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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Casta de genio

Freddie Hubbard

Freddie Hubbard (trompeta y fliscorno), Donald Braden (saxo tenor, soprano y flauta), Benny Green (piano), Jeff Chambers (contrabajo), Louis Hayes (batería). Aforo: 600 personas. Precio: 2.000 pesetas. Colegio Mayor Universitario San Juan Evangelista. Madrid, 10 de marzo.

Por Freddie Hubbard parece que no pasan los años. A punto de cumplir los 53, sigue conservando la insolencia, arrojo y valentía ciega que deberían caracterizar a músicos mucho más jóvenes que él. Antes de empezar el concierto llegaban hasta la sala ecos de trompetazos procedentes de los camerinos que sonaban tan intimidatorios como los bramidos del toro encerrado en los cajones de la plaza y se presentía al protagonista nervioso, pateando el suelo, impaciente por lucir su casta.

Lo que ofreció poco después Hubbard en el escenario fue más allá de todo lo esperado: un manirroto soplar hasta dejar vacíos sus pulmones, un agotador ejercicio de músculo que parecía no necesitar órdenes cerebrales y hasta un brusco desplante a un espectador que intentó ingenuamente iniciar conversación con él. Al líder parecía molestarle todo lo que no fuera su propio individualismo. En el inicial parkeriano Au privave, el saxofonista Donald Braden le ayudó como pudo a exponer el tema y, acto seguido, se escondió tras las cortinas para no distraerle; luego, el pianista Benny Green recibió una imperativa orden suya para que dejara de coartar la libertad que necesitaba con sus acordes de apoyo. Únicamente el pulso regular del contrabajista Jeff Chambers, sustituto del anunciado Ira Coleman, y la tormenta rítmica desatada desde la batería por Louis Hayes, también suplente de lujo de Carl Allen, fueron aceptados de buena gana por el líder.

Saxofonista y pianista no se merecían estas ofensas. Braden, formado en la disciplina escuela de la cantante Betty Carter, demostró en el original de Hubbard Desert moonlight un elegante estilo a la flauta, acreditó un bonito sonido en el soprano y en el tenor, con el que se tomó más licencias expresivas, dejó ver que puede figurar dignamente en la misma cuerda de jóvenes afiliados a la tendencia capitaneada por Branford Marsalis y que aglutina toda la historia del instrumento. Green, por su parte, confirmó lo que ya se sabía por los tres soberbios discos que ha grabado a su nombre después de abandonar los Jazz Messengers de Art Blakey: que es pianista de corazón abierto, mente ordenada y dedos ligeros. El medley que su jefe le dejó interpretar en desagravio lo empezó y terminó magníficamente a piano solo con You don 't know what love is, consiguiendo crear clímax sin recurrir a burdas tretas y propiciando dulcemente uno de los momentos más emotivos de toda la sesión.

Pero Hubbard no pareció estar para reconocer valores ajenos y sólo intercambió algunos gestos de complicidad con su contemporáneo Hayes (se llevan meses). Juntos se explayaron en explosivos tour de force y también en tándem jugaron al viejo juego de mensajeros del jazz. El hombre de los tambores estuvo especialmente firme y brillante cuando se dedicó a macerar sin compasión parches y platos pero, sin embargo, lo mejor del trompetista llegó en la prueba de fuego de la balada, cuando se olvidó de fortissimos y sobreagudos tocados a velocidad de vértigo y se entregó, quizá por influencia de su recientemente grabado homenaje a Louis Armstrong al tierno recuerdo de las enseñanzas del padre del jazz.

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