Mal ejemplo

Al terminar la obra, convenientementa aplaudida, su autor, Martín Elizondo, explicó que no era lo que parecía: una diatriba contra la ópera. Sí lo perecía. Sí. En un sótano de teatro de ópera, al que llegan los cantos del escenario donde parecen representarse todas las óperas famosas al mismo tiempo, están un hombre y una muer de teatro que trabajan como utilleros o encargados del guardarropa: entre baúles de mimbre, trozos de decorado, ropas. un montacargas sube y baja arrojando restos. Lo que hablan el hombre y la mujer es elegíaco: el teatro devorado por el espectáculo, la ópera enriquecida por los millones, los directores de escena enseñoreándose de todo.Comparto esas sospechas de una de las causas de la agonía teatral. Parecía como si los dos personajes quisieran mostrar en sus improvisaciones, en sus monólogos y en sus recuerdos medio escenificados la superioridad de la palabra sobre todo. Estoy de acuerdo, aunque no con lo que se utiliza como ejemplo.

Lenguaje

El lenguaje de Martín Elizondo no brilla lo suficiente, ni como choque de palabras ni como exposición de ideas. Tanto es así que prenden más los torozos de la ópera que se escuchan, como sordos por la supuesta distancia; interesan más que lo que se dice en el escenario, que la actuación gritada de Mario venancio y la pobre prosodia de Adriana Vázquez, que forman la compañía de Martín Elizondo. Cuando termina la obra lo que uno se lleva a casa en el recuerdo es la voz que canta Una furtiva lacrima y no la palabra del autor.Mala suerte. En cuanto a la intención de mostrar a los de abajo y los de arriba, la situación del opresor y del orpimido -también comparto la queja- no se trata de ser ostensible.La obra pasa cuatro días en la Sala II del Centro Cultural de la Villa; estaba medio llena en la noche del estreno, y el medio público aplaudió suficientemente.