La posibilidad de la guerra total
El alto mando aliado puede sentirse satisfecho al valorar la actuación militar de sus fuerzas después de nueve días de conflicto, aunque algunas nubes negras se ciernen sobre el desarrollo futuro de las operaciones militares.Las fuerzas aéreas de la coalición están desarrollando sus operaciones de forma implacable, con menores pérdidas de las esperadas; las bajas se mantienen en un aceptable nivel, y el incremento de las salidas indica, por una parte, un cambio de objetivos con el fin de preparar la guerra terrestre, y, por otra, la eliminación de los lanzadores móviles de misiles iraquíes SS-1 Scud. Mientras tanto, la forma en que se desarrolló el último ataque de Scud iraquíes sobre Israel y Arabia Saudí indica que Irak se encuentra ante el dilema de utilizarlos o perderlos, lo que trae recuerdos del comportamiento alemán en las últimas fases de la II Guerra Mundial, cuando Hitler lanzó una primitiva versión del crucero, los misiles V-1 y V-2, sobre el Reino Unido.
La utilización de sistemas de armamento -por primera vez en condiciones de guerra- como los misiles de crucero Tomahawk; el misil antimisil Patriot; bombas inteligentes, dirigidas por láser o codificadas; bombas de fragmentación antipistas, y la última generación del arte del combate aéreo, como el invisible Stealth Fighter (Lockheed F117A), el Tornado GR Mk 1 (avión de combate multiusos) y su variante de reconocimiento, ZG705, y otros sistemas de combate integrado, están dando un resultado efectivo cuando se les suministra la inteligencia adecuada.
Entre los contratiempos de la fase inicial de la Operación Tormenta del Desierto, éstos parecen ser algunos de los mayores: las malas condiciones meteorológicas, el uso de añagazas y la desinformación por parte de las fuerzas iraquies, la interpretación errónea de los analistas de inteligencia aliados de los datos suministrados y la falta de inteligencia humana (espías sobre el terreno). Todo ello ha forzado a los aliados a modificar su programa y a utilizar fuerzas para la confirmación de objetivos destruidos, con la consiguiente pérdida de tiempo y de recursos.
En el aspecto naval, los aliados han evitado con éxito el escenario de pesadilla que hubiera supuesto la pérdida de algún gran barco de guerra por un misil iraquí (casi con total seguridad Exocet, como ocurrió en 1987 en el Golfo con el navío estadounidense Stark) o ataques suicidas. La aviación naval ha demostrado su superioridad ante los aviones iraquies -los F-15 y F-18, y los sistemas de prevención y defensa tierra-mar han neutralizado todo lo que los iraquíes han arrojado sobre ellos-.
Sin embargo, el hecho de que se haya sabido que misiles de crucero han sido lanzados desde submarinos norteamericanos tipo Los Ángeles o Sturgeon -lo que supone una ruptura con los procedimientos habituales de la OTAN de no informar sobre las actividades de estos navíos- confirma que un número inusual de estos misiles o han fallado o han acertado sobre reclamos falsos.
Los desesperados intentos de los iraquíes para evitar la operación de desembarco (derramamiento de petróleo en el mar, ataques suicidas de Badgers y Mirage, o la amenaza de una cortina de fuego en Kuwait) indican su deseo de ganar tiempo para reforzar sus posiciones, lo que quizá signifique que han sufrido más daños de los previstos.
El gran problema para los aliados es mantener una guerra que se planteó como limitada dentro de este marco. Las declaraciones recientes sobre su extensa duración parecen indicar que la intervención de Israel es contemplada como inevitable y tenida en cuenta, incluyendo la guerra química, lo que quiere decir que la transición de una guerra limitada a una total es más una posibilidad que una probabilidad.
Andrés S. Serrano es master de Estudios sobre la Guerra del King's College de Londres.
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