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¿'Chek-point', Pepe?

En los días que lleva la guerra del Golfo, y por más ahínco que ponemos en desentrañar ya su desenlace, seguimos aún a oscuras acerca de si Sadam perderá pronto y completamente o más tarde y cuánto.Pero se toca ya la consecuencia duradera de un cambio radicalísimo en la posición que España ocupa en el mundo.

Determina la novedad la aparición conjunta de dos fenómenos nuevos. El primero lo resumen los Scud dirigidos contra Israel; el segundo, las manifestaciones magrebíes. Por los Scud, léase la posibilidad para un Estado de recursos medianos de modular militarmente su amenaza y agresión a otro Estado que ni está en guerra con él ni es limítrofe. En cuanto a los acontecimientos magrebíes, son trasunto de una politización panarábica de cuya posibilidad y alcance ya no debe dudarse.

La novedad aflora clarísima: por el Sur y el Sureste, somos ahora nocionalmente contiguos a algún grupo de países susceptible de constituir de alguna forma una amenaza militar contra España. Es archiobvio -espero- que no conlleva esta afirmación hostilidad alguna hacia los países aludidos, ni les imputa la recíproca; ni siquiera se cree probable la tal. Sin evocar fantasmas abásidas de reunificación política panárabe, es, sin embargo, razonable al menos afirmar la mera posibilidad de alianzas cambiadizas entre Estados árabes con regímenes de intenciones inciertas. La incertidumbre proviene o de la opacidad de sus dictaduras o, donde hay (más) democracia, de opiniones públicas que parecen inflamables. Aquella mera posibilidad es dato suficiente para quien, aun afanoso de amansar o de cooperar, es lo bastante prudente como para no fiarlo todo a la buena voluntad permanente del vecino.

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Desde que dejamos de ser una potencia militar significativa (marítima en Trafalgar, terrestre un siglo antes, pero aquí no importa cuándo), no hemos necesitado ser muy precisos en nuestros análisis del mundo y del juego de las coaliciones. Por encima del acuerdo o desacuerdo que se pueda sentir hacia las posiciones de unos y otros ante, por ejemplo, la guerra presente, llama la atención la frecuencia entre nosotros de la despreocupación por el dato, la insensibilidad a la contradicción propia, el angelismo jurídico, el irrealismo de la antropología subyacente a muchos juicios emitidos. Pecados veniales éstos cuando no influye mucho lo que se piensa en el fondo de una remota provincia.

Pero he aquí que, por uno de esos milagros de la historia, amanecemos ahora en el teatro de posibles conflictos. Es decir, que lo que hagamos puede ser crucial para evitarlos; que, si no podemos evitarlos, los primeros chispazos pueden muy bien saltar aquí; lo localizado puede enconarse aquí, y, si el lío se generaliza, la selección de la estrategia que se vaya a seguir puede impactarnos muchísimo. Esta es precisamente la situación que Alemania, que ahora en eso se encuentra en la retaguardia, lleva viviendo desde el comienzo de la guerra fría.

NI la naturaleza previsible de lo que se puede llegar a discutir, ni la panoplia de los armamentos modernos (existentes y dlseñables), ni sobre todo la índole de nuestras relaciones con aliados y vecinos dan en absoluto lugar a que la observación anterior se traduzca en fatalismo resignado para nosotros. Ya que la línea que se decida puede afectarnos directamente, es desde ahora esencial para nosotros asumir cuanto antes este para nosotros tan desacostumbrado papel en el diálogo internacional. Asumirlo bien es precisamente traer a este diálogo un enfoque lúcido que se desprenda de la nueva situación en que nos encontramos.

WeIlington decía que la estrategia es ante todo cosa de imaginar lo que puede haber tras la otra vertiente del monte. Esa capacidad de imaginación, ampliada a las intenciones del otro, es esencial. Si en el siglo XX nos ha legado una metodología al respecto, es la de la obligatoriedad, de partida, de la hipótesis más pesimista: después del Holocausto no se puede no imaginar la posibilidad de que resurja semejante disposición al aniquilamiento completo de un pueblo; después de Hiroshima no se puede no imaginar la posibilidad de guerra nuclear; después de las guerras mundiales debemos saber que el horror masivo puede acompañar a la guerra convencional.

Pero ese pesimismo de partida, sólo, llevaría a hipótesis surrealistas, inútiles. Debe templárselo con un saber preciso, con análisis minuciosos, comprensión, debate cuidadoso y constructivo. La facilidad con que hoy entre nosotros se imputan a las diversas partes enfrentadas en el Golfo iguales motivaciones o equivalentes desinhibiciones éticas es una buena prueba del camino que tenemos que recorrer antes de que sepamos formular con juicio eficaz nuestra propia composición de lugar y posibilidades.

El momento no es malo para empezar este ejercicio: compleja la situación internacional, se ven, sin embargo, bien sus nervaduras -mejor que si estuviésemos ante un enfrentamiento más clásico en Oriente Próximo. Nuestra diplomacia, nuestra política energética, nuestra actitud ante la inmigración africana y nuestro modelo de asimilación, nuestra postura militar, tienen que integrarse bien entre ellas y con nuestra imagen de nosotros mismos y de nuestro papel en una nueva configuración superpuesta a las anteriores.

No hay ley histórica que diga que es inevitable el consenso, aún en democracia. La discusión en profundidad, prolongada, puede llevar a un consenso amplio, porque, en gran parte, la división de opiniones proviene de la falta de razonamiento detenido sobre datos precisos y sólidos -como se vio cuando la URSS, tras intentar dividir la OTAN con los SS-20 y el debate sobre los Pershing, acabó teniendo que aceptar una Alianza reforzada. En lo internacional, la propia extensión y heterogeneidad de la actual alianza anti-Sadam es otra prueba de las virtudes aglutinadoras del discurso paciente y razonado.

Con todo, aunque haya riesgo de discrepancias internas irreducibles y fuertes, esta discusión profundizada es mejor que no tenerla. Hemos dejado de ser una provincia remota de la Europa en la que hemos echado el ancla. Ya lo que nos pase en el nuevo teatro aludido será consecuencia parcial, sí, pero directa, de lo que creamos ser y decidamos hacer. ¿A menos que optemos por no desperezarnos y no decidamos nada" Pero en ese caso seremos un nuevo Limes; Marca ajena, de nuevo; otro de los Confines, como antes se designaba también a los países bálticos; otra Ukraina. Claro, no se sabe nunea.... pero esos apelativos no connotan para el lector de libros de historia ni mayor libertad, ni siquiera digestiones sosegadas.

J. Romero Maura es historiador.

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