Lo de siempre
Los oscars que cuentan, que son los llamados artísticos (mejor película, director, intérpretes, fotografía, música, guión), para distinguirlos de lo, técnicos, no suelen ser -hay excepciones, pero infrecuentes premios al mejor cine, sino al cine más inmediatamente rentable (rentabilidad y calidad no siempre coinciden en este terreno), el que no supone riesgo ideológico o innovación formal.Y otra vez la vieja regla se ha cumplido. De ahí que comentar cada primavera los premios de la Academia de Hollywood conduce inevitablemente a una rutina: casi nunca hay nada nuevo que decir, y este año no ha sido excepción. La victoria no se la llevan las películas que más arriesgan por el cine, sino las que garantizan el funcionamiento del negocio y no se entrometen en las sutilezas del lenguaje cinematográfico en que el negocio se basa. De ahí que esos premios artísticos sean también discernidos desde una óptica de mercado. No es malo que así ocurra, lo malo es que ocurre bajo esa especie de premios artísticos que confunde las cosas y emplea el prestigio de la palabra arte como coartada para adecentar lo que sólo es un cálculo mercantil, legítimo pero no artístico.
¿Mejor director?
Que los gremios de Hollywood consideran a Bailando con lobos la mejor película -cosa que se suponía unánimemente desde que se conocieron cuáles eran las candidatas- es coherente desde el punto de vista de sus cuentas corrientes, pues a las facilidades lideológicas que la película ofrece al tratar un asunto histórico muy duro de tragar para Estados Unidos de manera suave y digerible- se unen, y esto es decisivo, los 120 millones de dólares que lleva recaudados en sólo 16 semanas de exhibición. Por el contrario, a la dureza con que Uno de los nuestros y El padrino III expresan otro asunto interior igualmente intragable, se añade que la primera ha cosechado un taquillaje de 42 millones en 23 semanas y El padrino anda en cifras de amortización.
Pero la coherencia se viene abajo cuando vemos que se considera al buen actor y sagaz productor Kevin Costner como el mejor director del año, cosa que no se sostiene y que incluso tiene aspecto de disparate, sobre todo si se tiene en cuenta que competía con los directores de Uno de los nuestros y El padrino, Martin Scorsese y Francis Ford Coppola, que son maestros indiscutidos en su oficio, oficio en el que Costner es todavía un balbuciente aprendiz.
Del resto nada hay que añadir a lo dicho (el disfraz artístico de los intereses industriales se confirma en casi todos los premios), pues la presencia en la lista de premios de Ghost y Dick Tracy exclusivamente comerciales, como el triunfador, y que llevan recaudados centenares de millones lo rubrica.
Babelia
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