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El Reino Unido niega a sus escritores el papel de vanguardia moral

Los novelistas, dramaturgos, músicos o cineastas británicos guardan un profundo silencio público sobre la guerra del Golfo, un conflicto que cuenta con el apoyo del 86% de los isleños. La sociedad británica no atribuye a los intelectuales ningún papel de vanguardia moral ni ellos lo reivindican, por lo que en emisoras y periódicos sólo hay espacio para expertos en Oriente Próximo, relaciones internacionales o defensa.

La tradición del intelectual comprometido con los avatares de su tiempo que encarnara George Orwell languidece mortecinamente, y apenas Graham Greene y Harold Pinter, en aspectos relacionados con Latinoamérica, han hecho oír su voz en el reciente pasado.Los intelectuales británicos no son hombres de campaña, y la sociedad no les admite como tales, Novelista, a tus novelas es la consigna. Rushdie y un grupo de amigos de ideología izquierdista formaron hace casi tres años un grupo informal, ya disuelto, de intelectuales antithatcherianos La noticia de la constitución del grupo fue acogida con sorna burla y hasta desprecio en la prensa británica.

The Observer sondeó a varios intelectuales del mundo anglosajón, pero ha sido una singular excepción tras el inicio de la guerra. Nadie pregunta a los escritores Martin Amis o Julian Barnes qué piensan de la guerra, ni ellos lo dicen.Nicholas Mosley -un novelista ideológicamente progresista e hijo de Oswald Mosley, el fundador del fascismo británico- obtuvo hace unos días el Premio Whitebread de Literatura, el segundo más apreciado de las letras británicas, y en las entrevistas que se le realizaron nadie inquirió su opinión sobre la guerra.La idea de pedir a un escritor que exponga su criterio sobre la guerra sorprende en la prensa británica. "Aquí no hay debate intelectual sobre nada", decían recientemente unos periodistas de un medio prestigioso. La creencia de Saul Bellow de que los escritores cumplen "una función sacerdotal" produce irónico desentendimiento en las islas.

Las marchas pacifistas; de cada sábado en el centro de Londres, ni atraen a manifestantes, ni atraen a personalidades del mundo de la cultura. Sólo una actriz medio conocida estuvo entre los pacifistas de hace un par de semanas, y se mostró incapaz de dar argumentos antibélicos racionales. "Llevo toda la semana sin dormir, llorando", fue lo más que pudo decir. Vanessa Redgrave, carente del más mínimo prestigio político en el Reino Unido, ha tenido que irse a Barcelona para que alguien la escuchase.El masivo apoyo popular a esta guerra y el acuerdo de la oposición laborista con el Gobierno es una de las causas del silencio de los intelectuales. La actriz Glenda Jackson, apasionadamente antithatcheriana y aspirante a parlamentaria laborista, guarda silencio. Margaret Drabble cree que la desaparición de la estridencia belicista de Margaret Thatcher -el único sujeto que ha provocado polémica entre los intelectuales del Reino Unido, junto a la decisión de Rushdle de abrazar la fe islámica- contribuye al mutismo. "Si Thatcher hubiese seguido como primera ministra, su tono hubiese irritado a gente como yo", decía la novelista hace unos días. "Major ha quitado la ira del sentimiento antibelicista. Me parece oír la voz de la razón en Major y Hurd [el primer ministro y el secretario del Foreign Office]".

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