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TREINTA DÍAS EN EL PAÍS DE LOS 'SÓVIETS'

Kafka nació en Ufa

Alfonso Armada

La noche de Ufa es tan triste que no se puede contar. Un oficial de la policía local reconoce que se ha visto obligado a encerrar a muchos compañeros de juegos, embrutecidos por el alcohol y el hastío, convertidos en tempranos delincuentes. Si se llega a la capital de la república autónoma de Bashkiria de noche, la impresión es indeleble. Ufa, una ciudad envenenada, de un millón de habitantes, cerca de los Urales, se extiende a ambos lados de la avenida de Octubre.

Viejos y sólidos tranvías ocupan el centro de la anchísima calzada, y a los lados se suceden edificios de viviendas, fábricas, parques, monumentos a la gran guerra patria, instituciones oficiales. Es una ciudad oscura, sucia, gris hasta el desasosiego. Las calles son un laberinto de socavones, lagunas y trampas para los automóviles. Muchos taxis parecen de camuflaje, embadurnados por cortinas de barro que no merece la pena limpiar. El tiempo es otro castigo. En invierno, el termómetro alcanza los 20 y los 30 grados bajo cero. En cuanto la luz declina, a las cinco de la tarde en invierno, las calles quedan desiertas. Apenas hay algún lugar adonde ir. Junto a los escasos hoteles y restaurantes, bandas de mafiosos vestidos de etiqueta (cuero negro) controlan su territorio, y prostitutas.Por el día el paisaje no mejora. El aire, el cielo y el agua están contaminados. La industria petroquímica es el principal sustento de la población, pero también hay fábricas de armamento que ahora inician una lenta reconversión. Una fábrica de aviones incluye entre sus productos maquinillas de afeitar. El aspecto no desmerece de las antiguas Philips-shave. Los mejores edificios de la avenida de Octubre, como en tantas ciudades soviéticas calcadas a Ufa, pertenecen a la época de Stalin. Sólidos, amarillos, espaciosos.

El edificio del comité regional del Partido Comunista de Bashkiria se alza sobre un promontorio que domina la oscura corriente del río Bielaya (río Blanca) y la hermosa e inquietante llanura bashkiria. Es un edificio rectangular, de cemento, sin más alarde arquitectónico que su propio volumen y fealdad, envuelto en un paraje helado trazado con tiralíneas, paredes con altorrelieves reflejando los músculos culturales de la mujer y el hombre soviéticos. La grandilocuencia fascista y el realismo socialista se dan la mano. Una bandera roja corona un edificio que parece inaccesible. Un paisaje idóneo para rodar El castillo, de Franz Kafka. Una perpetua corte de cuervos sobrevuela el conjunto haciéndolo aún más sombrío. Pero es la única zona de la ciudad en la que no se puede matar cuervos, cuyos cadáveres la municipalidad paga a buen precio.

A la espaldas del palacio de los comunistas, el teatro nacional Bashkirio, con un jardín poblado por más cuervos que flores, completa el conjunto. Columnas lisas y mastodónticas sujetan un tejado en forma de voladizo. En el interior, un domingo desolado, la luz de la taquillera. Es una de esas mujeres húmedas e inaccesibles, sin sentimientos visibles, que Kafka retrató tan bien. Sobre la taquilla, un aviso: "No hay billetes para la función de tarde". Resulta difícil creer que el inmenso edificio se llenará a rebosar dentro de apenas dos horas. Escenifican La boda, un ejemplo sobresaliente de la dramaturgia bashkiria. La taquillera desaparece de repente de su observatorio y nada (ni La Internacional) la hará volver.

La calle Comunista

La calle Komunistícheskaya (la calle Comunista) también ofrece un contraste con la primera impresión de Ufa. Es una calle en pendiente, con dos sectores plenamente diferenciados. A ambos lados, sin embargo, casas de madera., con ventanas historiadas pequeñas marquesinas e incluso un palacio de los sordomudos como lo llamaban los niños hace 20 años, donde proyectaban películas subtituladas. En algunas de las viviendas de una planta vivían hasta cuatro y cinco familias, con 13 metros para cada una. La situación no ha mejorado demasiado. No resulta extraño que los inquilinos se muestren desconfiados cuando alguien se adentra en los patios para curiosear. En la parte alta de la calle, viven las más sólidas, con jardines cuidados. Allí residen dirigentes del partido, el director del primer periódico de la república, altos funcionarios.

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Pero la ciudad todavía encierra sorpresas, como Chernikovka. Al final de la interminable avenida de Octubre, tras pasar ante el Ayuntamiento, la imagen de Lenin en bronce y en mosaico (con los caracteres raciales bashkirios), el barrio mejor planificado de la ciudad, con dobles hileras de árboles, bulevares, casas con ornamentación italianizante, patios y paseos concurridos. Es la zona donde viven los petroleros. Más allá de los últimos tejados, sobre las lomas, las torres petrolíferas y los quemadores de gas, con viseras de fuego.

La ciudad, enclave estratégico en la II Guerra Mundial y destino final para desterrados, estuvo cerrada hasta hace pocos anos.

Ofrece pocos encantos al turismo occidental y las guías apenas si la mencionan. Un ominoso paisaje industrial coronado de chimeneas que no cesan de humear noche y día. La criminalidad, en lo que va de año, ha duplicado los índices del año pasado. Junto a la M-30 local, una carretera de circunvalación que separa las últimas viviendas de un bosque, el hipódromo (perfecto para ambientar el inicio de una novela negra sobre las mafias que proliferan al calor de la perestroika y se aprovechan bien de sus flaquezas) y un bar: una carlinga de hierro oxidado. Sólo se vende cerveza. Muchos de los clientes no disponen ni de envase de vidrio; se llevan la cerveza en bolsas de plástico y se la beben en el bosque cercano.

El antiguo parque

El antiguo parque de Lunacharski (aquel célebre dirigente que alentó la vanguardia soviética de los años veinte hasta que Stalin llegó con la guadaña) es otro ejemplo del tiempo precario que vive la URSS. Un edificio circular de madera, con balaustradas, escaleras, ventanas claveteadas, amenaza derrumbe. Aquí jugaban los niños de Ufa, asistían al teatro, bailaban los adolescentes. Ahora es un edificio que a duras penas resiste a la intemperie. Sobre la puerta principal, un altavoz esparce blandas melodías rusas para nadie. Un cartel advierte: "Zona prohibida".

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