"Emergencia moral"
A FINALES de enero pasado, el presidente de Argentina, Carlos Menem, decretó el "estado de emergencia moral" para su país. Quería que fuera el punto final de la degradación nacional, el comienzo de la recuperación de la dignidad perdida tras décadas de incompetencia y corrupción; como había dicho un buen conocedor de la realidad argentina, "el soborno es el lubricante de la sociedad; lo que ocurre es que Argentina está demasiado grasienta". Tal estado de cosas debía acabar.El propósito de la enmienda de Menem llegaba 15 días después del último de los escándalos públicos, aireado en esta ocasión por el embajador norteamericano en Buenos Aires al denunciar los sobornos exigidos por un cuñado del propio presidente para facilitar la importación de maquinaria industrial. Cuatro ministros cesaron en sus funciones, entre ellos el de Obras Públicas, José Dromi, de cuyo nombramiento como embajador se libró Madrid por muy poco. Parecía que se cerraba así un terrible ciclo de inmoralidad no sólo del Gobierno, sino de cuantos se encontraban en sus aledaños o cuantos pretendían aprovecharse de la situación.Menem intentaba reponerse de las dificultades que le habían causado su excesiva tolerancia con las Fuerzas Armadas, los sonados indultos firmados en beneficio de los jefes militares de la dictadura o las simples muestras de ineptitud del Ejecutivo. Todo ello, en un ambiente de desapacible nerviosismo ciudadano más propio del Lazarillo de Tormes que de la gran capital latinoamericana. Pero si el presidente Menem pretendía poner un nuevo punto final a una situación muy degradada se equivocaba. Los escándalos no habían hecho más que empezar.
Es posible que la llamada de "emergencia moral" lanzada por el presidente esté sirviendo como involuntario y catártico catalizador de denuncias: desde que se produjo, han saltado a la luz pública innumerables escándalos. Tal vez esto no hubiera ocurrido sin un Menem singularmente poco hábil o riguroso en la administración de la cosa pública.
El núcleo principal de la corrupción parece girar sobre todo en torno a la familia del propio Menem. No se trata solamente del asunto conocido corno el de los clanes provinciales, la red de familias afectas al presidente que controlan el poder político y económico en algunas provincias, especialmente en Catamarca, a base de soborno, inmoralidad y cadenas delictivas. La corrupción afecta al mismísimo entorno político de Carlos Menem (el clan Yoma, de la familia de su esposa) hasta extremos ridículos: por ejemplo, el de un sujeto sirio -que apenas habla castellano-, ex marido de la jefa de audiencias del presidente, que fue nombrado asesor de la aduana de Buenos Aíres para "dejar pasar los bultos destinados a funcionarios". Y ello por no hablar del escándalo de narcotráfico y blanqueo de dinero que también les ha salpicado a partir de investigaciones del juez Garzón. A veces, la picaresca alcanza cotas insospechadas, como en el caso de la venta de automóviles de importación (los "autos truchos") cuyas licencias se expiden a minusválidos.
Tampoco puede sino sorprender la larga y confusa negociación para la compra de Aerolíneas Argentinas por Iberia o de Entel por Telefónica. No sólo por el estado financiero en que se encontraban ambas compañías argentinas, sino por la poca profesionalidad con la que actuó su Gobierno al disponerlas para la venta. La imagen que hasta ahora ha presentado la Administración de Menem es de confusión, ineptitud y falta de seriedad. Pese a todo, parece haberse llegado a un acuerdo definitivo.
Por esta razón, es importante que la situación económica parezca haber tocado fondo: una desenfrenada carrera de los argentinos por la obtención de dólares había acabado a finales de enero en la dimisión del equipo económico del Gobierno. El subsiguiente nombramiento del canciller Domingo Cavallo como ministro de Economía y la instalación en la cúpula financiera de un equipo de economistas procedentes de la Fundación Mediterráneo (una especie de Chicago boys peronistas) trajo el proyecto de dolarización, probablemente la iniciativa económica más drástica que ha protagonizado Argentina en los últimos tiempos. Todos deseamos que 1991 se convierta en el año en que los argentinos reencuentren en su Gobierno la sensatez.
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