'Vip guay' Duato
El cambio de alumno aventajado de Jiri Kylián -de quien el Ballet Lírico Nacional presentó en su estreno del viernes en el Albéniz una bonita y bien bailada muestra, Return to the strange land, ballet intimista sobre música para piano de Janácek- a director de la compañía oficial no parece haber espoleado la vena creativa de Nacho Duato.
Anticuado sermón militante
Ballet Lírico Nacional
Agon (Balanchine / Stravinski),Return to the strange land (Kylián / Janácek), Empty (Duato / varios). Director artístico: Nacho Duato. Teatro Albéniz. Madrid, 5 de abril.
En Empty, su nueva coreografía que cerró programa, al igual que en Opus Piat, presentada hace unos meses en la Zarzuela, Nacho Duato se aleja de lo que parece su fuerte -jugar con la música, trabajar la imagen y el movimiento en un mundo propio- para entrar de lleno en el trillado y desde hace años abandonado y desértico campo de batalla del enfrentamiento ideológico entre el clásico y el moderno, que hoy no interesa ya ni en la Unión Soviética.Empty, lejos de ser un "vacío lleno de formas" o un "collage de retazos accidentales", como pretende su propaganda, es un anticuado sermón militante trufado de mensajes explícitos, al estilo -pero por supuesto sin la fuerza- del primer Béjart (con música de Ravi Shankar incluida), donde la coreografía paga la factura y queda reducida a un nivel televisivo, lo que sin duda contribuirá aún más que la popularizada imagen de Duato a atraerle ese público que "nunca hasta ahora ha venido al ballet", sin duda porque hasta ahora le bastaba con Miguel Bosé.
Una figura masculina con capa negra y pelo engominado (Hans Tino) organiza la ceremonia, con la seriedad que parece requerir la ocasión. Baila con una chica (Mar Baudesson), que después aparecerá con tutú y plumas de cisne y para dejar claro que el ballet está "pasado de moda" se contorsiona como si la goma del tutú le apretara y entran los chicos y las chicas -como se llama en el programa a los artistas de la compañía- vestidos con mono que hacen la rutina televisiva antes mencionada. También aparecen detrás de unos paneles negros algunas figuras, pero éstas representan seguramente el mundo interior, los fantasmas sexuales quizá que se reprimen en el ballet -una enorme serpiente- y luego vienen las influencias orientales, que no han de desdeñarse, y Catherine Allard -fantástica bailarina del Nederlands que Duato se ha traído de Holanda para que aparezca tres minutos por noche- baila con Ángel Rodríguez un gracioso dúo de toque exótico. Después vuelven todos y hacia el final se empieza a escuchar un angustioso lamento, una mujer destrozada que llora sin cesar. Enseguida vemos que son "los horrores de la guerra", que Nacho no quiere dejar fuera de su ballet, porque salen los chicos vestidos de soldados y terminan la pieza bailando al son de La muerte del cisne, de Saint-Saëns.
Al principio de la noche la compañía hizo un meritorio esfuerzo por poner en escena el difícil Agon, de Balanchine y Stravinski, quizá para que no se diga: vano esfuerzo, porque en su actual estado de infantilismo mental y monokylianismo técnico no es posible bailar Balanchine, que exige otro tipo de trabajo y propósito.
Ante este triste panorama, viene a la memoria aquel grito de Arnold Wesker que María José Alfonso lanzaba hace casi un cuarto de siglo desde lo alto de una mesa en el teatro de la Comedia a la adormecida sociedad del franquismo: "¡No es lo malo el fútbol! ¡Lo malo es que no haya más que fútbol!". Doce años después de la creación del Ballet Clásico Nacional, sólo cabe decir que lo malo no es Nacho Duato -que sigue siendo, a pesar de bodrios como Empty, un joven coreógrafo de talento dentro de sus limitaciones-, sino que no haya más que Duato. Una compañía nacional, que es además la única a la que el Estado permite sobrevivir, puede hacer las cosas mejor o peor; lo que no puede es rebajar sus ambiciones hasta el punto de convertirse en un pequeño grupo para promocionar a un joven coreógrafo.
Babelia
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