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Los diseñadores gallegos presentan por primera vez su moda para mujer

La primera edición del Luada Muller, que se celebró en la noche del pasado sábado en el Palacio de Congresos de La Coruña, representó el debú de un nuevo colectivo que nace con la esperanza puesta en vender su moda autónoma a la vieja Europa. Expertos ya en promocionar por arriba y abajo la moda masculina, Galicia quiere devenir una pequeña Italia, en donde industriales, díseñadores y mano de obra comulguen en armonía feliz para conseguir que su moda sea un arranque cultural y, por descontado, que represente una buena fuente de ingresos.

La conquista de la moda gallega se remonta al año 1982, cuando se redacta el programa Galicia-Moda, dedicado al sector textil. Con un fondo de ayudas institucionales de 100 millones de pesetas anuales, se realizan desfiles, campañas de promoción y publicidad. El objetivo número uno es aterrizar con el diseño masculino por todo el mundo. El segundo, proyectar una moda gallega para la mujer.

Representantes de la Xunta y del Ministerio de Industria y Energía ocuparon las primeras filas del auditorio -con asistencia de más de 2.000 personas- del Palacio de Congresos. En esta aventura, todos van a la una: políticos, empresarios y diseñadores. La estrategia de la moda gallega consiste en afirmar una idiosincrasia y unas características de grupo que permitan vender sus diseños en bloque. Antes de concebir las colecciones, el colectivo traza media-docena de tendencias generales que todos acatan con devoción. La inspiración grecorromana, el cuerpo aerodinámico, el folclor mediterráneo, las culturas exóticas y el corte urbano, fueron los grandes temas mostrados a partir de las 36 maniquíes que componían el casting.

La Mascó, con antorcha

Un escenario de tragedia griega -en el cual no faltó Judit Mascó con antorcha olímpica- se recubrió de colores pastel para el día y de sedas y dorados -de corte oriental- para la noche. La diseñadora Chicha Solla se afirmó en la cultura del chic, con trajes de costura de aire chanel y topos de lujo. Kina Fernández retomó el tema de Áfrca y defendió la tendencia del blanco y oro de las telas rústicas argumentadas por la indumentaria del desierto. Olga Ríos partió de la evocación de los sesenta y escogió como tema los colores coral, azul y naranja quemado. Ríos presentó una colección de trajes de napa para la ciudad, en donde el azul ducados se apoya en bordados de pedrería. Pilar Sanjuán envolvió a sus modelos de gasas y volantes. María Antometa Lomba, para Rafael Sostre, puso énfasis en la sofisticación exuberante a partir del volante largo y romántico. Vicente Romeo prefirió a la mujer real, la de la calle, con trajes chaqueta de colores pastel mediterráneos y faldas en forma de pétalos. María Moreira insistió en el punto vanguardista, mientras que María Mariño buscó la figura estilizada a partir de la bermuda y el buen blazer.

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