Llegan los polacos
DESDE EL 8 de abril, los polacos tienen la posibilidad de viajar sin visado a Alemania, Francia, Italia, Bélgica, Holanda y Luxemburgo, los seis países de la Comunidad Europea que han firmado el acuerdo de Schengen para la anulación de fronteras. En los puestos fronterizos entre Alemania y Polonia existía una gran expectación en vísperas de la entrada en vigor de la supresión de visados. Del lado polaco se habían formado largas colas de coches y autobuses. Los trenes estaban repletos. En el puente sobre el Oder que une la ciudad alemana de Francfórt a la polaca de Slubice, grupos de jóvenes neonazis manifestaron violentamente su odio ante la llegada de los nuevos visitantes. Fue un intento de reanimar los sentimientos antipolacos que siempre han estado difundidos entre una parte de la población alemana. Sin embargo -y a despecho de incidentes muy localizados-, cabe decir que el intento de los grupos racistas y nacionalistas fracasó. La llegada de los ciudadanos de Polonia no suscitó reacciones excesivamente negativas.El hecho merece ser subrayado. El pasado histórico generó una gran hostilidad entre Alemania y Polonia. La traducción vulgar de la enemistad derivó hacia el arraigo de tópicos y esquematismos nacionales, de tal forma que, para muchos alemanes, sus vecinos polacos eran la representación modélica de la holgazanería, la irresponsabilidad y la delincuencia. Un concepto racista que no es exclusivo de un solo país europeo. La experiencia de la reconciliación germano-francesa demuestra que sólo mediante una práctica intensa de relaciones e intercambios, en sistemas democráticos, puede ser superado el trasfondo de incomprensiones acumulado a lo largo de la historia. La libre entrada de los polacos en Alemania tiene, pues, un significado muy positivo en el ámbito europeo. Por otra parte, los Gobiernos de Europa occidental se colocan en una situación totalmente contradictoria cuando exigen el visado para dificultar la entrada de los europeos orientales. Durante décadas han criticado los impedimentos que el comunismo ponía a los viajes al Oeste. ¿Cómo legitimar que los desplazamientos sean prohibidos ahora desde Occidente, cuando precisamente se han establecido en el Este regímenes de libertad?
Todo indica, a la luz de los hechos, que no se han confirmado los vaticinios catastrofistas de quienes preveían una avalancha masiva.de ciudadanos del este europeo resueltos a quedarse en Alemania o en otros países de la CE. Desde hace varios meses, el visado ha sido suprimido para los húngaros y los checoslovacos y, tras una inicial y gran movilidad, la mayoría retornó a su país. Probablemente el dato sociológico más significativo de la emigración polaca sea el de que una gran parte de los que pasaron a Alemania continuaron su marcha hacia otros países. Ello modifica el temor -muy extendido en la parte oriental de Alemania- de que los nuevos inmigrantes aumentaran notablemente el ya de por sí dificil panorama laboral de la antigua República Democrática Alemana.
De todos modos, sería absurdo cerrar los ojos ante los importantes problemas que van a surgir en un mo mento u otro como consecuencia de las desigualdades abismales que existen entre las economías de las diferentes partes de nuestro continente. La diversidad de con textos económicos, sociales o políticos permite diferenciar claramente el caso de los Balcanes del húngaro, in cluso del polaco. La total libertad de movimientos en países como Bulgaria, Rumania o Albania, tras la re ciente y patética experiencia de los refugiados de Brindi si, podría provocar corrientes migratorias de proporcio nes imprevisibles. Y queda, por último, la gran incógnita de lo que pueda producirse en la URSS, sumída en un caos económico y político de difícil solución, si se abriesen sus fronteras. Por ahora, no es un tema inmedíato. Pero está claro que la CE no puede mirar como algo lejano lo que sucede en el este de Europa. Nuestro destino está ligado a lo que allí ocurra.
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