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Entrevista:LA ENTIDAD CULTURAL EUROPEA

"El peligro es el islam"

El filósofo francés teme que la modernidad mate el alma de Europa

Los ochenta fueron en Francia los años de la eclosión de una nueva filosofía, y muy especialmente de la generación de los llamados intelectuales mediáticos, aquellos que lograban vender confortablemente un producto de alta definición y preciso refinamiento en los medios de comunicación de masas. Era la época de la instalación del intelectual en el tragaluz de la televisión. Alain Finkielkraut, filósofo que jamás se reconocería como nuevo, pensador frecuentemente difundido por lo inalámbrico, que rechaza, sin embargo, puritano, el calificativo de mediático, es el hombre que parece estar fuera y dentro a la vez, que se instala en la primera línea de la comunicación, pero que se considera un outsider, que gusta al mundo en general sin que parezca que le interese demasiado por ello jugar el juego. Está claro que percibe como difícil que se le comprenda, y quizá incluso que se le haga justicia. En su casa de Bourg-la-Reine, la banlieu parisiense, antes de viajar a Madrid, donde ha participado en un simposio sobre Walter Benjamin, habla con EL PAÍS de Europa, del Tercer Mundo, de la cultura.

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En tiempos en que la nacionalidad hace algo más que levantar cabeza y en que se discute de una Europa para todos, urge definir qué es esa Europa. ¿Un proyecto de nueva nacionalidad común, una sociedad anónima, una cadena de establecimientos? "Francia es un país de vocación universal y, paradójicamente, por eso se ha pensado tradicionalmente poco en Europa. Pero precisamente si yo me siento francés y también europeo es porque no soy solamente francés, sino judío, y he leído a autores cuya identidad europea se ha visto amenazada y que por ese motivo la reivindicaban, y que a través de la misma revelaban esa identidad. Son ellos los que me despertaron a la realidad de Europa". Pero yendo de lo genérico a lo particular, ¿cómo siente Finkielkraut la existencia de esa Europa posible? "Esta pertenencia a Europa la considero constituyente de mi identidad, pero cuando me pregunto qué es Europa, debo responder que es el máximo de diversidad sobre el menor espacio posible. Eso es lo que distingue a Europa de otros continentes. Eso explica que haya sido siempre un campo de batalla, y, afinando aún más, que es por eso la parte del mundo donde se ha consolidado la idea de tolerancia".

El autor francés cree en la palabra, la mima, la acompaña, la pronuncia, parece realmente algo que le haya sido dado, en lugar de haberla recibido como todos nosotros al nacer y educarse en un medio determinado. "La nacionalidad es para mí una pertenencia y una adhesión. Soy francés y me expreso o pienso en esa lengua que yo no he elegido, y de la que dependo precisamente porque pienso. La adhesión, en cambio, comporta un cierto número de valores en los que se encarna mi nacionalidad francesa. Soy francés como heredero, pero también porque Francia es un país en el que la adhesión a ciertos valores culturales cuenta tanto al menos como la adhesión al terruño. No creo en la existencia de un yo primegenio, sino que éste se constituye a favor de una lengua y sus instituciones".

Derecho a la diferencia

Voltaire ya habló de Europa como de una comunidad, de algo en lo que aparentemente la diversidad cedía el paso en las ambiciones más nobles a un cierto tipo de unidad. "Lo que me parecería peligroso sería la creación de una nacionalidad europea compacta que destruyera las diferencias existentes, porque eso mataría en Europa todo lo que tiene de más original; por ello soy favorable a la idea europea en la medida en que respete la diferencia. Si se tratara de hacer una Europa puramente económica o administrativa, cuyo objetivo fuera hacer frente a otros imperios, sería terrible. Y por eso creo que mucha gente se resiste a la idea de construir Europa, no por chovinismo, sino por temor a que hagamos una Europa que mate lo que está vivo en nosotros: un espacio plural".

El tema de la diferencia es de muy aguda actualidad en Francia, donde no se consiente la diferencia del chador, el velo islámico, y en general se pone trabas al derecho a la diferencia que supone la pertenencia a otra cultura. "Estamos enfrentados al mundo árabe-musulmán, al islam. Ése es el único grupo humano que plantea dificultades, porque acarrea consigo un tipo de sociedad, una serie de costumbres que son contrarios al ordenamiento jurídico francés y que por ello deben ser prohibidos. El chador, por ejemplo, no sólo es un signo religioso, y no se permiten los signos religiosos en la escuela pública francesa, sino un signo de la relegación de la mujer en la fe islámica. No es casualidad que las muchachas que lo llevan sean aquellas a las que luego no se les permite continuar sus estudios o casarse a voluntad. Es un dispositivo de secuestro de la mujer incompatible con la declaración de derechos humanos, en la que se funda la escuela francesa".

El liberalismo ante la identidad ajena tiene siempre sus límites. "No tendría sentido haber combatido y derrotado los restos de la sociedad patriarcal entre nosotros para, en nombre del respeto a la identidad ajena, inclinarse ante la irrupción en nuestro seno de una sociedad patriarcal muy violenta, bajo el pretexto de que el islam es así. Si no se entiende bien esto nunca habrá integración. Si ésta no se hace respetando ciertos principios se va al tipo de integración a la americana, acumulación de guetos, y de eso es de lo que Europa tiene que defenderse".

Tierra de asilo

Francia se ha considerado tradicionalmente tierra de asilo, y hoy el asilo es alimenticio, mayormente por las masas del Tercer Mundo que hay quien dice que amenazan con anegarnos. La cuestión es la de si la integración de esas culturas aluviales se hará en nuestros términos, en los de ellos o ni para ti ni para mí. "Esa especie de chantaje antirracista empieza a ponerme enfermo. La ideología antirracista es hoy la coartada de una uniformización planetaria. Si uno se opone a esa uniformización se le tacha de arcaico, racista, xenófobo, fascista y toda una ristra de adjetivos. Eso es un escándalo. Es el uso benetton del antirracismo. Es como esa cadena de tiendas que con el mismo modelo lo que hace es elevar la idea de consumo a la máxima categoría del quehacer humano, uniformizando las ciudades hasta hacerlas perder toda realidad orgánica".

Sobre el tema de la integración Finkielkraut cree que "no se integra a nadie en una sociedad diciendo que se carece de principios, entonando el mea culpa, y permitiendo instalarse a los recién llegados como bien les parezca. En ese caso lo que se está haciendo es crear una yuxtaposición de guetos étnicos, con un único elemento común, el cemento mediático de la televisión. Frente a ello, la cultura europea, o mejor la idea europea de la cultura, debe afirmarse sin complejos. De otro modo, vamos a un mundo tecno-tribal, un mundo de música rock para todos y de efectos especiales a la americana; un mundo en el que cada tribu estaría encerrada en su modo de vida, y para trascender las diferencias existiría un solo terreno común: el mundo mediático".

La intelectualidad francesa parece muy entregada últimamente a la interrogación nacional. Hay quien piensa que la emergencia de una Alemania unificada es un factor para hacer este autosondeo en las tripas de lo nacional aún más perforante. Y en ese sentido parece que personajes como el filofascista Jean Marie Le Pen no pueden sino hallar el mayor confort en tales presiones exteriores reales o imaginadas. "Existen varios temores a Alemania que se entremezclan en nosotros mismos. Un temor no razonado, de la tentación alemana a hacer revivir el pasado. Pero también un segundo temor mucho más racional de la potencia económica de Alemania, de un mercado único que marche a la hora alemana. Es fácil confundirlos. Y a mí lo que más me preocupa es esta segunda percepción en la medida en que Alemania es aparentemente el país de Europa más americanizado, más normalizado. Pienso que puede haber más que temer de una Alemania convertida superpotencia económica, desnaturalizada por su americanización, que de una Alemania que tratara de reencontrarse a sí misma y su tradición, que es, no lo olvidemos, no sólo la de Hitler, sino también la de Goethe".

Respecto a esa introspección tan hexagonal, el filósofo francés, judío, europeo, afirma que precisamente "lo que no hay que hacer es abandonar el monopolio de la nacionalidad a una fuerza como el lepenismo. Dejarle solo a Le Pen hablar de Francia sería como consentir una usurpación". Pero todo ello admite, sin embargo, que se traduce "en una cierta asfixia en el mundo cultural francés, que obedece a este dilema en que nos movemos entre modernidad y tradición, como si no hubiera más tradición que la reivindicada por Le Pen".

Las confusiones pueden llegar a ser terribles porque "la gente como yo, que defiende las humanidades, ¿qué es lo que defienden? La enseñanza del francés, pero también la del latín. ¿Y qué es más europeo que el latín? Es una ironía que cuando se habla de la construcción de Europa se expulse como un proscrito al latín de la enseñanza. Hablar del latín es también hablar de la ortografía de nuestra lengua, de la del francés y de la del español. Lo comentaba el otro día con Octavio Paz, y me decía que se tiraba de los pelos al ver el daño que se le estaba haciendo al español. Se nos quiere quitar todo lo que nos relaciona con nosotros mismos, la etimología, la historia, nuestra herencia común".

Todo se reduce, dice Finkielkraut, a una crisis del sistema educativo. "La educación es la vocación de la democracia. Y como sabían muy bien los padres fundadores de la democracia americana, república no equivale necesariamente a democracia. La república no puede ser sólo el mando de la mayoría. La idea de la democracia es la emancipación de todos los hombres, su acceso a la cultura. Ésa es una idea romántica, porque equivale a construir una ciudad de la que nadie quede excluido y que, al mismo tiempo, sea fiel a su tradición. Y lo que compruebo hoy, por el contrario, es que todo el mundo tiene la palabra democracia en los labios mientras se renuncia a ese objetivo".

En un mundo lleno de temores: emigración, tecnoideología, uniformización 'la idea de lo moderno encierra peligros y oscuridades. "Hay que reeducar la educación. La demagogia modernista ha hecho estragos, como cuando se acusa de elitista al que reclama un lugar importante de la llamada cultura general en la educación, y, al contrario, elitismo en el sentido clásico es la actitud de una casta que quiere conservar sus privilegios; que el término elitismo haya cambiado de sentido revela la aparición de una nueva élite que no tiene nada que ver con la tradición europea; una élite violenta, bárbara, de publicitarios y de tecnócratas, que arrasa con la lengua. Esa élite es la que trata de eliminarnos tachándonos de nacionalistas, tradicionalistas, si no ya de lepenistas. Pero hay que resistir como sea a la constitución de esa élite y a la extensión de esa influencia". Ese mundo en el que tan bien se mueve, pese a todo, Alain Finkielkraut, el de la comunicación por los medios más avanzados de la técnica, aquel que solicita sus servicios con frecuencia, arrancándole de una cierta incomodidad en la relación con el mundo exterior, que en absoluto parece simulación o coqueteo, es finalmente motivo de la condenación más universal: "Me pregunto simplemente si hay que aceptar todo aquello que es moderno por el solo hecho de serlo. Sé que lo digo de una forma un poco ingenua, pero hay que preguntarse si debemos apuntarnos ciegamente a todas las nuevas tecnologías de producción, de reproducción, la nueva televisión, los nuevos útiles, los cables de qué sé yo qué. Desgraciadamente, hoy los apóstoles de esta modernidad sin fronteras se sirven de tipos como Le Pen en apoyo de su ideología".

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