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No hay indulto para el desprecio

Cuando parecía que el miedo se estaba quedando sin siglo, el siglo agonizante se llenó de miedos. Si el golfo Pérsico nos recordó lo que ya sabíamos y no nos atrevíamos a admitir (que el petróleo importa mucho más que el ser humano), en Argentina el presidente Menem conmovió al mundo con su salto mortal. Y no cayó de pie, como los profesionales del alambre, sino de rodillas. Fanático de todos los deportes, y en especial del fútbol, el primer mandatario se hizo el autogol más espectacular de su zigzagueante carrera política.Ya es bastante dramático que en un solo país se propugne una perversión de la Justicia pero más grave es que casi un continente sea invadido por lo injusto. Debe reconocerse que los Videla, Viola, Suárez Mason, Massera, Camps no están solos; en realidad, gozan de la compañía de Pinochet, de Stroessner y, de otros de menor renombre internacional, como Gavazzo y Cordero. Si lo de Argentina duele más es porque fue el único país que al recuperar la democracia (tal vez como forzada consecuencia del nunca más propuesto por el dignísimo y corajudo informe Sábato) procesó y condenó a los máximos responsables de la tortura y el genocidio organizados. Por cierto, que eso no ocurrió en Brasil ni en Uruguay ni en Paraguay ni en Chile. Sólo en Argentina, pero la piedad presidencial eliminó de un plumazo esa honrosa ventaja.

También es cierto que la represión argentina (la famosa guerra sucia) fue la más cruel, la más inhumana, la más sádica. Quizá valga la pena recordar que entre los recientes indultados figuran el ex almirante Emilio Massera, responsable de que helicópteros arrojaran los cuerpos de las víctimas sobre el océano Atlántico, y también Ramón Camps, alguien que se ha jactado y responsabilizado de 5.000 tumbas "NN". Este directo, impúdico legatario de Herodes también organizó el secuestro y la desaparición de centenares de niños, más tarde adjudicados (al menos los sobrevivientes) a parejas del exterior o a otros militares argentinos.La apuesta a la pacificación nacional que, con este oprobio, Menem pretende articular no tiene sentido. Pocas veces se ha recordado, con tanta acritud, en la Argentina y en el mundo, la inicua biografía de los indultados. La semana anterior, el general (R) Domínguez, fiscal militar, calificó de "perdón sin honra" el concedido a los golpistas de 19716, que luego "violaron la ley, aplicaron métodos indebidos y corrompieron al Ejército". Durante su gobierno, el ex presidente Raúl Alfonsín creó, como explicación de sus propios (y más discretos) perdones, la figura de la obediencia debida, pero, ¿a quién diablos debían obediencia los jefazos ahora agraciados? Lo del peralón sin honra parece, después de todo, una denominación puntual; por algo al general retirado Carlos Domínguez le costó la cesantía.Los ex jefes indultados no ignoran que la sociedad argentina se estremeció con la electrizante noticia de su libertad. El odio adormecido volvió a echar chispas. Pero los perdonados tal vez se inspiren en un verso del poeta latino Lucio Accio (170-90 antes de Cristo): "Con tal que teman, que odien" (Oderint dum metuant). Se creen superiores, infalibles, invictos, y en consecuencia, el bien ganado odio de la comunidad los reconforta, les templa el ánimo, les afila los dientes.

A pesar del irrestricto apoyo que siempre obtuvieron de la Iglesia argentina, poco favor le hacen a Dios estos militares tan devotos, a menos que su mística se ejerza a través de Moloc, divinidad de los amonitas que prefería los sacrificios de niños. Ahora que Ramón Camps ha sido liberado, conviene recordar que los niños desaparecidos no eran subversivos ni clandestinos ni combatientes ni guerrilleros. Eran, simplemente, niños. Sin embargo, no están. Si fueron asesinados, ese crimen no es ni siquiera político; es, lisa y llanamente, crimen. Si, en cambio, fueron asignados a otras parejas, sería, pura y simplemente, despojo. A pesar del tiempo transcurrido, una y otra vez el tema de los niños desaparecidos vuelve a irrumpir en la escena como una implacable acusación. En realidad, constituyen una imagen tan universal e intocable que nadie puede permanecer ajeno a semejante colmo de crueldad. El ominoso silencio que pende aún sobre los centenares de niños no regresados constituye el lado más escalofriante de esta historia letal.

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No obstante, el controvertido perdón de Menem ha dejado insatisfechos a sus insaciables destinatarios. Ahora reclaman la gratitud social. Perdón sin monumento no es perdón. Ahora bien, ¿alguien encontraría admisible que pidiéramos a los judíos la glorificación de Eichman o a los franceses la exaltación de Barbie? El pesado alcance de esta turbia faena no termina hoy. La amarga sensación de impunidad que la decisión presidencial ha desencadenado puede inferir un daño irreparable a la juventud argentina. La consideración que Menem ha tenido con los máximos responsables de 30.000 muertes y desapariciones, de incontables torturas y vejámenes , se convierte en una inconmensurable falta de respeto hacia la sociedad que lo eligió presidente y creyó en sus reiteradas promesas de justicia. "El indulto me lo banco yo solo", dijo con su habitual y trágico desparpajo el presidente, pero la realidad es otra: quien verdaderamente lo banca es el desalentado pueblo argentino.

El indulto no estimula ninguna reconciliación. Simplemente instala otra vez el miedo, y no porque el ciudadano crea que Videla, Viola, Camps et al vayan a encabezar nuevos motines. Es obvio que en la tradición militar quien no manda tropas queda fuera del juego, y fuera del juego están, muy a pesar suyo, Videla con sus ojos de témpano, Massera con su mueca de sarcasmo, Viola con su añoranza del horror, Camps con su paisaje de tumbas "NN". El perdón del crimen reactualiza el crimen. El miedo puede propagarse y hasta abarcar la sociedad completa, pero el miedo nunca es democrático. Cuando la democracia se inunda de miedo es porque algo o alguien la carcome; es porque subsisten brotes endémicos de autoritarismo (y por tanto, de antidemocracia). Ni el miedo ni el olvido son democráticos. Por algo Borges, que vivió etapas de increíble deslumbramiento ante los sables, dejó, sin embargo, esta cita que es casi una revelación: "Sólo una cosa no hay. Es el olvido". Es extraño que a estas alturas el presidente argentino no haya aprendido que amnistía no es amnesia.

Es posible que el ex general Videla (hombre de comunión y vilipendio diarios) y sus colegas de perdón logren la comprensión de su Iglesia cómplice y hasta el aval antimarxista del papa Wojtyla (dejamos por ahora a Dios fuera de este imbroglio), pero lo que sí es seguro es que jamás obtendrán el indulto de la historia. En los primeros días hábiles posteriores a su libertad, tanto Massera como Videla concurrieron a oficinas públicas para renovar sus permisos de conducir (no a los pueblos, sino a sus coches) y fueron unánimemente abucheados, y de paso insultados, por el público. (Por algo los griegos, que todo lo saben acerca de liturgias y condenas, decidieron no indultar a los coroneles de la dictadura 1967-1974). En la memoria del pueblo argentino y de toda América Latina, estos depredadores de la dignidad, estos hierofantes de la muerte, cumplirán inexorablemente su condena en la cárcel del desprecio, que seguramente no será tan placentera como los chalés en que padecieron sus cinco años de confortable martirio. es escritor uruguayo.

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