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GUERRA EN ORIENTE PRÓXIMO

Sadam, antes que el pan

La crisis social y política marroqui ha quedado eclipsada y aplazada por la guerra del Golfo

Lluís Bassets

La guerra del Golfo ha eclipsado en pocos días la crisis social y política que sufre Marruecos. Ésta tuvo su expresión el pasado año en dos hechos: una áspera polémica con Francia sobre las violaciones de los derechos humanos y la huelga del 14 de diciembre, y los sangrientos disturbios que la acompañaron en Fez. Desde el inicio de los bombardeos sobre Irak el 17 de enero, la opinión pública marroquí ha dado un vuelco en favor de Irak, y mientras el Gobierno y el rey Hassan intentan mantenerse en la alianza antiiraquí, los protagonistas principales de las revueltas han cambiado sus consignas sindicales y salariales por las de solidaridad con el presidente iraquí Sadam Husein.

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El diputado y abogado Mohamed el Yazgui, dirigente moderado de la Unión Socialista de Fuerzas Populares (USFP), declaraba a EL PAÍS hace escasos días que Marruecos se halla en "una profunda crisis económica, social, política y también institucional". "Estamos entrando en una transición", aseguraba, "que debe llevar a la democratización y a las elecciones realmente libres. Nos hallamos en una fase de mejora de nuestras instituciones y de construcción de un sistema de garantías para la elección de los representantes del pueblo. Tenemos ahora dos años por delante para conseguir unas elecciones libres y auténticas".Pero El Yazgui considera que la guerra ha introducido un elemento nuevo: "Con la guerra, todos estos problemas se sumergen en la sombra. Necesitaremos algunas semanas antes de que podamos reemprender el debate interior". Un sindicalista de base dibujaba la nueva situación de forma muy gráfica: "El pueblo marroquí está dispuesto a sacarse el pan de la boca por los palestinos y esto significa ahora apoyar a Sadam Husein, que ha sido quien ha sabido poner en primer plano la cuestión de Palestina".

Marruecos terminó el año en una situación realmente ex plosiva. La huelga general del 14 de diciembre de 1990, dirigida por los dos sindicatos mayo ritarios -Confederación De mocrática del Trabajo (CDT) y Unión General de los Trabaja dores de Marruecos (UGTM) vinculados ambos a los dos partidos de la oposición, USFP e Istiqlal, respectivamente-, se saldó con un buen éxito para la oposición, a pesar del trágico balance de muertes y daños re gistrados en los desbordamien tos de la movilización sindical.

La huelga, destinada a obtener un aumento salarial, fue una prueba de la capacidad de movilización de la oposición y a la vez una demostración de unidad sindical y política.

Doble lección

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El Rey extrajo, a lo que parece, una doble lección, por lo demás habitual en sus costumbres políticas. Por una parte, mantuvo inalterable su línea de mano de hierro, expresada en los juicios masivos realizados en Fez contra decenas de manifestantes y sindicalistas -más de 800 según las asociaciones marroquíes de derechos humanos- y en el lenguaje duro utillizado al empezar la guerra del Golfo, como fue la advertencia de que declararía el estado de sitio si se producían manifestaciones de apoyo a Sadam.

Por la otra, el Rey anunció la creación de una Carta Social, en la que se reconocerían los convenios colectivos, y un aumento salarial del 15%, y autorizó y bendijo, primero la huelga general de *apoyo a. Irak el pasado día 28 de enero, y luego las marchas unitarias de todos los partidos en Rabat el 2 de febrero y en Casablanca para el próximo 24 de febrero.

La huelga de dicierribre y el proceso parlamentario y político abierto luego han consolidado la unidad de la oposición, que plantea la necesidad de enmiendas constitucionales que limiten el poder del monarca, conviertan al Gobierno en responsable ante el Parlamento y, en definitiva, homologuen las instituciones marroquíes con los estándares democráticos y con las exigencias del Estado de derecho tal como se entiende en Europa.

Paradoja nada menor de este programa es que su reivindicación se produzca en movilizaciones en las- que los demócrata! andan codo con codo con militantes integristas, todavía muy minoritarios pero de fuerza creciente, y cuyas aspiraciones políticas están bien lejos de la democracia occidental.

Retroceso

"Los integristas avanzan allí donde retroceden los movimientos progresistas", afirmaba un joven sindicalista. Pero la realidad es que la solidaridad con el pueblo iraquí disuelve todavía más las diferencias, y nadie sabe ya dónde se sitúan los frentes ideológicos. Los integristas llenan las cárceles al igual que los izquierdistas, y unos y otros se confunden tanto en los disturbios como en las detenciones. Sólo en las manifestaciones bien encuadradas, como la que autorizó el Gobierno el 2 de febrero, los partidos de la oposición se cuidaron de que cada fuerza quedara bien delimitada y los integristas desfilaron así al final del cortejo, en una extraordinaria demostración de disciplina paramilitar y de moral de combate.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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