La 'fujimorización' de Polonia
La figura de un hombre solo enfrentando a fuerzas inmensamente más poderosas que él ha sido una recurrente fuente de inspiración política en los países latinoamericanos. Una realidad signada por la legalidad esquizofrénica que garantiza a todos iguales derechos pero distintas oportunidades a la hora de acceder a ellos provoca una volatilidad social permanente. Hoy un nuevo fantasma recorre las clases políticas del continente y la pretendida omnipotencia de sus aparatos partidarios: la fujimorización.Desde que un oscuro ingeniero agrónomo de origen japonés se hiciera con la presidencia de Perú, pasando por encima de un mito de la literatura latinoamericana y movimientos políticos con medio siglo de historia, un factor de incertidumbre ha ingresado abruptamente en la racionalidad de las teorías políticas y los análisis sociológicos.
Mirado con desdén por doctos comentaristas que lo identifican sin paliativos en la esfera de más burdo populismo propio del subdesarrollo y la incultura democrática, el fenómeno ha demostrado, sin embargo, que en la era de la posideología se puede reproducir sin distinciones de continente.
En América Latina, el desprestigio de los partidos políticos, desgastados por la corrupción y las ambiciones de sus dirigentes, ya había hecho posible que personajes marginales al núcleo de los aparatos como Carlos Menem y Fernando Collor llegaran al poder. En Perú, la tendencia llegó a sus últimas consecuencias: fue el candidato menos considerado por los políticos serios quien alcanzó el triunfo final.
El caso peruano demostraba en los hechos que el poder económico y publicitario y una estructura organizada nacionalmente no eran garantía para mantener el monopolio del establishment partidario. Un análisis desprejuiciado y alguien con la astucia suficiente para percibir los secretos de la fórmula y ponerla en práctica podían hacer el resto.
En Colombia, el reciclado M-19, aceptando y convirtiéndose en defensor de las reglas del juego democrático, lanzó su campaña a las elecciones de la Asamblea Constituyente de 1991 bajo una consigna simple pero efectiva. Los ex guerrilleros no tendrían enemigos en los poderes económicos, sociales y religiosos establecidos: su objetivo era romper con la hegemonía de una clase política, liberal y conservadora, que se había turnado en el poder gracias a un pacto antidemocrático y excluyente. Hoy los sondeos otorgan al M- 19 una intención de voto cercana al 40%, más que suficiente para quebrar el bipartidismo.
Lo desconcertante del germen es la rapidez con la que se puede transmitir. No ha transcurrido ni medio año desde que finalizó la campaña electoral peruana y poco más de 15 meses desde que Polonia accedió a la democracia cuando los síntomas del contagio comenzaron a reproducirse paso a paso, con el mismo ritmo vertiginoso, en el único país enteramente católico de la Europa eslava. No por casualidad Stanislaw Tyminski, el Fujimori polaco, hizo parte de su fortuna en Perú, país del cual tiene pasaporte, y presenció el curioso ascenso del candidato nisei a la presidencia, sacando sus conclusiones pertinentes.
Búsqueda de referencias
Sin extremar los paralelismos, Tyminski sin duda encontró referentes similares entre su país natal y su país adoptivo, donde descendientes de inmigrantes polacos como Schlydowsky, Kuszinszky, Rostworowsky o Hnylicza pertenecen a las élites tecnocrática e intelectual. Ambas naciones, de temperamento pasional, parecían compartir una profunda decepción con respecto a la capacidad de los políticos profesionales para resolver sus problemas reales e inmediatos. La división de plataformas políticas de base popular -Izquierda Unida en Perú y Solidaridad en Polonia- por dirigentes con excesivos deseos de protagonismo personal y ninguna intención de limitar sus ambiciones conducía inexorablemente al hundimiento de su imagen moral. La rivalidad sin base ideológica entre Lech Walesa y Tadeusz Mazowiecki, el gran derrotado por su responsabilidad en un Gobierno sin éxitos económicos, creaba las condiciones propicias para el surgimiento de una tercera fuerza. En ese punto, el proceso peruano volvió a demostrar una ley física y política: los vacíos son efímeros y las fuerzas que los llenan se movilizan automáticamente, y si no existen, se inventan.
En teoría, y la práctica lo corrobora, cualquiera puede llenarlo por desconcertante que sea su origen, un peruano de primera generación de origen japonés o un emigrante enriquecido en las Américas: ambos ejemplos del mito romántico del self-made-man, un ideal compartido en una sociedad que busca igualdad de oportunidades.
Toda esta trama de hechos sociales, de actitudes colectivas, no acostumbra a formar parte de la visión racional de la realidad política. El portavoz de la coalición política de Mario Vargas Llosa declaró tras la primera vuelta que, entre un médico profesional y un curandero, Perú parecía haberse inclinado por un curandero japonés. Y que Perú había votado con el hígado más que con el cerebro. Curiosa coincidencia con Walesa, que en uno de los últimos mítines de su campaña dijo que consideraría "un insulto para Polonia" tener que enfrentarse a Tyminski. Vistas las cosas con más ecuanimidad, en un país creyente en milagros y con graves carencias sanitarias, el curanderismo es una de las formas más socorridas para tratar las enfermedades. Hay quienes llaman a esto incultura. Cartesianamente se debería votar con el cerebro. Realistamente los electores en un país pobre votan con las vísceras, incluido naturalmente el hígado; un hecho que debería confortar a los demócratas, ya que demuestra que la política es una actividad que compromete en cuerpo y alma.
Simples frases
La sistemática utilización de frases simples como "honestidad, trabajo y tecnología" por Fujimori y "quiero que la gente gane dinero" por Tyminski es otro de los ingredientes claves del neopopulismo. Atribuir a la ignorancia el atractivo de estos lemas es un grave error de apreciación. Peruanos y polacos parecían cansados de las ideas claras, porque por muchos años, con programas precisos, donde todo encajaba perfectamente, se condujo a los pueblos a rincones oscuros. Por lo demás, siempre hay quienes detestan a los que siempre creen tener la razón. Las verdades claras, en el tiempo de la muerte de las ideologías, son fuente de toda sospecha.
La lógica visceral exige más creer en personas que en palabras. Y en la hora del caos y la incertidumbre, las palabras y los políticos que viven de su administración han perdido credibilidad. Esta vez se cree más en personas concretas, aunque tengan sólo un mensaje simple y no muchas promesas: un programa de gobierno puede ser sólo una coartada para encubrir el deseo de poder. La desconfianza ante los medios de comunicación y los grandes despliegues propagandísticos es otro factor fundamental para un buen desarrollo de la fujimorización: la comunicación boca a boca es el medio más efectivo para transmitir la verdad verdadera, en lugar de las verdades oficiales.
Fujimori no participó en ninguno de los grandes programas políticos de televisión previos a las elecciones, salvo en uno, en el que su conductor se esmeró en vapulearlo implacablemente. Walesa, llamando a Tyminski "bajado de los árboles" o poco serio", desde sus alturas de premio Nobel, y la campaña que lo vinculaba al tráfico de armas, imitó a los derechistas peruanos en su desdén por el advenedizo rival, activando el sentimiento de solidaridad con el agredido, con el que tiene menos recursos para defenderse.
El hoy presidente Fujimori gusta decir que su poder radica en una habilidad personal: usar la fuerza del contrario en provecho propio. Tyminski ha demostrado ser un discípulo aventajado. Lo sorprendente es que sus resultados han sido casi idénticos a los de su predecesor: quedar segundo en la primera vuelta a una distancia no necesariamente insalvable de su triunfalista contendiente. En ese marco, el periodo entre ambos comicios es crucial. Fujimori contó con la ventaja de un Vargas Llosa profundamente desalentado, consciente de que su candidatura no sumaría ningún voto de la izquierda o del aprismo gobernante, con quienes se había mostrado inmisericorde. Walesa, que condujo una campafia igualmente agresiva, declaró después de conocer los resultados del domingo 25 que dudaba sobre partícipar en la segunda ronda.
En la segunda vuelta, Fujimori sumó fácilmente a su tercio original y sin condiciones previas el otro 30% de aquellos que el escritor había polarizado en su contra. Sin pactos, podía pactar con todos. Sin programa de gobierno, podría gobernar en consenso: un hombre solo se vería rescatado por las multitudes.
Si Tymlnski es capaz de sumar a su 23% los votos de la izquierda poscomunista (9,3%), del Partido Campesino (7,6%) y parte del 18% de Mazowiecki, podrá superar el 39% de Walesa y redondear la faena: la fujimorización se habrá reproducido matemáticamente.
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