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Tribuna:PUGNA ELECTORAL EN LAS CÁMARASANÁLISIS
Tribuna
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Dos burguesías frente a frente

Xavier Vidal-Folch

La burguesía catalana sigue suscitando resonancias míticas. El mito, esa representación simbólica de la realidad en la imaginería popular, permanece incólume pese a los filtros analíticos. Filtros que han proliferado, en abigarrado desorden, en los últimos años. Ahí están los estudios relacionados indirectamente con el tema, como los espléndidos materiales de Sánchez Junco y Joan B. Culla sobre Lerroux; las continuas, insatisfactorias y nunca definitivas incursiones al personaje de Francesc Cambó; las aproximaciones de la revista de historia L'Avenç; las perspectivas antropológicas de libros como Las buenas familias de Barcelona, de Gary Wray McDonogh; y un ramillete de trabajos económicos y financieros, incluso enciclopédicos, a cargo de los seguidores de Jaume Vicens o de Juan Muñoz, Francesc Cabana, Ernest Lluch, Josep Maria Colomer y de tantos otros.Un conjunto que no acierta a agotar el asunto, histórico y actual. Y es que sigue muy vivo. Siguen vivas, aunque modificadas, abscisas y ordenadas de las grandes polémicas de siempre: minifundismo/competitividad; proteccionismo /liberalismo; decadentismo endogámico/movilidad social; debilidad relativa/ agresividad comercial; introspección aislacionista/ expansionismo español y europeo; democratismo /autoritarismo; especulación/espíritu industrial y de riesgo.

Grupos no homogéneos

La primera consecuencia interesante de la confrontación electoral de estos días para la Cámara de Barcelona entre Juan Gaspart y Antoni Negre radica en que puede acabar de arrumbar una de las concepciones míticas que habían campado por sus respetos durante largo tiempo, y que algunos de los estudios mencionados no han bastado para desterrar. Se trata concretamente del mismo concepto de burguesía catalana enhebrado como un todo compacto y articulado, perfectamente diferenciado de otros sectores sociales dominantes. Ese concepto fue heredado en nuestro país en buena parte por la trasposición mecánica del esquema sobouliano francés a los análisis de la propia realidad. E hizo los gozos -y muy pocas sombras políticas-, allá por los sesenta, de quienes sostenían la concepción romántica de la historia catalana enarbolada por el nacionalismo. Y todavía más de quienes se aprestaban diligentemente a encontrar aplicaciones de un marxismo dialogante, a la eterna espera de una burguesía antimonopolista que tradujese en alianza democrática su posición relativamente subordinada en el modo de producción.La experiencia más reciente, si se examina con rigor, ya echó por la borda buena parte de esos esquemas. Pero nos falta todavía un estudio detallado de la diversa suerte corrida por los diferentes grupos económicos -las distintas burguesías catalanas- que iniciaron sus respectivas aventuras hacia el liderazgo., muchas veces financiero, en los años sesenta, bien con simple vocación de negocio, bien con ambición de vertebración económico-social. Las más fracasaron en el intento, zarandeadas por la crisis económica y energética y por los propios errores. Algunas derivaron hacia la política. Otras, renovadas, siguen en el campo de batalla.

Fueron años pródigos en iniciativas, dibujadas por muy distintos sectores. Entre ellos destacó lo que algunos llamaron irónicamente el capitalismo monopolista de municipio, para referirse a las privilegiadas relaciones económicas de constructores y financieros con el macroayuntamiento barcelonés de José María de Porcioles y su inmediato sucesor, y en general con el régimen, a través de Juan Antonio Samaranch, Mariano Calviño y Alfonso de Borbón o de Laureano López Rodó. En este grupo, con notorias diferencias entre sí, se incluían desde constructores como Josep Maria Figueras, Josep Lluís Núñez o Enric Reyna, a banqueros como Jaume Castell y Claudio Boada (Banco de Madrid, Banco Catalán de Desarrollo). Hoy este grupo se ha dispersado económicamente entre distintas constructoras, bancos de ámbito español y cajas. de ahorros. Y también políticamente: desde el entronque con la familia económica del partido en el Gobierno (Boada), hasta el pujolismo (Reyna) e incluso el maragallismo (o ambos a la vez, como Figueras), sin olvidar al eclecticismo samaranchiano (Samaranch).

Un segundo gran grupo fue el de la burguesía nacionalista agrupada en torno a Jordi Pujol y el macroproyecto del grupo Banca Catalana, desde el principio tamizado por la voluntad de proyección política y de sustitución de las inexistentes instituciones democráticas y autonómicas. El sueño de un gran grupo financiero-industrial destinado a vertebrar la economía catalana al margen de multinacionales y empresas públicas se plasmó en un impresionante plantel de industrias vinculadas en sectores tan ramificados como la siderurgia no integral, alimentación, comercio interior y exterior, textil o naviero. Entreverando la crisis, la escasa capitalización y el voluntarismo gerencial, acabó como acabó, en una reiterada frustración que vino a poner sobre el tapete la vieja cuestión de la aptitud financiera de los catalanes, al parecer abocados a la disyuntiva entre el minifundismo bancario y las grandes utopías imposibles.

Fomento, Cámara, Círculo

Cercanos a este grupo, pero con características propias y mejores resultados finales, destacaron las trayectorias de dos personajes: la del ingeniero Enric Massó (gran electrónica, finanzas y, al fin, hostelería y pequeña aviación comercial) y la del también ingeniero Pere Duran Farell. El interés de esta última experiencia es su carácter de amalgama entre la tradición y el futuro: encabezó un sector de la vieja aristocracia industrial barcelonesa (la saga textil Bertrand, entre otros) entroncando con un grupo bancario de vocación industrial (Hispano y Urquijo), para revolucionar el mundo energético (la llegada del gas natural de Libia y Argelia, la modernización de Catalana de Gas) y lanzarse a las nuevas tecnologías (química fina, bioenergía, electrónica). Falló en este último campo, pero la mayor densidad histórica de su base socio-industrial le permitió una radical reconversión sin traumas, como el actual holding español del gas, con una pata en Repsol y otra en La Caixa, como paradigma de un horizonte para las escasas grandes empresas catalanas con gestión propia.Otros grupos quedaron en la cuneta y debieron afrontar nuevas estrategias, como fue el caso del equipo próximo a Laureano López Rodó articulado en tomo a Bankunión-Banco Atlántico (José Ferrer Bonsoms, Casimiro Molins) o el de los Mas-Sardà (Banca Mas-Sardà, FOCSA), o simple fenecieron, como el de la gran promesa del management desarrollista, el papelero Higinio Torras (Torras Hostench, Banco de los Pirineos).

Más periférico al eje industrial característico del empresariado catalán fue el Banco de Sabadell, por su eficaz voluntad de permanecer en el campo de la estricta intermediación. O, por su aparición tardía y tamaños modestos, el Banco de Europa de Carlos Ferrer Salat y el de la Pequeña y Mediana Empresa del profesor Jané Solà. Y menos vertebradas en grandes grupos quedaron enormes capas de empresas medianas y sectores sólidos como el farmacéutico, el metalúrgico, el cementero, el alimentario o el químico, por no hablar de grupos surgidos más tarde y aún con escaso relieve social (los Lao, del juego, serían emblemáticos), asiduos al palco del Barça, pero no aún al del Liceo.

El balance de toda esa época es desigual. Y desde bastantes puntos de vista, insatisfactorio. Pero se ha hecho menos énfasis en algunos contrapesos reales a tal paisaje. La gran variedad de iniciativas económicas posibilitó tres fenómenos nuevos: un relevo generacional, una acrecentada presencia política y una gran vivacidad de representación orgánica:

-El relevo generacional y la entrada en liza de nuevos grupos arrinconó algunos de los defectos más molestos de la aristocracia industrial barcelonesa en favor de los representantes de una cultura de la gestión, los profesionales.

-La conexión de una cierta identidad catalanista (simbolizada, por ejemplo, por la tríada Trías Fargas/Banco Urquijo/Labor) con el tratamiento pragmático de los nuevos problemas derivados del desarrollo (diálogo con los sindicatos clandestinos), generó una corriente democrática en el seno del empresariado, que se plasmaría en una imagen de modernidad y en la exigencia de renovación de las instituciones propias.

-El entrecruce de todo ello motivó una más ágil adaptación a las necesidades de la nueva representación orgánica de estos sectores en el tránsito democrático. Ello se plasmó en una triple vertiente institucional. Primero, la dinamización de la -entonces paralítica- patronal, Fomento, encabezada por un antiguo europeísta, Carlos Ferrer Salat, y su contribución a la creación de la CEOE, bien que inicialmente en una línea de gran dureza y radicalidad. Segundo, la consolidación de un intelectual orgánico, el Círculo de Economía, vinculando a profesionales y universitarios (como Fabián Estapé, Narcís Serra o Ernest Lluch). Tercero, la liberalización política de un organismo técnico intermedio, las Cámaras de Comercio, más pluralistas que la patronal, en buena medida como consecuencia de la llegada a la presidencia del -entonces parvenu- constructor Josep Maria Figueras, quien arrebató a los tradicionales textiles y metalúrgicos este instrumento y se catapultó al Consejo Superior de Cámaras (haciendo trío con otros dos catalanes en las cúpulas de la pirámide empresarial: Rafael Termes en la banca y Ferrer Salat en la patronal).

Éste es el dato que ahora cambia en un panorama aparentemente inmóvil -y quizás agotado- durante los años más recientes. Figueras ha sido una fiera empresarial que consiguió en una sola generación cometer todos los pecados y ganar casi todas las indulgencias: expandió el escueto negocio familiar, construyó polémicos barrios de extrarradio y se dotó de una vertiente cultural expiatoria, el espléndido Centro de Estudios de Historia Contemporánea.

Dos estilos enfrentados

Esta, etapa renovadora -y últimamente declinante- desemboca en el actual enfrentamiento entre dos candidatos, dos estilos, dos burguesías. Por un lado, la representada por Antoni Negre, un hombre procedente de la industria química y del negocio bancario (ex Bancaya, ex Catalana, Ibercorp-Catalunya), suma y sigue de algunas buenas vetas culturales de la alta burguesía barcelonesa: la asociación musical Mozartiana, la promoción de publicaciones (Economics), la implicación en la iniciativa ciudadana (promoción de Barcelona como sede del Eurofed). Negre se ha buscado un equipo de consenso con adherencias políticas variadas: convergentes, populares y las de algunos jóvenes leones fogueados en la reconversión de empresas municipales maragallianas. Representa una actualización de la tradición cosmopolita de la burguesía catalana, basada en la influencia institucional y en el debate de ideas y la habilidad por los matices. Sus adversarios se preguntan si bajo el guante de seda guarda o no una mano de hierro, indispensable para la revitalización de entes instalados en la confusión, como la Cámara o la Fira.Frente a la tradición actualizada, la candidatura de Juan Gaspart simboliza un segundo asalto continuista del grupo de servicios/ construcción crecido al compás de los años sesenta y encaramado al protagonismo público mediante la figura de Figueras. El hotelero y vicepresidente del Barça Juan Gaspart y su segundo, el constructor Enric Reyna (actual presidente de la Fira), simbolizan el carácter resolutivo e impetuoso de los nuevos negocios y el estilo propio de algunas primeras generaciones empresariales, los self-made men. Ellos mismos comentan graciosamente que su carácter de "camarero y paleta", lejos de constituir un handicap, les convierte en fieles representantes de la base empresarial a la que desean representar. Son populistas y pasionales. Politizados -en las riberas del Partido Popular el primero, y en las de Convergència el segundo-, reivindican el protagonismo empresarial en la escena pública más a través de la lucha diaria, pragmática y a veces cruel (Gaspart ha logrado el control de todo el nuevo sector hotelero olímpico barcelonés, frente a los intentos municipales de internacionalización), que a través de la influencia institucional o la defensa de la superioridad de las ideas propias.

La pugna entre unos y otros constituye el más claro síntoma de la variedad de realidades que se esconden bajo un mismo concepto, Son la evidencia, muy ilustrativa, de la lucha por una hegemonía capaz de vertebrar sectores dispersos en torno a anos principios, valores y sentimientos, o de los contrarios. Son un capítulo por acabar de escribir. Gaspart y Reyna se acercan al arquetipo de Onofre Bouvila, protagonista de La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza, mientras Negre rompe la regla del declive establecida por Santiago Rusiñol en L'auca del senyor Esteve, según la cual las terceras y cuartas generaciones todo lo disipan. Son dos burguesías frente a frente.

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