Un gran día musical
Ros-Marbà, que no desmiente su barcelonismo en su pasión wagneriana, montó, en versión íntegra de concierto, El holandés errante, un Wagner temprano (la ópera se estrena en Dresde el año 1843), en el que aparecen, como dice Arnoldo Liberman, dos factores nuevos e importantes en el teatro musical: el psicologismo y el leitmotiv. Pieza de gran aliento poético, pues ya decía Wagner que "de entonces data mi profesión de fe poética", asume en su argumento y su clima el contenido de dos grandes mitos: El judío errante y Ulises, el peregrino del mar, presente en El holandés desde su obertura, "lúgubre y profunda como el océano, el viento y las tinieblas" (Baudelaire).El wagnerismo de Ros-Marbá, auténtico y sin beatería, se refleja en una tan magnífica versión como la escuchada ahora. Su Holandés se movió dentro de las mejores tradiciones y al mismo tiempo se cualificó por una tónica personal amiga del orden, la claridad, el cuidado minucioso y el sentimiento controlado para que la pasión no se desborde. Supo Ros-Marbà hacer sonar con belleza y magnificencia a los sinfónicos de la Nacional, en tanto otro barcelonés, Alberto Blancafort, preparó perfectamente al coro.
Orquesta y Coro Nacionales
El holandés errante, de Wagner. Director: Ros-Marbà. Director del coro: A. Blancafort. Solistas: M. Hölle, M. Cid, O. Hillebrand, A. Hermann, S. Haas y N. Orth.Orquesta Sinfónica de Viena Director: G. Prête. Obras de Strauss y Mahler. Auditorio Nacional. Madrid, 31 de octubre.
En el cuadro solista, destacaron especialmente Sabine Haas, una Senta potente, contrastada, ideal, y Matthias Höller, voz preciosa y técnica precisa en Daland, sin olvidar el siempre flexible y estupendo trabajo de Manuel Cid en el Timonel o la versatilidad expresiva del barítono Oscar Hillebrand en el Holandés, personaje muy complejo que recorre en su papel todos los registros expresivos de la dramaturgia musical. No fue a la zaga el tenor Norberth Orth, en un apasionado Erik que puso el contrapunto debido, desde su carácter rectilíneo, al problemático Holandés. En resumen: un éxito enorme.
Por la noche, los sinfónicos de Viena -la orquesta que será de Frühbeck de Burgos en el futuro-, bajo la dirección de Georges Prête (Baziers, 1924), nos ofrecieron en toda su vitalidad entrañada en la histórica ciudad musical la suite de El caballero de la rosa, de Ricardo Strauss, en donde el autor parece resumir y enaltecer cuanto nos legaron los músicos del mismo apellido y la Sinfonía número 1 de Mahler. Prête y los músicos vieneses nos dieron la magnífica lección de no cargar las tintas más que las cargó el autor, de hacer música sin intentar el vano empeño de sonorizar la metafisica. Escuchado así, este Mahler se torna más entrañable y familiar, más íntimo y encariñado con su entorno, más equilibrado en sus valores sabios y populares.
Prête es un gran director y su criterio debe entenderse como un ejemplo a seguir. Los sinfónicos vieneses, por otra parte, respondieron a las sugerencias del maestro con un cúmulo de detalles y bellezas. Realmente daba la sensación de que estrenábamos la Primera sinfonía para devolver a Mahler uno de sus definitivos rasgos: la portentosa y original artesanía, el nivel elevado de su profesionalidad.
Babelia
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