El tenor Pavarotti triunfa en Lisboa
El único recital de Luciano Pavarotti en el Coliseo de Lisboa -la mayor sala de espectáculo de la capital portuguesa, con 3.000 asientos- fue, el sábado, un acontecimiento memorable. En vísperas de elecciones presidenciales, a pesar de los tambores de guerra que atruenan en el Golfo y del drama en curso en los países bálticos, Pavarotti tuvo, literalmente, Lisboa a sus pies.
Los atascos, la pequeña muchedumbre que esperó varias horas a la interperie, la locura del mercado negro donde la butaca -vendida en taquilla a 35.000 escudos (cerca de 30.000 pesetas) alcanzó el precio de 1.000 dólares, sólo fueron comparables a la histeria que precede a los grandes desafíos de fútbol.
Si, para algunos, fue apenas una manifestación de ostentación social -el nuevorriquismo cultural es una de las facetas del consumismo que impera actualmente en Portugal-, el Coliseo confirmó también la existencia, en Lisboa, de una afición popular al bel canto que soporta la comparación con la que existe en Italia.
Las entradas más baratas -a 3.000 pesetas- significaban un serio esfuerzo económico para este público popular, pero fueron también las primeras en agotarse al segundo día de abrirse las taquillas. Un público heterogéneo, pues, con abrigos de pieles, joyas y esmóquines mezclándose con las cazadoras, los tejanos y las zapatillas, que obligó al tenor italiano a prolongar una hora el recital que debía durar hora y media, y que protestó ruidosamente cuando Pavarotti, visiblemente conmovido, acabó por retirarse definitivamente.
Babelia
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