Autoparodia
Siete años ha tardado Walter Hill en ponerse tras la cámara para emular un éxito anterior y suyo, Límite: 48 horas, primer gran papel de un cómico negro llamado Eddie Murphy. En estos siete años, varias cosas han cambiado, y mucho, en el show-business americano: en primer lugar, el propio Murphy, convertido ahora en cabeza de cast. Luego, Nick Nolte, esa imponente mole marmórea que entonces iba lanzado al estrellato y hoy vive en un discreto segundo plano. Finalmente, el propio Hill, cineasta ejemplarmente dotado para plasmar la violencia, y que ha visto cómo un enjambre de recién llegados -Renny Harlin, John McTiernan, Paul Verhoeven- apela a los mismos recursos que él popularizó para erigirse en los nuevos señores de Hollywood.El primer interés apriorístico de 48 horas más reside, justamente, en ver qué queda en ésta de los logros de la anterior, empezando por el elemento mayor, la química que se establecía entre sus intérpretes. El reciente pase televisivo de aquella buddy movie para adultos reveló que sigue manteniendo sus virtudes esenciales: el ritmo arrollador, el descarado sentido del humor, la sabia mezcla de elementos contradictorios de esos dos colegas a la fuerza que ha sido vilmente copiada por tantas películas posteriores. Aquí sigue funcionando; a duras penas, pero funciona.
48 horas más (Another 48 hours)
Director: Walter Hill. Guión: JohnFasano, Jeb Stuart y Larry Gross, según argumento de Fred Braughton. Fotografía: Matthew F. Leonetti. Música: James Horner. EE UU, 1990. Intérpretes: Eddie Murphy, Nick Nolte, Brion James, Kevin Tighe, Ed O'Ross David Anthony Marshall. Estreno en Madrid. Cines Ideal Multicines, Multicines Royal, Parquesur Cines, Vaguada M-2, Imperial.
Oficio indudable
Hill tiene oficio, de eso no cabe duda, y aunque sus comienzos hacían pronosticar a un cineasta de talla mayor -recuérdese Driver o Los amos de la noche-, no por ello deja de ser el maestro de toda la nueva generación de cultistas del tiro a la nuca y el castañazo.El segundo punto de interés radicaba en ver cómo se las ingemaría Hill para contestar a sus imitadores. Y la respuesta, no por esperada, deja de ser curiosa: lo hace con la ironía y la parodia. Como ejemplo, véase la primera secuencia del filme, la larga presentación del írío de hipermalvados. O la desmedida afición por hacer que los muertos se caigan sistemáticamente por amplias cristaleras -y a cámara lenta, un préstamo del peor Peckinpah- O los asesinatos disparatados.
O, para no aburrir, la curiosa manera de emplear los objetivos angulares, que dan a las imágenes del filme una extraña cualidad abstracta, especialmente lograda en el tiroteo en la discoteca. Esta secuencia resume, sospecho, lo que Hill entiende que al público actual le interesa de su película: la acción por la acción. Todo vale con tal de que haya tiros, muchos tiros, y de que alguien dispare contra alguien y se puedan ver las consecuencias. Como diagnóstico resulta ejemplarniente cínico, pero esencialmente correcto: en el punto a que ha llegado la violencia en la pantalla -véase Jungla 2, que no obstante es casi una nana al lado de Robocop II-, a nadie en su sano juicio se le puede ocurrir hacer una buena película dentro de las coordenadas actuales de este género. Y puestos a parodiar, ¿quién lo podría hacer mejor que el padre de la criatura? Los resultados de taquilla avalan su presunción.
Babelia
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