de Chtura, el libanés desdentado que cuida el auto elogiará a Dios por la generosidad cuando se le pone en el bolsillo el equivalente a 100 pesetas. Aparte del problema político, que al presidente Haraui se le viene encima de inmediato -los cristianos, los palestinos y los hombres de Irán en Líbano no están nada dispuestos a dejar las armas como exige el ultimátum que vence este fin de mes-, está ese vigilante de autos que tiene que dar de comer a cuatro hijos, el precipicio entre los ricos y los pobres de siempre.Si existe alguna intención de recordar que este gigantesco contraste fue también causa del conflicto, conviene no toparse con hombres como el ministro de Turismo de Líbano, Talal Arslan. Hijo de una acomodada familia drusa, Arslan tiene 25 años y es además el encargado gubernamental de preservar ruinas históricas.

"Tenemos que empezar de cero, hacer una industria", dice, haciendo proyectos para un país que no ha visto sino unos cuantos turistas en más de una década, donde hoy prácticamente no quedan cedros y donde gran parte de los tesoros arqueológicos, las magníficas ruinas romanas y enicias, si no han sido destruidas, han sido saqueadas. Le pregunto si en su calidad de guardián de monumentos históricos para conservar alguno de esos edificios del fantasmagórico centro de Beirut, para recordar a los turistas o a los propios habitantes que un día estalló un largo fraticidio y no exclusivamente por causas religiosas ni por el gran compló internacional ".

En Líbano sigue habiendo una pobreza pavorosa. "Tenemos que olvidarlo todo ", dice el benjamín del Gabinete libanés. "Dieciséis años son demasiados ."

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_