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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cárceles y gestos

NADA MÁS tomar posesión de su cargo, en diciembre de 1982, el ministro de Justicia del primer Gobierno socialista, Fernando Ledesma, se apresuró a visitar la cárcel Modelo de Barcelona. Fue un gesto significativo de la nueva sensibilidad y del impulso reformista con que los socialistas pretendían encarar los inveterados problemas de las cárceles españolas. Ocho años después, el ministro de Justicia del quinto Gobierno socialista, Tomás de la Quadra, ha realizado un gesto similar visitando a los pocos días del inicio de sus funciones la cárcel madrileña de Carabanchel.Sería falso afirmar que nada ha cambiado en el mundo penitenciario durante el tiempo que va de una a otra visita. Se ha realizado un importante esfuerzo inversor en la creación de centros más habitables, ha mejorado la alimentación, se han multiplicado las actividades culturales y deportivas... Pero, al mismo tiempo, el hacinamiento y la masificación se han recrudecido en este intervalo. Ni la creación de nuevos centros ni la adaptación de los antiguos han sido capaces de absorber el flujo de nuevos inquilinos -una media de 2.000 por año- que llega a las cárceles españolas. La aparición del sida en estos años, con su fuerte incidencia en la población reclusa, ha venido a complicar aún más la normalización de las condiciones de vida en el mundo carcelario.

No es extraño, por ello, que los motines y las protestas -el último suceso de este tipo tuvo lugar hace unos días en la cárcel de Herrera de la Mancha- sigan prendiendo entre los presos. En su elenco reivindicativo, con frecuencia confuso y apoyado en situaciones desesperadas, desde motines hasta secuestros, sin eludir la probabilidad de víctimas, los presos denuncian hechos ciertos: el hacinamiento y las malas condiciones sanitarias que padecen, el abandono en que se encuentran y la indiferencia social ante su suerte. Una situación que pugna con la política de reinserción social a la que no ha renunciado el Gobierno socialista y que, por ello mismo, bien merece el desvelo del nuevo ministro de Justicia.

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